Capítulo 13: Max

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Capítulo 13: Max

Despierto por la mañana con un ligero dolor de cabeza. Me cuesta abrir los ojos y lo primero que viene a mi mente es Ele. Me levanto de golpe escaneando todos los rincones de mi habitación, sin embargo, un fuerte mareo me hace cerrar los ojos. No debí haberme levantado con tanta brusquedad. Al abrirlos otra vez, noto que la habitación luce vacía. La luz entra por la ventana bañando el escritorio de destellos dorado, los cuadernos intactos. La silla está ligeramente hacia afuera, vacía. El clóset está cerrado y mantiene la misma letra "L" tallada en la madera y luego estoy yo, sentada sobre la cama con el pelo desordenado y la vaga sensación de volver a estar sola en ese lugar.

¿Ele?

Saco las colchas de mis piernas y me siento en la cama, con las piernas hacia el suelo. El dolor de cabeza comienza a hacerse más fuerte y no puedo evitar tener la sensación de haber despertado de alguna especie de sueño. ¿Realmente hablé con Ele la noche anterior? Acaricio la piel desnuda de mis brazos, mientras sigo mirando a mi alrededor.

—¿Luciano? —pregunto y la voz me sale ronca, acostumbrándose a hablar por la mañana.

Un escalofrío desesperanzador me recorre cuando no hay respuesta. No hay ojos azules ni siquiera los golpes a los que ya me había habituado. Mi respiración se torna más apresurada y comienzo a sentir el miedo subiendo desde mis pies y extendiéndose por mi cuerpo en todas direcciones. El estómago se me retuerce por el nerviosismo, y no puedo configurar pensamientos coherentes. Trato de tranquilizarme, respirando fuertemente por la nariz y exhalando por la boca, pero más tarde noto que no tiene ningún resultado. Sigo igual de nerviosa, así que me paro en medio de la habitación y empiezo a susurrar el nombre de Ele una y otra vez, pero no hay respuesta.

¿Se ha ido? ¿Ha sido culpa mía? ¿Se ha ido porque he hablado con él?

Miles de preguntas se encajan en mi garganta, pero él no responde a ninguno de mis llamados. Tomo la cajita en donde están guardadas las piezas de dominó de cobre y las lanzo al suelo.

—¿Ele, estás ahí? Ele respóndeme, por favor—le pido, arrodillándome en el suelo, esperando con demasiada fuerza el ver aquellas piezas moviéndose, tratando de decirme algo.

Espero cinco minutos, diez minutos, media hora. No hay respuesta y cuanto más espero, más desesperanzada me siento. Pongo mis manos en mi rostro, tratando de no sollozar. Mi cuerpo tiembla por completo y no puedo evitar preguntarme por qué todo este asunto me tiene así, tan de los nervios. ¿No debería estar feliz porque al fin ha desaparecido? Sin embargo, todo lo que siento es un profundo vacío. Ele debería estar aquí.

Ele debería estar aquí.

Un sollozo fuerte se me escapa, mientras siento las lágrimas comenzar a descender. Es ahí cuando siento una vibración en mi velador, corta pero certera. Abro los ojos y miro hacia allá, llena de ilusiones, pero no es Ele quien se ha manifestado, sino que es mi móvil, al que le brilla la pantalla. Abatida, me levanto del suelo y camino hasta allá, sentándome en la cama. La suavidad de la colcha me recibe, como si quisiera acariciarme en estos momentos en que me siento triste.

El móvil tiene un nuevo mensaje de Rostrum.

Max, pienso.

Abro el mensaje con velocidad, como si mi cuerpo hubiera tomado vida otra vez. En efecto, es Maximiliano Hormazábal quien ha respondido mi mensaje. Mi respiración se entrecorta, porque es justamente que estaba esperando.

Max Hormazábal dice:

Hola, Maira. ¿El señor Jiménez aún se acuerda de mí? Jaja, qué bien se siente saber que un viejo amigo todavía te tiene aprecio. Me encantaría poder ayudarte, así que agradecería que me dijeras para qué soy bueno.

Más allá de lo visibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora