Capítulo 2: Nuevo Instituto

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El Instituto Oscar Cáceres alberga una cantidad exagerada de dos mil alumnos. Es considerado el mejor instituto público de Arboleda del Sol y debo asistir a él porque, aunque mi mamá haya conseguido el crédito para comprar nuestra nueva casa (que por alguna razón estaba muy devaluada) aún no podemos permitirnos pagar un colegio privado. Razón por la cual, mamá ha decidido que tengo que entrar sí o sí en él.

Estoy a mitad del penúltimo curso, por lo cual, siento muchísimos nervios. Todos en el Instituto deben tener sus grupos de amigos. Siento que llegaré a irrumpir en su mundo. ¿Y qué tal si no consigo amigos? Pero no, no debe ser así, me digo. Así que pongo el uniforme (falda, calcetas y corbatín verde oscuro y sweater negro) y me peino el cabello en el espejo. Este me devuelve un rostro asustado, de mejillas altas, ojos verdes y cabello castaño claro. Mamá dice que soy muy hermosa, pero yo siento que, de no tener los ojos verdes, sería bastante normalita. Trato de probar varios estilos de cabello: tomado en una cola de caballo, suelto todo a la derecha, suelto todo a la izquierda, suelto hacia la espalda, trenza hacia atrás, hacia un lado. Mi estómago duele del nerviosismo por tener que conocer a gente nueva, pero no soy una persona cobarde. Soy valiente...

Valiente y una mierda.

Me lanzo sobre mi cama a mirar el techo. ¿Qué estará haciendo Salomé? ¿Qué estará haciendo Julián, el chico con el que salí durante un verano? ¿Habrá sido buena idea el mudarnos a una casa en una ciudad tan lejana? Reviso mi celular. Salomé me ha llenado con mensajes de ánimo, obligándome a contarle sobre todos los chicos lindos que haya en el Instituto. Eso mejora un poco mi nerviosismo. Lo bueno de empezar a otra vez, es que hay mucha gente nueva para mirar, y no lo voy a negar, me encanta cuchichear sobre chicos con Salo.

—¡Hija, baja a desayunar! —me grita mamá desde el primer piso.

—¡No tengo hambre! —respondo.

—¡No me hagas subir por ti, Maira Gabriela!

Me levanto de golpe. Esa es mi alerta: si mamá usa mis dos nombres, entonces, podría ser potencialmente castigada si no hago lo que me pide.

—¡Está bien! Voy bajando—grito de vuelta, con pocas ganas.

Vuelvo a mirarme al espejo. Algo llama mi atención. Sin embargo, no es mi reflejo lo que miro. Hay una pequeña manchita en la puerta de mi closet nuevo. Me doy la vuelta y me acerco, caminando con la cabeza ladeada. En realidad, no se trata de una mancha, es más bien un rasguño. Lo toco con mi dedo. Hay una pequeña "L" tallada.

—¡Maira! —vuelve a gritar mamá y doy un respingo.

¿A quién habrá pertenecido esta habitación antes?

(...)

Papá, quien todavía está buscando trabajo en Arboleda del Sol, me lleva a la escuela en su auto, aun cuando solo son tres cuadras que puedo hacer caminando. Creo que quiere sentirse útil. El camino es silencioso porque sé que está preocupado. Aunque mamá fue trasladada como enfermera al hospital local, papá no tiene tanta suerte como ella. Debe valérselas por él mismo para encontrar trabajo.

A pesar de que quiero decir algo, no se me ocurre qué, así que el viaje lo hacemos en total silencio. Sin embargo, antes de bajarme, me da un beso en la frente.

—¡Que tengas buen primer día! —me desea por la ventanilla del auto, antes de desaparecer por la esquina entre los ruidos gangosos de su motor.

Me encamino hasta el Instituto. Está demasiado lleno de gente, lo que me abruma y da esperanzas al mismo tiempo. Hay dos mil alumnos en este lugar. Es imposible que no encuentre al menos un amigo. Me encamino hasta la dirección antes del toque de timbre, donde me encuentro con la secretaria.

Más allá de lo visibleWhere stories live. Discover now