Golpeado por chicas

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Fred Morgan, mortal.

¿Una palabra que podría definirme?

Definitivamente ganador.

Y es que no cualquiera logra que completas desconocidas se peleen solo por ver quién capta su atención.

No cualquiera consigue que un par de enemigas se odien aún más tratando de ganar su amor.

No cualquiera hace que algunas chicas abandonen a sus novios por él.

No cualquiera es capaz de hacer que dos hermanas se interesen en él, y por ende, terminen distanciándose.

Pero no cualquiera tiene la suerte de ser el grandioso e increíble Fred Morgan. No cualquiera tiene mi suerte.

Incluso, inconscientemente, había enamorado a algunos chicos. Aunque no les di ni la hora. No me culpen, soy hétero.

Sin embargo, había algo que todavía no había podido hacer: separar a dos mejores amigas.

Y no es que no se me hayan presentado oportunidades, de hecho, sobraban. Pero normalmente esas amistades eran frágiles, falsas, superficiales e hipócritas. Todavía no había podido encontrar a esas mejores amigas de y para toda la vida. A veces creía que solo se trataban de una fantasía, pero no me voy a dar por vencido; después de todo aun soy joven y atractivo, por lo que se podría decir que tengo todo el tiempo del mundo para encontrar a esas dichosas amigas y separarlas; además hoy empieza el año escolar, así que tal vez tenga la oportunidad de topármelas.

Me vi en el espejo, y como cada día desde que tengo memoria, volví a ver a ese alto, guapísimo y musculoso chico de cabello rubio, ojos azules, labios carnosos, mandíbula fuerte y pómulos marcados.

—Buenos días, galán—me dije apenas vi mi reflejo—¿Listo para hacer que todas caigan a tus pies?

Pues claro, siempre lo estoy.
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El día transcurrió normal...o lo que es normal para mí.

Las chicas me amaban, los directivos me odiaban (aunque nunca lo comentaban) y los chicos trataban de que les contagie un poco de mi asombrisidad.

Pero todavía no había visto ninguna cara nueva, o mejor dicho, todavía no había visto ninguna cara nueva femenina atractiva.

Me retracté en el instante en el que vi a una pelinegra, que aparentaba unos quince años, hablando en los casilleros con una rubia que tendría unos dieciséis, mi misma edad.

—Me alegra que hayas venido de visita Thalia, ¿cómo te encuentras?—oí decir a la rubia, mientras me acercaba a ellas.

—¿Hablas después de ser atacada por una estatua de la reina del Olimpo? Mejor—contestó la ahora nombrada Thalia.

—Por cierto, gracias.

—Ya me agradeciste millones de veces, Annabeth.

—Me salvaste la vida.—destacó su amiga de manera obvia.

—¿Y? Tú le salvas seguido el pellejo a Percy y hasta lo que yo vi él no fabricó ninguna estatua tuya...cierto que en la relación tú eres la prestigiosa y orgullosa arquitecta.

Ambas comenzaron a reír por el comentario de la azabache y yo solo podía pensar, ¿no era demasiado joven para ser arquitecta?

—A no ser,—prosiguió Thalia—que te agradezca de una forma especial—finalizó levantando una ceja y logrando que Annabeth se sonroje.—¡Aún no puedo creer que yo no haya estado entre la multitud que los arrojó al lago!—exclamó.

Percabeth entre mortalesWhere stories live. Discover now