Capítulo 17

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La playa era pequeña y se podría decir que estaba algo sucia. Estaba bastante sola, solo había unas cuantas parejas tumbadas en la arena haciendo lo suyo.

Nos bajamos de la camioneta y Sat sacó una sábana de la parte trasera de su camioneta. Lo seguí por la playa hasta encontrar algo como una caseta, estaba sola y en ruinas pero daba sombra. Colocó la sabana sobre la arena, al lado de la caseta y se dejó caer allí.

-Ven. –Me dijo mientras abrazaba sus piernas.

Me dejé caer al lado de él. Sat estiró sus piernas y recargué mi cabeza en su regazo. Me froté los ojos con los puños y los cerré.

-No te quedes dormida. –Me dijo.

-Tengo sueño, me haces levantarme temprano.

-Pudiste haberte dormido en el auto en el camino para acá.

-Pero no lo hice, tenía miedo de que me fueras a secuestrar. –Dije divertida.

-Oh sí. Si te secuestraría sería en mi casa.  –Dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Se inclinó y me dio un beso en los labios. –Y nunca te dejaría salir. –Me dio otro beso. –Te tendría solo para mí. –Me dio otro beso pero más largo. –Tal como quisiera.

Deslizó su mano derecha por mi vientre y la metió por debajo de mi débil playera de algodón. Pensé que la movería pero simplemente la mantuvo ahí todo el tiempo que duró nuestro beso.

Se paró con mucho cuidado dejando mi cabeza sobre la tela. Cerré los ojos y lo sentí quitándome los tenis. Di un brinco y encogí los pies.

-¡Sat! –Grite.

-Es una playa, no necesitas zapatos.

Abrí los ojos y estaba ahí Sat, descalzo. Me sonrió y yo traté de fingir su sonrisa. Me senté y me quité los tenis.

-¿Contento?

Él asintió con una sonrisa pícara. Luego se me arrojó encima haciéndome que me golpeara la espalda contra la arena. Sus manos subieron por mis costados causándome cosquillas. Y solté una carcajada. Y me calló con un beso. Invadió toda mi boca y su cuerpo estaba demasiado junto al mío. Finalizó como siempre con una mordida. Se puso de pie y se sacó la playera (su típico cuello en V) gris obscuro.

-¿Qué haces? –Pregunté después de que se la quitó.

-Es una playa, hace calor.  -Se sentó junto a mí y me sonrió con una sonrisa pícara. –No me digas que no te gustan los chicos con espaldas anchas y abdomen marcado. –Me ruboricé. –Además quería mostrarte algunas cicatrices que tengo.

Giró medio cuerpo dándome la espalda y enseguida esa gran cicatriz que surcaba toda su espalda en diagonal apareció. Estiré mi mano temblorosa y la toqué. Era uniformé y la herida debió de ser muy profunda. Él se estremeció cuando comencé a recorrer todo el camino de la cicatriz.

-Suficiente. –Sonó irritado pero mezclado con otra cosa. –Tengo otra aquí.

Justo en medio de sus costillas había una cicatriz de unos quince o veinte centímetros en horizontal. Tal como con la otra la toqué.

-¿Te duele? –Pregunté.

-Dejo de dolerme lo que me hagan hace varios años. Incluso antes de que tuviera esas cicatrices.

Alzó el brazo derecho y a la altura de su codo, en las costillas también había otra cicatriz. Está era más grande e irregular. Esta debió de ser la más profunda.

-Esas dos fueron con el mismo cuchillo. –Me dijo al oído.

Se inclinó y recargó su frente en mis rodillas. Justo en su nuca había otra cicatriz, la más pequeña pero aún era bastante grande, de unos diez centímetros.

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