XV. Nueve meses

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—Yuri, entiende. —Le insistió su madre nuevamente—. Tienes que estar en cama, ¡en cualquier momento puede pasar!

—¡No quiero! Ya me harté de estar acostado.

—Si no quiere, déjalo, mamá. —pidió Mari—. Conque no salgas de casa está bien. —le pidió a su hermano.

Éste rodó los ojos.

—¿Para qué querría salir de casa? —murmuró a penas audible.

Tomó una manzana del refrigerador y regresó a su habitación. Caminaba por cada rincón, completamente aburrido, mientras comía su manzana.

Aunque no lo demostraba, estaba muy nervioso. Sus manos temblaban bastante y temía cada segundo que, inoportunamente, ella quisiera salir de una vez por todas.

Escuchó algo golpear su ventana repetidas veces. Se acercó a ella y abrió lo que obstruía su vista al exterior. Pequeñas gotas de lluvia caían repetidamente en su ventana. Miró al cielo. Éste estaba lleno de nubes grises. Viktor siempre le decían que las nubes, en ocasiones, se sentían tristes por no poder tener a Yuri con ellas y por eso se oscurecían y lloraban, transformando estas gotas en lluvia. Le contaba eso cada vez que Yuri estaba triste. Entonces agregaba un «Entonces eso me convierte en una nube cuando no nos vemos». Y así lograba hacer al pelinegro sonreír, porque con esas palabras se daba cuenta que Viktor también sufría cuando estaban separados, que tenía a alguien que lo amaba y así no se sentía sólo. Su tristeza desaparecía.

Pero ahora solo eso abundaba en él; tristeza, soledad. Lo que el, según Yuri, amor de su vida algún día juró curar su soledad y tristeza, ahora le provoca las peores lágrimas y la peor sensación de estar solo en el mundo. Ahora él era una nube que lloraba por la soledad.

Dió una mordida a la manzana mientras observaba la lluvia detrás de su ventana. ¿A quien no le gusta la lluvia? Ese clima tan fresco pero agradable, ese olor, esa tranquilidad que provoca. Incluso se puede salir a jugar bajo ella, a disfrutarla. Tomar alguna bebida caliente en cama mientras se lee el libro favorito. Ver la película que más te gusta nuevamente con amigos o familia. Sentarte fuera pero en un lugar seco a simplemente admirar como se moja todo a tu al rededor. Es maravillosa la lluvia.

La tarde transcurrió y en toda ella las gotas estaban presentes en el ambiente. Yuri no salió de su habitación. Decidió ver alguna película en su habitación. Sin embargo, en el transcurso de ésta, él se quedó dormido.

Ya le habían comprado muchísimas cosas a la bebé; ropa, juguetes, comida, su cuna (la cual, por cierto, yacía aún en la habitación del chico) y todo lo necesario y lo que no. Vaya buena «familia» que le había tocado. El dinero de Viktor realmente estaba sirviendo. Le enviaba cada vez más dinero. En sus cartas se encontraba desesperado por noticias de su bebé; su sexo, su progreso, su salud, todo de él y de Yuri. Le pedía que le enviara ecografías, que le dijera el sexo. Le suplicaba que mandara al menos una carta, que diera señales de que seguía ahí. Pero si tanto le importaban estaría ahí, con ellos, ¿que no? Si le importaba el progreso de esa niña hubiera estado con él en cada maldita cita al doctor, lo hubiera acompañado a sus ecografías, hubiera estado ahí en el hospital cada vez que se ponía mal. Pero eran completas mentiras. Ahora él estaba muy cómodo en su maldita mansión descansando o preparándose para la siguiente competencia. El Grand Prix ya casi terminaba.

Su madre apagó la televisión y lo dejó descansar.

La mayor parte de la noche estuvo dormido, soñando y recordando a Viktor. Se removía incómodamente a veces, pero no despertaba. Era lindo verlo tan tranquilo y sin estar quejándose por todo.

Precisamente a las tres cuarenta y ocho de la madrugada, un dolor agudo lo despertó. Unas fuertes patadas lo alarmaron.

Intentó tranquilizarla, pero no lo logró, se movía demasiado y le dolía. Entonces fue cuando algo le recorrió entre las piernas.

El arte de la vida (Vikturi) •Mpreg•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora