XI. Seis meses

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Se estaban preparando para ir con Ryu. Yuri se encontraba en el coche, mirando por la ventana, y su hermana en el asiento de copiloto cantando con su madre canciones de los noventas.

Pensaba en todo lo que le estaba pasando. En Viktor, en Andrew, en su hijo o hija. No sabía si debía darle una oportunidad a Viktor o a Andrew, si en algún momento se podría enamorar del pelirrojo. De si el doctor se quedaría con el bebé. Tenía muchas cosas en la mente como para concentrarse en una sola. Incluso le dolía la cabeza de tanto pensar en sus problemas. De verdad trataba de mantenerlos apartados, pero era casi imposible. No había día en que no pensara en las últimas caricias que Viktor le dió, en las palabras de Andrew, en las sonrisas de Yuko. Estaba desconcertado.

Deseaba con todas sus fuerzas que fuera niña. Quería que Fujioka se la quedara, que se hiciera cargo de ese bebé. Yuri no estaba aún listo para tener un hijo, dejar sus estudios y trabajar. Simplemente no podía con toda esa carga. Ese niño había sido un completo error. Siempre había pensado que las chicas que se embarazan a una edad joven eran muy irresponsables, que debían hacerse cargo de su comportamiento, pero ahora que lo vivía comenzaba a perder esas ideas. Estaba bien a veces sentirse impotente, no querer a tu propio error es algo razonable. Pero él ni siquiera conocía a fondo su cuerpo, no era su culpa. Intentaba convencerse de eso.

Detuvo sus pensamientos al sentir que el coche se había detenido. El paisaje de los árboles se había sustituido por uno de un gran hospital. Suspiró y bajo del coche, posando una mano en su vientre y otra en su muslo. Le comenzaba a doler cada vez que se movía. Igualmente, era muy incómodo.

Al bajar, se dirijo al consultorio. Ya habían hecho cita, así que no tuvieron que hacer fila. Había muchas mujeres y hombres, pero todos eran adultos.

Al entrar, el doctor los recibió con una sonrisa forzada en sus labios. Parecía un tanto demacrado, pero ninguno de los presentes dijo nada. El doctor se puso frente a él y amplió más su falsa sonrisa.

—Pasen. —pidió.

Las mujeres de la sala asintieron y, queriendo ver a su sobrino y nieto, casi corrieron a la sala de ecografías. Yuri se pintó de un rojo carmesí y las siguió. Se acostó en la misma camilla de siempre y se levantó la camisa. Poco a poco ésta iba creciendo. Era muy extraño para él, nunca pensó que estuviera ahí alguna vez.

El doctor le puso el gel en todo el estómago y fue pasando el detector por éste. Cada vez se volvía más extraño.

Fujioka parecía un poco ansioso, tal vez también estaba tan desesperado como el azabache por saber el sexo del bebé.

Entonces, en un punto, el hombre sonrió.

—¿Quieren saber el sexo?

—¡Sí! —gritaron las chicas, pero las ignoró, mirando al menor.

—Sí. —afirmó.

El doctor sonrió ampliamente y volvió a ver la pantalla.

El pelinegro simplemente no se pudo creer la respuesta, al igual que sus familiares al gritar:

—Niña.

—¡Oh por Dios! —gritó Mari antes de gritar de alegría.

Yuri también sonrió ampliamente. Miró al doctor, pero éste estaba muy ocupado mirando la pantalla como para fijarse en él.

Al limpiarse y levantarse, le pidió a su hermana y madre que lo esperarán afuera, ya que hablaría sobre los siguientes meses con Fujioka. Las mujeres asintieron mientras veían la ecografía a contraluz y desaparecieron por la puerta.

El arte de la vida (Vikturi) •Mpreg•Where stories live. Discover now