46. Elián

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 —Sigo esperando que me digas que es una broma, Hilda

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 —Sigo esperando que me digas que es una broma, Hilda.

Deja de buscar las llaves dentro de su bolso para lanzarme una mirada de advertencia.

—¿Por qué no esperas a entrar, calentar tus colinas con mi sofá, y tu estómago con un té antes de comenzar a hablar, galán?

Vuelve a lo suyo. Su jardín delantero es pequeño. Apenas entramos los dos de pie, aunque hay un siniestro gnomo de porcelana que me está mirando feo.

—Tal vez haya regalado un cupcake a algún cliente una que otra vez —admito moviendo las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta—. También puede que me haya olvidado de poner un rollo de papel higiénico en el baño el martes y que rompiera una taza el jueves, pero esos no son motivos para un despido —objeto, pero luego recuerdo que nunca tuve un trabajo real, o más bien legal, además de este—. ¿O sí? —dudo.

—Es bueno saber que los clientes del martes no tenían con qué limpiarse el trasero, pero ese sincericidio que cometiste no tiene nada que ver con tu despido.

Una vez me pregunté por qué Salmeé no vivía con Hilda si ella la adoraba como a una hija, o más bien una nieta, pero ahora conozco el motivo. La casa es diminuta en todo aspecto. Hay un pequeño living seguido de una cocina en miniatura, y un corredor que no creo que vaya muy lejos. Probablemente solo haya un baño y una habitación, nada de cuarto de invitados y mucho menos un lavadero. Sin embargo, a la pequeñez le añadimos la decoración y la casa de la señora Thomas se asemeja a una que puedes encontrar en una película de terror.

Todo es verde aquí.

¿Sofá? Verde.

¿Alfombra? Verde.

¿Retrete? Seguro que verde.

¿Ropa interior de Hilda? Muy verde. Un día se puso una falda traslúcida.

No tuvimos propinas ese lunes.

—Existe más de un color, ¿sabes?

Me quito la bufanda y me golpea con el bolso antes de dejarlo en el sillón.

—No quiero quejas. ¿Qué tan dulce quieres tu té?

—Acaban de despedirme, creo que quiero algo más fuerte que un té con azúcar.

Me despojo de la chaqueta mientras se interna en la cocina y paseo en círculos.

—Entonces café será —sentencia, y pone la pava al fuego.

Quiero reírme por su inocencia sobre el tema, pero me cuesta hacerlo cuando se gira y da palmadas a una silla en una invitación. Una vez que estoy donde ella quiere, desde el lado opuesto, junta las manos sobre la mesa.

Esta es la parte seria del asunto y estoy considerando volver afuera con el gnomo malvado.

—Sé que buscas respuestas, pero antes debo preguntarte algo —aclara—. ¿Por qué nunca nos contaste que tenías un hermano? ¿Por qué jamás nos hablaste sobre Iván?

Lo que callo para no herirteWhere stories live. Discover now