43. Salmeé

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 «¿Sigues ahí?», pregunto a Mary

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«¿Sigues ahí?», pregunto a Mary.

«Sí, aquí estoy», susurra tan bajo que incluso me cuesta oírla en mis pensamientos. Se oye con una voz lejana, atónita.

«¿Crees que sea real?», interrogo insegura.

«Debe... Tiene que serlo».

Ambas nos quedamos en silencio y observamos a la persona que nos está dando la espalda. Sus omóplatos se tensan bajo la tela. Estoy estática. Siento que mi corazón se comprime, la sangre se hiela en mis venas y mi cabeza se encuentra de pronto vacía de pensamiento alguno. Es como si el mundo fuera una canción cuya letra estaba cantando a todo pulmón; entonces, sin previo aviso, la melodía se detuvo y cualquier estrofa quedó olvidada. No puedo cantar más y mi garganta se está cerrando.

He perdido el ritmo de mi vida.

Él se gira. Con ese simple movimiento todo mi organismo vuelve a funcionar y se descontrola. Mi pulso sale disparado, el órgano que bombea dentro de mi pecho late rápida y vehementemente, hasta que me duelen las costillas. Inhalo con brusquedad, tan deprisa que el oxígeno me quema por dentro.

—¿Iván? —repito escéptica.

«Es real, Salmeé. Tiene que serlo, dime que lo es», Mary suplica esperanzada. Una mezcla de sentimientos agridulces decora las palabras: «Por favor, dímelo».

Estoy temblando. Temo que se trate de una alucinación por demás de cruel.

La última vez que lo vi no me recordaba.

—Soy yo, Mare. —Da un vacilante paso al frente. Sus ojos cafés se cristalizan. En verdad me reconoce. La noticia me golpea con violencia—. Te recordé. —Su voz, profunda y cargada de tribulación, se desliza en mis oídos de una forma que me genera escalofríos.

Hay algo que tira de mí hacia él. Ni siquiera sé cómo soy capaz de mover los pies. Mis ojos están anclados en los suyos cuando me detengo a un paso de distancia y mis temblorosos dedos conquillean por tocarlo, por saber si es tangible y no estoy delirando.

Exhalo aliviada cuando mi mano llega a su rostro y siento la calidez de su piel y los músculos de su mandíbula bajo mis yemas. De pronto ya no puedo ver nada más. Mi mirada se empaña y no retengo las lágrimas que acarrean todo lo que he estado reprimiendo.

«Es real, puedo jurarlo», tranquilizo a Mary.

—Lo lamento tanto. —Cierra los ojos con fuerza. Una lágrima recorre ese rostro que la última vez que vi, estaba maltratado por los puños de alguien más—. Jamás quise olvidarte, jamás quise dejarte sola —susurra—. Todo esto es mi culpa, no debí haber abierto la puerta.

No puedo resistirlo. Él tampoco.

Me lanzo a sus brazos y me escondo ahí, aferrándome a Iván y negándome a dejarlo ir otra vez.

Lo que callo para no herirteWhere stories live. Discover now