Capítulo 5

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Casi me atraganté con un trago de limonada. Quería desvanecer. Necesitaba una especie de poder mágico para hacerme invisible.

Estaba en la entrada mirando a la cajera cuando de pronto giró su cara a mí y entonces nuestras miradas se cruzaron.  Sonrió y vi su hilera de dientes perfectos. Demonios. Me derretí en mi silla. Baje la mirada y traté de ocultarme detrás de mí cabello.

-¿Qué pasa? –Preguntó Clarisa. Tomé una bocanada de aire tratando de sacar valor del oxígeno.

-Nada. –Retome compostura y miré a Sat y lo fulminé con la mirada.

-¿Nada?

-Si estas más pálida que la harina. En serio, pareces que viste un fantasma.

-Pues un fantasma no, pero si a alguien. –Respondí con la mirada en sus ojos, tratando de ignorar a Sat.

Pude ver por el rabillo de ojo que Sat se acercaba y una ola de nervios me recorrió toda mi columna vertebral. Trague saliva y me erguí más para verme más confiada. Moví mi cabello con mis manos sin saber por qué, solo lo hice y ya.

-Christina. –Dijo Sat. Al pronunciar mi nombre, con su sensual voz, todo mi cuerpo tembló. Miré a Clarisa y abrió la boca casi parecía que se le iba a zafar.

-Sat. –Dije con la mirada hacia la puerta.

-Me gusta como dices mi nombre, tus labios se ven, no lo sé, besables. –Sentí como me coloraba pero traté de controlarme y no mostrar ninguna vulnerabilidad.

-Y tu mejilla se ve, no sé, abofeteable. –Dije. Lo miré a la nariz, no a los ojos, porque si lo veía a los ojos me derretiría ahí mismo.

-Cuanta agresividad.

-Bueno, bueno, ¿pero que pasa aquí, de que me he perdido? –Me dijo Clarisa.

-Pues que tu amiga y yo salimos y no me quiere volver a hablar. –Mintió rápidamente Sat.

Miré a Clarisa a los ojos y negué enérgicamente con la cabeza justo después de que su quijada cayó de nuevo. Sat comenzó a reírse con ganas. Su sonrisa mostraba sus dientes perfectos y su risa era, pues sensual, tal como él.

-Déjate de chistes que no estoy para perder el tiempo. –Dije de nuevo a su nariz y con toda la agresividad que pude encontrar. Él de pronto paró de reír.

Antes de poder reaccionar o pensar si quiera el azotó sus puños contra la mesa en haciendo un ruido estruendoso. Mi corazón dio un brinco. Tenía la cara de Sat a menos de cinco centímetros de la mía. Tragué saliva. Sus ojos de pronto se volvieron como negros al ver su ceño fruncido. Sentía miedo, pero traté de no reflejarlo. Lo fulminé con la mirada como pude y se separó. Recobro la compostura y relajó la expresión pero se le veía claramente que estaba enfadado.

-No soy un chico bueno Christina, a mí no me gusta que me hablen así, me gusta sentirme respetado, superior, sabes. No me vuelvas a hablar así. Me has hecho enojar, Christina, me voy, necesito calmarme. Te llamaré luego y más vale que me contestes esta vez.

Tragué saliva. Sat dio media vuelta y se fue por donde vino. ¿Pero qué demonios fue eso?

Llegamos a mi casa. Me despedí de Clarisa porque ella no iba a entrar esta vez. Entré a mi casa. De pronto los ojos de verdes con miel de Sat aparecieron en mi cerebro y casi me caigo cuando cambiaron a ese color extraño, de hecho era el mismo color pero se vio de pronto con algo siniestro que me provocaron escalofríos.

Entré a la ducha con la esperanza de que el recuerdo de Sat en Michael’s se desvaneciera de mi cuerpo y se fueran al drenaje. Pero era pensamiento tonto porque el agua no sería capaz de lavar un recuerdo.

Mi madre llegó tarde en la noche, no se la hora exacta porque ya estaba dormida para entonces.

Esa noche soñé con Sat. Estaba en mi cuarto. Cuando de pronto el irrumpía en él abriendo la puerta de golpe. Yo me levantaba y corría al baño pero él me tomaba por la cintura antes de que pudiera acercarme a la puerta. Sentía su fuerza recorrer todo mi cuerpo. Me lanzaba por los aires y me golpeaba la cabeza con la pared.

-Christina, Christina. –Me decía mediante se acercaba con los puños cerrados. –Ya te dije que no me gusta que me hagan enfadar.

Me desperté de golpe. Un sudor frío me recorría toda la espalda. Me faltaba el aire y estaba en medio de una taquicardia. Me levanté y fui al baño a mojarme los brazos. Luego la cara para tratar de temperarme. Mi cara estaba hinchada y roja. Baje a la cocina y me serví agua en un vaso donde ya le había puesto un par de hielos antes.

Subí de nuevo y traté de dormirme. Pero no hacía más que rodar en mi cama, enredándome en las sabanas. Pasaron como una o dos horas, a ciencia cierta no lo sé, pero sentí que fue un tiempo eterno antes de poder conciliar el sueño de nuevo. 

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