24. Salmeé

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 Aliso el vestido al deslizar ambas manos por él

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Aliso el vestido al deslizar ambas manos por él.

—Aún no es demasiado tarde para que tome tu lugar —recuerda Elián por quinta vez en lo que va del día.

Mis ojos encuentran los suyos a través del espejo y lo veo tumbado sobre mi cama, con los brazos abiertos como Cristo en la cruz. Una de sus manos roza la mesa de noche y hago una seña para que se aleje de ella.

No puede estar cerca de mis recuerdos porque podrían convertirse en suyos otra vez.

Hace caso y se incorpora sobre los codos.

—Declan espera que su acompañante luzca un vestido —digo tomando la falda negra y extendiéndola frene al cristal.

—Nunca usé uno, pero siempre hay una primera vez. Además, Hilda dice que los colores oscuros resaltan mi figura.

No le digo que lo más probable es que la jefa le haya dicho eso para que use más seguido los jeans que a ella le gustan. Me limito a echarme una última ojeada antes de enfrentarlo.

—No te podrás mi vestido. Puedo lidiar con una cena.

—¿Y con Declan? —Enarca una ceja—. Tendrían que sacar ese platillo del menú, nadie lo pide. Sabe a niño rico malagradecido.

Es mi turno de enarcar una ceja, entretenida.

Si me hubieran dicho hace dos meses atrás que tendría a un chico durmiendo en mi sofá —el cual está específicamente a dos metros de mi cama—, y que dicho chico es nada más y nada menos que el responsable de que perdiera a mi mejor amigo, habría hecho mis maletas hace tiempo.

Sin embargo, mientras más lo contemplo recorrer mi atuendo y asentir con aprobación hacia mis zapatos, más me convenzo de que este Elián no es el mismo de hace varios años atrás. Este es el tipo que hace caras sonrientes en los waffles de los niños y no te deja cargar con una bandeja cuando hay más de tres platos apilados en ella. Es la clase de persona que le sonríe a cada cliente por gusto, no por obligación. Es el que quita la nieve de la entrada del local y no solo de ella, sino de las entradas de todos los vecinos de la cuadra sin que se lo pidan. Es el que agradece, el que se disculpa, el que rueda fuera de mi cama para alcanzar el abrigo del perchero tras la puerta y lo sostiene para que me lo ponga.

Le doy la espalda y meto de a uno los brazos en las mangas del saco. Cuando giro para enfrentarlo, sus dedos ya están sobre la tela. Abotona en silencio, tomándose su tiempo. No puedo evitar pensar que es un gesto dulce, para nada malintencionado como sería si fuera otro quien lo hiciera.

—Este abrigo también se me vería genial —comenta disfrazando la insistencia con vanidad.

—Si sigues diciendo cosas como esas, comenzaré a creer que estás celoso de mí por salir con Declan.

—Si estuviera celoso de una persona por salir con alguien no sería de ti, Salmeé. —Sus ojos, abismales y brillantes, muestran un sentimiento extraño—. Estaría celoso de él.

Deja que una genuina sonrisa curve sus labios y con ello se originen hoyuelos.

—¿A qué hora pasa a buscarte el ricachón?

—Le dije que nos encontraríamos en el restaurante a las diez. —Alcanzo una bufanda hecha a crochet. Tengo 11 en total, todas cortesía de Hilda—. No quería pasar tiempo de calidad con él en su costoso Mercedes-Benz.

Eso hubiera sido arriesgado dado que no me fío de Declan compartiendo un espacio tan reducido conmigo. Me echo la cartera al hombro y estoy a punto de salir por la puerta cuando Elián se interpone en mi camino.

—De ninguna manera. —Niega enérgicamente con la cabeza—. No caminarás un kilómetro en medio de la noche, bajo una nevada y con esos zapatos.

—No iba a subirme a su auto de rico de ninguna manera. No lo haré.

—Tienes suerte. —Saca las llaves de su coche del bolsillo trasero de sus pantalones y las hace bailar frente a mis ojos—. No tengo un Mercedes-Benz, así que te subirás al auto de un pobre.

Lo que callo para no herirteUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum