2. Elián

63.2K 9.4K 2.6K
                                    

 —Nombre completo —pide

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

 —Nombre completo —pide.

—Elián Berrycloth.

—Edad.

—Veintidós.

—¿Estudios?

—Abandoné la preparatoria cuando cumplí quince.

Eso parece llamar su atención. Reduce la velocidad con la que pasa el trapo húmedo a lo largo de la barra, limpiándola, aunque ya está que me ciega con lo que reluce.

—Esto es demasiado reglamentario —comento al cruzar los brazos.

—Se supone que es una entrevista de trabajo —replica sin mirarme—. Tiene que serlo.

—No si no quieres que lo sea.

Mis ojos vagan inquietos por su rostro. La coleta que se hizo está demasiado floja, lo suficiente como para permitir que unos mechones castaños se deslicen sobre sus mejillas y enmarquen ese rostro lleno de pecas. Tiene como un centenar, tantas que no parece normal.

—No tengo intención de que sea otra cosa.

Enarco una ceja al notar que tras su monótono tono hay una chica con carácter, aunque creo que no le agrado.

—Por lo menos podrías sostenerme la mirada. ¿Te da miedo enamorarte a primera vista? Porque causo ese efecto, lo entendería si así fuera.

Mi intento de hacerla sonreír fracasa con éxito. Salmeé levanta la cabeza de golpe y me mira, directa e intensamente a los ojos. Los suyos son del color de las hojas en otoño, una combinación de rojo opaco, amarillo y marrón.

—¿Por qué quieres el puesto? ¿Por qué deberíamos dártelo?

No soy tan tonto como para pasar por desapercibido el leve disgusto que tiñe los signos de pregunta.

—Necesito el dinero. —Mi respuesta no la satisface—. Y soy bueno con la gente, sé cómo hacerlos sonreír —añado con torpeza y paso una mano por mi nuca.

No luce como si me creyera, aunque yo también dudaría en su lugar. No siempre fui bueno con las personas.

—Lo siento, búscate otro lugar para pedir empleo.

Se echa el trapo al hombro y deja de mirarme.

—Pero...

—Hablo en serio. Será mejor que te vayas. Muchos restaurantes están tomando jóvenes para ser camareros en los turnos nocturnos en el centro de la ciudad. Prueba suerte allí y que tengas lindo día.

No me atrevo a decir que ya pedí trabajo por esos sitios pero nadie me tomó por el hecho de que no terminé la preparatoria. Hoy en día lo piden como requisito mínimo en casi todos lados, al menos si quieres trabajar en blanco.

Me ahorro la humillación y recojo el cartel.

—Lo colocaré donde estaba.

La miro por última vez. Ni se inmuta. Contar los ladrillos de la pared le parece más interesante.

—Gracias por tu tiempo, Salmeé.

Salgo otra vez a las frías calles de la ciudad y de inmediato echo de menos el calor de Hilda's. Dejo el cartel de «Se busca empleado» en su lugar y meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta. Echo a caminar hasta que el grito de señora canosa de quién sabe cuántos años me detiene.

—¡Jovencito!

—Hace frío, vuelva adentro —digo al verla encogerse dentro de su suéter—. Va a congelarse —advierto en cuanto niega con la cabeza.

—Lo haré si entras conmigo.

—No me contrataron —informo con el vaho saliendo de mi boca, desconcertado.

—Claro que sí. Soy la dueña y digo que estás contratado. —Se abraza a sí misma y puedo apostar que el gélido aire está calando sus viejos huesos. La Madre Tierra ya quiere hacer combustible con este vejestorio—. Ahora entra antes de que te conviertas en una suculenta paleta helada.

Asiento y abro la puerta del café para ella.

—Lamento la actitud de Mary, es desconfiada con los que no conoce.

—¿Mary? Creí que la chica se llamaba Salmeé.

Bajo la mirada hacia la mujer. No mide más de un metro cincuenta y parece aún más pequeña cuando la veo desde mi metro noventa.

—Cierto, cierto... Discúlpame, lo que pasa es que la edad me juega en contra para recordar algunas cosas. —Ríe—. Vamos, galán, déjame invitarte un cafecito. Ni en la Era del Hielo hacía tanto frío.

—¿Estuvo ahí?

Me lanza una mirada de advertencia por la broma, pero entrelaza su brazo con el mío y me lleva de vuelta a la barra, no sin antes echar un vistazo sobre su hombro.

—Lindas colinas.

—¿Qué?

—Nada, nada... —Le resta importancia al sacudir una mano en el aire—. Ahora cuéntame, ¿cómo es que llegaste aquí?

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora