02: Desde el otro lado

161 32 7
                                    


N/A: Aconsejo leer el capítulo escuchando la canción. 

02: Desde el otro lado

Recuerdo que cuando asistía a la escuela era un chico muy afortunado. Tenía amigos increíbles y difícilmente había momentos en los que estaba solo. Convivir conmigo mismo no era algo que hiciera con regularidad. Recuerdo haber pasado los mejores días de mi vida en la escuela, donde, por extraño que parezca, ser bueno en matemáticas y en los deportes hacían una buena suma. Nadie me juzgaba por aquello, es más, se puede decir que hasta era popular. Y no en el mal sentido, le agradaba a mucha gente y ellos me agradaban a mí. Recuerdo también los días en que celebrábamos los premios que ganábamos con el equipo de fútbol o los trofeos que recibí por las competencias de matemáticas; las fiestas que montaba en casa con mis amigos y lo orgullosos que estaban mis padres por mí. Incluso había una chica que me gustaba y yo a ella.

Eran buenos días... Sin embargo, todo eso quedó atrás, tan atrás que eso es lo peor de todo. Puedo recordar las situaciones de mi vida, pero no soy capaz de recordar sus rostros. Es como si todas las personas de mi existencia hubiesen sido decapitadas y lanzadas al mar de mis recuerdos, hundiéndome en un profundo abismo de sombras. Por eso nada solía impresionarme. Solía ser muy impresionable y recuerdo haberle temido la oscuridad de la noche, pero eso se acabó con el tiempo. Después de todo, todas las noches eran desesperantemente iguales. Una tras otra, oscuridad, luz, oscuridad, luz, noche, día, noche, día. Todo exactamente igual, todo lúgubre.

Por lo que, cuando Maira me notó, todo fue muy diferente. Nadie había sido capaz de notarme hasta ella y por esa razón ella es la esperanza que emergió invisible en mi interior.

Siento una especie de cariño especial por ella. Cuando Maira entra a nuestra habitación (definitivamente ya no puedo decir que es solo mía), parece que todo se iluminara, y no tan solo en un modo figurado. Siento como si mi cuerpo se hiciera más fuerte, como si mis pies pudieran sentir la tierra bajo ellos; y cuando se va, otra vez me vuelvo incorpóreo.

Este día la veo triste. No parece tan curiosa ni tan asustada como siempre y eso me preocupa por muchas razones, pero la principal es que no quiero que se vaya. Necesito que se quede aquí o terminaré por desaparecer. Lentamente, lanzo las fichas de dominó al suelo para preguntarle qué le sucede. Quisiera tener un mejor sistema de comunicación. Quisiera que Maira pudiera escucharme y poder hablarnos.

—Si te soy sincera—susurra mirando el suelo— , no sé que pasa, Luciano...—¿No sabe qué pasa? —. Hoy conocí tu rostro, ¿sabes?

Me quedo en silencio durante un momento. ¿Sabe cómo luzco? ¿Cómo luciré ahora?

Siempre he sido rubio. Mamá decía que el cabello de mi hermano y el mío eran como rayos de sol y que habíamos sido bendecidos, porque habíamos sido besados por el sol... También extrañaba a mi hermano. Doy dos golpes para que continúe.

—Sí... — murmura, suavemente y luego mira a la nada, sonriendo débilmente—y no me esperaba que tuvieras esos rasgos tan arios—comenta, dejando escapar una de sus risas leves, esas que utiliza cuando está bromeando.

Me río, genuinamente. De esas risas que puedo contar con los dedos de las manos. Me acerco un paso a ella, pero mi risa queda ahogada en mi garganta cuando Maira se pone blanca.

¿Qué pasa?, quiero preguntar.

—¿Ele, has sido tú? —pregunta, haciendo que eche mi cabeza hacia atrás— Luciano, ¿tú te reíste?

¿Qué?

—¿Me has oído? —le pregunto con voz débil, poniéndome de frente a ella. Quiero que me mire, pero su vista pasa de mí a pesar de que yo busco sus ojos—. Sí, Maira, fui yo. Yo reí. He sido yo. ¿Me escuchas? ¿Maira, me escuchas?

Golpeo dos veces la pared, empezando a sentirme desesperado, porque no parece escuchar lo que le estoy diciendo.

—Te escuché reír—sostiene otra vez, mirando hacia todos lados— Luciano, te he oído.

—Maira, ¿puedes escucharme? ¡¿Maira, me escuchas?!—pregunto, poniéndome frente a ella con desesperación. La esperanza se transforma de golpe en tristeza—. ¡Estoy aquí! Por la mierda, ¡Maira, estoy aquí! —grito, desesperanzado.

Pero aunque grite nadie va a oírme.

¿Por qué no puedes oírme? ¿Maira, por qué?

Lo más cerca que tengo en ese momento es la pared del armario, la que golpeo con fuerza, con ira y tristeza. No tengo una palabra para definir lo que estoy sintiendo. La frustración me hace soltar lágrimas invisibles, mientras golpeo la puerta y monto un gran escándalo. ¿Por qué me está pasando todo esto? ¿Por qué llevo siglos sin poder hablar con nadie? ¿Por qué Maira me escucha y ya no? ¿Por qué? ¿Por qué tengo que simplemente no puedo desaparecer para dejar de sentirme atrapado? El pecho me duele profundamente. Quiero desaparecer, quiero que todo esto acabe.

Sigo golpeando hasta que el suave sollozo de la muchacha desvía mi atención. Maira está llorando y parece tan triste como yo. ¿Qué nos estamos haciendo? Sonrío amargamente, porque ni siquiera hemos podido hablar.

Maira tapa su rostro con sus manos llorando en silencio. No quiere que la escuchen y tampoco quiere que la vea, porque se oculta. No me gusta verla llorando, porque sé que soy el causante de su dolor. Pongo la mano en su hombro, pero ella no levanta el rostro y supongo que está bien. Acaricio levemente con el pulgar hasta que siento cómo mi cuerpo vuelve a retraerse.

Maira no se merece esto. Yo debería irme.

Debería poder irme. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Más allá de lo visibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora