Capítulo 8

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Mi casa estaba sola. Aun no llegaba mi mamá a pesar que eran ya pasadas las seis. Me dolía la cabeza y me sentía abrumada. Subí a mi cuarto cuidando cada uno de mis pasos porque la verdad me pesaban demasiado, como si tuviera atado un par de yunques a cada pie.

Me arroje sobre mi cama abrazando mi almohada muy fuerte contra mi cara. No pude evitarlo pero mis ojos comenzaron a arder y las primeras lágrimas se derramaron. No tengo idea de por qué me dio por llorar si nunca lloro. Me quede dormida entre mis lágrimas.

De pronto un ruido de motor me llamó la atención. Abrí los ojos. Tenía lagañas por las lágrimas y me las limpie con las yemas de los dedos mientras me paraba a ver por la ventana. Era el auto de mi mamá. Suspiré y fui a cambiarme de ropa. Cuando mi madre llegó a mi cuarto a saludar se veía muy cansada.

-¿Qué sucedió? –Pregunté.

-Nada, ya sabes, las jornadas largas de los gerentes. –Me respondió encogiéndose de hombros.

-Que mal.

-¿Qué tienes?

-¿Qué tengo de que?

-Te ves triste, ¿Qué paso?

-Nada mamá. –Dije cruzándome de brazos.

-Soy tu madre, a mí no me puedes engañar, te sucede algo, pero como veo que no me quieres decir me voy a mi cuarto y te dejo sola. Si quiera cuéntale a Clarisa que no me gusta verte así. –Después salió.

Contarle a Clarisa no suena tan mala idea después de todo. Tomé mi celular y marque el número dos ya que ella se encontraba en mi marcación rápida. A los dos tonos contestó.

-¡Hola! –Gritó.

-Hola. –Respondí.

-Christina, ¿Qué tienes? –Pregunte.

-Te tengo que contar algo.

Y así le conté absolutamente todo lo que pasó con Sat. Desde la apuesta hasta la persecución.

-¿Pero qué diablos? –Dijo al final de mi explicación.

-No entiendo nada.

-Buena al parecer ese Sat es peor de lo que pensaba.

-Ya se.

-Bueno, entonces Sat no es su nombre, es un apodo y aparte tiene antecedentes penales. ¿Crees que pueda haber estado en una pandilla?

-¿Por qué? –Pregunté.

-Se nota que estás tonta, lo sospeche cuando me dijiste que te hizo trampa con una moneda.

-Gracias, yo también te quiero.

-Bueno ya. A lo que me refería es que tal vez estuvo en una pandilla y se fue y se quedó debiéndoles dinero.

-Él dijo que no les debía nada y que era algo del pasado.

-Te ha estado engañando todo el tiempo, ¿En serio te crees eso? Porque yo no.

-Creo que puede que tengas razón. –De pronto algo se me vino a la mente. –Tenía tatuado algo en las costillas.

-¿Qué hiciste con él? –Gritó.

-¡Nada! Solo se quitó la playera y pues vi que tenía algo tatuado.

-Bueno ya, ¿Qué era?

-No lo sé. Eran palabras en cursiva, eran siete. ¿Qué podría haber sido?

-El nombre de su ex pandilla.

-No lo creo, a menos que se llame Los rudos que andan en motocicletas.

-Esas son cinco palabras. Pero veo a lo que te refieres. Tienes razón. Esto esta raro.

-Demasiado. Lo que más me confunde es que actúa como si no pasara nada, o sea después de lo de la camioneta él como si nada.

-Es que, bueno, no encuentro respuesta lógica para eso.

-No, ni yo.

-¿Entonces irás a la cita con él?

-¿Tú irías?

-No lo sé.

Después tratamos de cambiar de tema. Pero la verdad ambas estábamos preocupadas por esto. Después de un rato colgamos y yo empecé a leer mi libro nuevo hasta quedarme dormida.

Al igual que antes esa noche soñé con Sat pero este sueño fue muy distinto al otro.

Estaba en algo que parecía un bosque. Hacía frio. Estaba tan oscuro que no me veía los pies. Solo se alcanzaban a ver algunos halos de luz de la luna y las estrellas por entre las copas de los árboles. Comencé a escuchar unos susurros, una voz, que decía mi nombre. Giré a ver de dónde provenía la voz y me topé con unos ojos negros y brillantes que me miraban desde un árbol. Me caí de espaldas por el susto. Y antes de poder pararme la criatura se me arrojó, tomándome de las manos e inmovilizando mis piernas. Y lo vi. Sat.

Di un brinco dentro de mi cama y desperté agitada.

-¡Maldito idiota! –Grité. -¿Qué no puedes dejar en paz ni siquiera mis sueños?

Miré mi reloj digital que estaba en mi cómoda. Cuatro treinta. De pronto oí un chillido que no podía identificar, luego lo reconocí, mi celular. Me paré pero sentí como mi estómago se revolvió por alguna extraña razón. Lo tomé y conteste sin fijarme en el número.

-¿Hola? –Dije con la voz somnolienta.

-¿Christina? –Al oír su voz mi cuerpo dio una sacudida y me desperté completamente.

-¿Qué quieres?

-¿Estas bien?

-¿Por qué no lo estaría?

-Por lo de la tarde, te quería perdón por no preocuparme demasiado por ti, es que sí, me sucede a menudo, eso de las persecuciones y demás. Así que te digo que trates de alejarte de mí, aunque para mí eso sea imposible.

Y colgó. 

BestiaWhere stories live. Discover now