Prologo

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"Es un sueño, es un simple sueño pronto despertaré" Katara lo repetía una y otra vez, tal vez así se volvería realidad en algún punto. 'Ja! Como si fuera así de fácil' la molesta voz en su cabeza la devolvía a la realidad, sacándole un gesto de disgusto. La anciana la ahuyentó. No quería saber nada de ella justo ahora. No cuando todo su mundo estaba a punto de derrumbarse, cuando una persona tan importante para ella estaba a punto de abandonarla sin más.

-no llores, Katara, no llores- se repetía en voz alta, intentando darse valor aunque una cálida lagrima ya mojaba su piel. Escucho un sonido que le pareció obsceno y casi le produjo asco, antes de darse cuenta que había sido el sonido de sus propios sollozos, que salían sin control de su garganta.

Otro sonido la sobresalto, pero esta vez se trataba de la puerta de la habitación que se hacía a un lado para dejar pasar a la persona que estaba del otro lado, sin que siquiera hubiera tocado. Katara sabía de quien se trataba y limpio las lágrimas de su rostro como si estuvieran hechas de ácido, agradeciendo a todos los espíritus que su espalda fuera lo único que la otra persona podía ver.

-Katara- la insegura voz el Avatar llego a sus oídos, pero no contesto. Sabía que se le quebraría la voz, así que prefirió quedarse callada. El Maestro-Aire no quería ni respirar, sabiendo lo mucho que la mujer había sufrido y seguía sufriendo por su causa, pero tenía que hacer lo que lo había llevado hasta ahí –Katara, por favor

-que es lo que quieres, Aang?- el frío tono de voz lo hizo retroceder un paso, pero siguió firme en su decisión y se acercó lentamente hasta quedar a unos cuantos metros de ella

-yo solo quiero que me perdones- el sonido de desprecio que salió de ella fue peor que cualquier insulto o golpe que pudiera haberle dado. De hecho, Aang hubiera preferido que practicara Sangre-Control con él antes de tener que escuchar eso –sé que no estoy en posición de pedírtelo, pero no puedo irme sin que me perdones

Katara mantuvo la vista fija en el fuego, viendo como danzaba lentamente alimentado por el aire a su alrededor y destruyendo la madera bajo el Katara casi pudo sonreír por la cruel metáfora. El suave crepitar de las llamas casi sonaban como una burla en sus oídos, como si el fuego se riera de ella.

-no te odio, si es a lo que te refieres- dijo monótonamente, sin atreverse a mirarlo de frente a sabiendas de que eso la haría perder el poco autocontrol que aún le quedaba –ambos sabemos a qué viniste aquí, así que no pierdas más el tiempo y regresa con Zuko, seguramente está esperándote.

Katara se sintió aliviada cuando no escucho más ruido, pensando que el anciano Avatar había seguido su consejo y se había ido de ahí, pero antes de que pudiera siquiera registrar lo que pasaba, el monje la sostenía suavemente entre sus brazos, ligeramente encorvado por la diferencia de estatura que ni la edad había logrado reducir. Maldita, la legendaria velocidad de los Maestros-Aire, pensó la Maestra-Agua, mientras el cálido aliento de su esposo rozaba la piel de su rostro acompañando a sus palabras.

-perdóname, Katara. Sé que no lo creerás, pero nunca quise que todo esto pasara espero que puedas perdonarme y solo te pido que cuides de Tenzin- y tan rápido como el contacto inicio, se fue, dejando a la mujer preguntándose si en verdad había ocurrido o solo era una ilusión de su mente que tantas otras veces le había jugado trucos igual de crueles.

-no voy a llorar no voy a- el llanto le corto las palabras y sus piernas no pudieron sostener por más tiempo su peso, cayendo sobre sus rodillas para quedar completamente sentada en el suelo, mientras los profundos sollozos convulsionaban su frágil cuerpo y las lágrimas mojaban la alfombra bajo ella.

Aang se apartó de la puerta en cuanto escucho el profundo llanto de su esposa. Esto era demasiado cruel, más para ella que para él, eso lo sabía muy bien. Pero lo que le había dicho era la verdad, jamás pensó que todo esto ocurriría de ninguna forma y jamás quiso que pasara, pero así fue. Y la verdad era que, lo único de lo que se arrepentía era de haberle causado tanto dolor a ella.

-pero supongo que ya es tarde para lamentarse por eso- se dijo a sí mismo, sin miedo a que alguien lo escuchara, todos los sirvientes estaban cerca de la habitación del Señor del Fuego y no se iban a mover de ahí por algún rato.

Aang siguió caminando a través de los largos pasillos del palacio. Si no hubiera pasado tanto tiempo ahí, seguramente estaría perdido, pero sabía muy bien qué camino tomar para llegar hasta su objetivo. Sus pasos se hicieron más lentos cuando llego al largo pasillo que hacía de galería para las pinturas de todos los Señores del Fuego. Zuko había estado listo para destruirlas pero Aang lo había convencido de no hacerlo, haciéndole ver que, un pueblo que no recuerda sus errores pasados, está condenado a repetirlos. Había estado un millón de veces en ese mismo lugar y nunca dejaba de asombrarse por lo imponente de las imágenes dibujadas en las enormes paredes. En cada ocasión, veía fijamente la imagen del hombre que destruyo a toda su raza tan solo para encontrarlo a él, como si al ver su pintura pudiera entender por qué la ambición de el Señor del Fuego Sozin había sido más fuerte que su amistad con su vida pasada, Avatar Roku. Luego estaba el Señor del Fuego Azulon, y el Maestro-Aire no tenía ninguna duda del porqué de sus acciones. Mirada fría y cruel que ni siquiera en la pintura abandonaba sus ojos. Casi al final de la línea estaba la imagen del padre de su mejor amigo, si es que aun podía llamarle así. Ambicioso y lleno de sed de poder y sangre, tal como su abuelo, sin importarle el resto del mundo o siquiera su propia gente. Su imagen siempre le producía una rara mezcla de alegría y tristeza. La alegría, pensaba él, venia no tanto del hecho de haber podido derrotarlo, si no del hecho de que Ozai era el progenitor de la persona más importante en su vida, algo que nunca terminaría de agradecerle lo suficiente. La tristeza, de ver cómo había tratado y más que nada, herido a esa misma persona, en todas las maneras posibles y tal vez otras que necesitaban inventarse exclusivamente para él.

-siempre me gusto esta pintura- sonrió al sonido de sus propias palabras resonando en el amplio corredor. El Señor del Fuego Zuko, o al menos su pintura, lo observaba desde la pared y el monje no pudo evitar, como cada ocasión, perderse en ella. Imponente, era la palabra para describirlo. Era el único de los últimos cinco gobernantes que mantenía una expresión amable y mirada tranquila. Todos siempre quedaban admirados ante lo delicado y detallado del grabado, pero para Aang, nada de eso era lo más impresionante. El apreciaba especialmente el intenso dorado que el artista había utilizado en los ojos del soberano, que parecían penetrar en el alma de quien los observara o tal vez solo era él quien se sentía así cuando los veía.

-debo darme prisa- suspiro profundamente, saliendo de su ensueño y siguió su camino; después de todo, se dirigía hacia donde estaba el original de esa copia magnifica. Una sonrisa melancólica adorno sus labios. Esta historia pronto encontraría su final y no se lo iba a perder.

Hacer  lo   que sea necesarioOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz