Carta no enviada. Chūya

643 79 25
                                    

"El tiempo que queda es incierto. Las personas vienen y se van más rápido de lo que imaginamos, las palabras se esfuman antes de que podamos grabarlas en nuestras memorias y los recuerdos cada vez se vuelven más borrosos. Pero lo que sí podemos afirmar con certeza es que los sentimientos siempre prevalecen. Sin importar qué pase, nuestro corazón será capaz de recordarlos. Porque los sentimientos rompen todas las barreras que nuestra lógica impone y llegan a lo más profundo de nuestro ser, el alma."

Abro los ojos con pesadez

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Abro los ojos con pesadez. Todo a mi alrededor es obscuridad. Siento un peso extra en los pies de la cama. Trato de levantarme pero no me es posible, mi cuerpo duele y mi mente se nubla por el esfuerzo. Quiero soltar un grito de dolor mas mi orgullo me lo impide. Trato de tranquilizarme.

Una vez que me calmo puedo observar con mayor calma mi entorno. Me encuentro en una cama de hospital, eso es seguro. No reconozco el lugar así que me queda más que claro que no estoy en la Mafia. No entiendo el porqué sigo con vida si después de todo me he esforzado lo suficiente como para borrar mi existencia de una buena vez, pero al verte todo me queda claro.

Ese peso extra en mi cama eres tú, Dazai. Te encuentras delante mío, dormido, con el semblante preocupado y luces desmejorado. Como puedo me acerco a ti, no me he movido mucho pues no quiero despertarte, pero los pocos centímetros que logro avanzar me son suficientes para ver tu rostro desmejorado.

A pesar de estar durmiendo, las ojeras que tienes son evidentes. Tu cara se ve pálida y no sólo eso, ha adelgazado. No puedo apreciar más detalles de tu cuerpo pero eso me basta para entender que tú también has sufrido con todo esto. Idiota, por favor perdóname por todo el daño que te he hecho. No debiste de haberte molestado en salvarme, no lo merezco.

Un inmenso dolor me invade y las ganas de llorar se hacen presentes. Comienzo a ver borroso y mis ojos se están llenando de lágrimas que al parecer no cesarán en un buen rato. Intento bajar con cuidado de la cama para tratar de huir y al hacerlo te despierto.

Entro en pánico y a pesar de eso mi cuerpo no me responde. Me he quedado inmóvil. Nuestras miradas se cruzan y en cuanto lo hacen tus ojos se abren aún más y de inmediato te levantas para acercarte a mí. Me preguntas si me encuentro bien pero yo decido callarme, no soy digno de que me dirijas la palabra. Al menos, ya no más.

Continúo llorando sin decirte algo o sin siquiera atreverme a verte. Después de todo, ¿cómo es posible que te hable nuevamente si todo este lío lo he causado yo mismo?

Al ver que no obtienes respuesta alguna me abrazas fuertemente entre tus brazos y yo hundo mi rostro entre tu cuello. Por más resistencia que piense poner mi cuerpo no me lo permite, el sabe que lo que más deseo y desee en todo este tiempo fue el tenerte de nuevo aferrado a mí. Las lágrimas se incrementan y recién me doy cuenta que mi llanto ya no es silencioso, sino que estoy llorando como un niño pequeño mientras me aferro a ti con la mayor fuerza posible, aunque no es mucha ya que aún me encuentro débil.

Después de un tiempo soy capaz de entender que no soy el único llorando sino que tú también lo haces. Siento algunas de tus lagrimas recorrer mi espalda y eso hace que mi pecho duela más. Me odio por lastimarte, me odio por mentirte y desaparecer, pero me odio más que nada por ser yo el que te ha traído tanta tristeza aún cuando yo me juré hacerte feliz. De verdad que soy de lo peor.

Me hablas dulcemente y me acaricias el cabello con delicadeza como si trataras de calmarme. Al parecer te has dado cuenta del repudio que estoy sintiendo hacia mí en estos momentos. Con cuidado te separas un poco y me encuentro con tus ojos. Aparto la mirada pero tú te encargas de hacer que te vea nuevamente. Sostienes mi barbilla entre tus dedos y sin darme tiempo a reaccionar me besas.

En él ambos nos transmitimos la desesperación que teníamos por volver a vernos, la ansiedad de no saber cómo estaba el otro, el dolor que la distancia nos causaba y la frustración de no poder reunirnos en tanto tiempo. A través de él me permites conocer el miedo que tenías de perderme y la tristeza por la que pasaste, mientras que yo trato de evocar aquel vacío que tenía, la culpa que me carcomía por abandonarte y mi último deseo que ahora se ha vuelto realidad, el volver a verte.

Ese beso es un remolino de emociones y sentimientos, y aunque tengamos cientos de cosas que queramos decir por medio de él, hay algo que predomina y me tranquiliza un poco. Ambos continuamos amando al otro. Sin importar qué, el amor y el cariño que nos tenemos predomina en nuestros corazones y me hace tener la esperanza de que mi error aún puede solucionarse.

Ambos cortamos el beso y me ayudas a recostarme en la cama. Dices que necesito descansar y yo te doy la razón pues mi cuerpo parece no querer responder más a mis órdenes.

Una vez que estoy recostado veo cómo te levantas para dejar la habitación y eso hace que el miedo se apodere de mi. Con las pocas fuerzas que me quedan sujeto tu mano y doy unos cuantos tirones de tu manga, implorándote que te quedes. Al parecer lo entiendes y te acercas para revolver mis cabellos y besar mi frente. Dices que no tardarás, que confíe en ti. Acepto y te dejar ir mientras cierro los ojos y me olvido de mi realidad.

Antes de que pierda el conocimiento por completo logro recordar tu rostro de hace unos minutos y aunque al parecer todo se ha arreglado entre los dos me doy cuenta de que no es así. Aún tengo muchas cosas que arreglar contigo y sobre todo, tengo que definir qué es lo que haré después. Pero por el momento, lo único que quiero es dormir con la certeza de que mañana estarás a mi lado.

Justo como debió ser desde un principio.

Cartas no enviadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora