D E C I M O O C T A V O

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El castillo de naipes que es la vida.


—Buenos días, necesito saber si hay alguien aquí internado llamado Ava Sanders —pregunto a la recepcionista del hospital.

—Permíteme un momento —pide revisando su computadora.

Desde ayer que llamó el hospital, cientos de pensamientos han pasado por mi mente y aunque estoy preocupada lo más probable es que Ava esté acá por su descuidada forma de alimentarse, esa chica tiene severos problemas con la vagancia, ¿a quién le da flojera hacerse comida a sí mismo?, a ella solamente. Y además cuando se levanta por fin a cocinar lo máximo que hace es espaguetti con ketchup, lo que me alivia es que al menos su madre estará acá con ella acompañándola, nunca he visto a la señora, Ava habla de ella con mucho cariño pero a su vez con mucha reserva como si hubiese algo acerca de su familia que está ocultando, así que no sé a qué me estoy enfrentando.

—La paciente Sanders está en la sala de intensivos, habitación 247 en el segundo piso —informa una señora canosa—. Pero los días de visita son los Sábados y Viernes, me temo que no podrá ingresar a la habitación del paciente, —Me ve con pena— lo siento pero son las reglas y deben cumplirse.

¿Sala de tratamientos intensivos? ¿Qué tan grave es lo que le está sucediendo a Ava?

—Oh, ¿enserio? —Suspiro decepcionada tensando mi cuerpo—. Qué mal, creo que tendré que venir otro día, muchas gracias —Me lamento despidiéndome de ella, para salir por la puerta del hospital.

Tengo la cabeza en blanco algo aturdida por la idea de esperar tanto para poderla ver o saber algo acerca de lo que tiene, no tengo forma de comunicarme con ella ni siquiera contesta el celular, ¿por qué tengo que esperar tanto? Es tan frustrante, pero son las reglas ¿pero para qué están de todos modos? En serio estoy muy preocupada.

Me detengo en seco justo en la acera frente a la entrada.

¿Voy a hacer esto?

No. Váyanse a la mierda, que se mamen una caravana de buenas alabanzas.

Las reglas puede guardárselas para quién las quiera o las necesite, yo entro a ver a Ava sí o sí, no pienso irme después de saber que está internada en un hospital con un régimen intenso de tratamientos. Saco mi teléfono marcando el número de la única persona que me apoyaría en cualquier locura porque claramente tiene un peo mental de otro nivel: Maven, a esta hora probablemente haya terminado su turno de la mañana.

—¿Te regalaron un vibrador o algo igual de alucinante? Porque para que me estés llamando, debe ser algo muy importante —Maven contesta en seguida.

—Necesito un favor tuyo Maven.

—¿Algo sexual? No creo poder ayudarte, Adrien la última vez me vió como si le tuviesen extirpando tres espinillas en el culo.

—No, Maven, necesito que me ayudes a entrar a la sala de intensivos de un hospital sin que me vean —Las palabras dejan mi boca rápidamente y solo escucho silencio del otro lado de la línea.

—No sé qué tomaste, pero te voy a ayudar porque sino la vas a cagar y presa no me sirves, pásame tu dirección, déjame ver en qué hago —No me da tiempo de responder cuando termina la llamada.

Una bicicleta se detiene frente a mí, Maven baja de ella con el cabello castaño despeinado, se seca el sudor distraído abriendo el gran morral que descansa en su espalda, de ahí saca un puñado de prendas enrolladas y me las tiende.

—Ten, se las pedí a un amigo, tengo que devolverlas esta noche así que más te vale que me las devuelvas sin una mancha.

Agarro la ropa de enfermero quitándome la sudadera para dársela a Maven que me ve entre curioso y preocupado, entonces sé que quiere preguntarme qué diablos pienso hacer.

Cajitas de CristalWhere stories live. Discover now