Mis nuevas amienemigas

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Tasha Queen, mortal.

Soy una chica hermosa. Esa es la realidad.

Y cuando digo hermosa, hablo de que soy verdaderamente hermosa.

Una Miss Universo adolescente, la lindura en persona. Toda una diosa griega. Invicta en varios concursos de belleza desde que uso pañales. Esa soy yo.

Pero ser una de las más hermosas en el mundo, y la más atractiva en mi instituto no es tarea fácil. Puede parecerlo, pero no lo es.

Es decir:

Tengo una imagen que mantener. Nadie, absolutamente nadie, me puede ver con mal aspecto. Una vez falté toda una semana a clases porque un espantoso grano había tenido el descaro de aparecerse justo en medio de nariz.

Tampoco puedo permitirme una mala foto. Puede llegar a arruinar toda mi reputación y estropear por completo mi futura carrera como modelo.

Y ni de hablar del atuendo y del maquillaje. Siempre me levanto bien temprano para asegurarme de que mi ropa sea esplendida y que al maquillarme quede impecable.

Constantemente me encargo de que mi largo y liso cabello dorado, mis hipnotizaste ojos azules, mis carnosos y rosados labios, mi perfecta figura y mis marcados pómulos; resalten aún más de lo que ya lo hacen por si solos.

Y ya que la primera impresión es lo que cuenta, y hoy inicia un nuevo año escolar, donde llegan nuevas personas que todavía no me conocen, me preocupé el doble de lo que normalmente lo hago en mi apariencia; y cuando me aseguré de que me encontraba perfecta fue cuando decidí bajar. Lista para ganarme la aprobación de mamá.

Mi madre, Evelyn, al verme decidió dejar de lado su ensalada de frutas y dedicarse por completo a la tarea de analizar mi aspecto.

—Debiste haberte puesto la blusa morada — criticó.

—No tengo una blusa morada— comenté tratando de no sonar irrespetuosa.

—Deberías conseguir una.

—Odio el morado— susurré.

Ella me miró, sin ninguna expresión en su rostro. Otras madres hubieran, como mínimo, fruncido el ceño. Mi madre no hace eso, dice que genera arrugas.

—Es una pena. —suspiró— Hubiera encajado con tu tono de piel, pero ya que no estás tan impresentable y a tus compañeros pareces gustarles, supongo que puedes ir así.

—Gracias. —agradecí.

Ustedes no la conocen, ¿de acuerdo? Eso fue un alago.

—Después de la escuela iré a conseguirme una blusa morada.

Ella me sonrió.

—Esa es mi chica. Recuerda, cuando llegues sonríe. Mantén la sonrisa...

Y mantén la belleza. —completé— Lo sé.

Me miró orgullosa. Siempre lo hace cuando hago algo que es de su agrado.

—Bien dicho. Ahora vete no querrás llegar tarde. —aconsejó.

Obedecí. Siempre le obedezco.
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La escuela se veía igual. No hubo remodelaciones durante el verano.

Los alumnos se veían iguales. Todos divididos en grupos, sin interactuar unos con otros más allá de su círculo social.

Todo se veía exactamente como el año anterior.

Solo que no lo era...

Hubo un cambio, y me enteré de él cuando estaba sacando mis libros para el segundo periodo. Harper Simpson, la chica que se autodenomina "mi mejor amiga", llegó corriendo a decirme algo que en palabras de ella era súper mega importante.

Percabeth entre mortalesWhere stories live. Discover now