Capítulo 27

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La fiesta acabó después de medianoche. Y yo no hice más que hablar con Trevor. Acerca de nada en específico. De repente algunos chistes. La primera vez que pude hablar sin ninguna preocupación con él. Como amigos, como amigos normales.

Cuando llegué a mi casa yo estaba más que cansada. Llegué y lo primero que hice fue ir a mi cama y acostarme como una estrella (con los brazos y piernas extendidos). No tenía fuerzas para cambiarme. No entiendo como terminé tan cansada si casi no hice nada.

Reuní fuerzas de forma impresionante y me levanté para quitarme el vestido. Me desmaquille y me solté el cabello. Después de ponerme el pijama tomé la cadena de Asaiah y me la puse para después irme a dormir.

En cuanto toce la almohada con la cabeza me quede profundamente dormida.

Cuando desperté los parpados aun me pesaban bastante. Mis cortinas estaban corridas y había un vaso de jugo en mi mesita de noche. Me incorporé y le di un trago al jugo que ya estaba tibio. Miré el reloj digital de la mesita. Doce treinta.

Me puse de pie para ir al baño y lavarme la cara. En mi reflejo se podía ver como tenia rastros de maquillaje que no me quite ayer por mi cansancio. Y con el agua y el jabón por fin fueron eliminados.

Baje las escaleras con los pies aun pesados. Entre a la cocina y comí un sándwich que me hice. Mi madre no estaba por ningún lado. Terminé mi desayuno comiendo un plátano y subí las escaleras. Le di una mordida a mi plátano y entré al cuarto de mi mamá.

Mi madre estaba frente a su escritorio, con la computadora prendida y con un documento abierto. Le di otro mordisco.

-A penas te dan el ascenso y ya estas cargada de trabajo. –Dije después de tragar.

-Lamentablemente así es. –Dijo sin despegar la mirada de la pantalla.

-Es domingo.

-Lo sé.

-Qué mal.

-¿Vas a salir hoy? –Preguntó aun sin mirarme.

-No lo sé. Tal vez con… -Solo le puedo decir su nombre yo. Tengo que acostumbrarme a llamarlo Sat cuando este con otras personas. –Con Sat.

Y cuando dije su nombre, bueno su apodo fue cuando se giró sobre su silla para mirarme fríamente a través de sus gafas de media luna. Su ceño estaba fruncido y sus labios muy apretados.

-Ese chico. –Dijo de modo despectivo.

-Ese chico. –Repetí. –Ahora es mi novio. –Vaya se siente bien decir eso. –No entiendo por qué no te agrada.

-Es un criminal.

-¿Y qué paso con eso de se ve que te quiere?

-No lo niego.

-¿Entonces?

-Hay veces en las que herimos a las personas que más queremos.

-Eso no quiere decir que él lo haga. –No grito pero lo digo segura y enojada.

-Siempre hay un momento en el que lo hacemos, hija. Te he herido a ti y a tu padre.

-Nunca entendí por qué te pones de mártir siempre con eso. Tú elegiste engañarlo, nadie te obligó. –Eso último se me salió de la boca sin pensar.

Mi madre no me respondió. La mirada se le ablando y su boca se abrió ligeramente como para decirme algo, pero no podía. Una lágrima se le coló de su ojo. No me gusta verla llorar.

-Mamá. –La voz se me volvió temblorosa. –Perdón.

-Déjame sola. Por favor. –Clavó su mirada al suelo.

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