64. Elián

30.1K 6.9K 1.5K
                                    

 No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré. Tal vez cuando era niño.

No lo hice después de lastimar a todos los que tuvieron la mala suerte de cruzarse conmigo. No lloré por Zoella. Tampoco por dejar a mi hermano en coma.

A lo mucho sentía mis ojos picar y mi visión se volvía borrosa, pero eso era a todo y no estoy seguro de que ocurriera porque me sentía mal por lo hecho, sino por efecto secundario de lo que me metía en el cuerpo.

A diferencia de todas esas veces, ahora siento el rostro completamente húmedo. Me tiembla cada extremidad y el corazón me late como si todos los años anteriores no lo hubiera hecho. Retrocedo y entierro las manos en mi cabello, tirando de las hebras con fuerza mientras inhalo agitado.

Siempre fui consciente de que no era una buena persona, pero ¿cómo pude ignorar que me faltaba tanta empatía? Carecía de humanidad.

Las palabras de Salmeé desatan un viejo odio por mí mismo que mantenía bajo llave. Vuelvo a pensar que no merezco nada de lo que tengo, ni las personas que me rodean y mucho menos la libertad.

Debería estar encerrado, lejos de todos.

O simplemente debería no estar en absoluto.

Asco y desprecio, rechazo y culpa, desdén y decepción; lo siento todo y me repudio. Odio estar bajo esta piel y desearía volver el tiempo atrás o ser alguien más, pero lo merezco, necesito sentir la carga de mis acciones aplastar mi pecho. Tengo que pagar de una forma u otra, porque a veces no alcanza con intentar arreglar años de malas acciones con un par de buenas.

—¿Yo te hice eso? —Me siento un niño escondido al fondo de un armario mientras busco la mirada de Iván.

¿Quemé a mi propio hermano con agua hirviendo además de casi matarlo?

Monstruo.

Monstruo.

Monstruo.

En sus ojos cafés hay una tristeza y furia infinita. Está inmóvil, con la manos hechas puños a sus lados. Sé que le duele muchísimo lo que le hice y arrebaté, pero no hay duda de que le duele un millón de veces más saber lo que le hice a Salmeé.

Golpeé y quemé a la persona que él amaba, a la única que estuvo para él en todos esos años en que yo me ausenté a pesar de que él siempre estaba allí para mí.

Torturé a la chica de la que estaba enamorado.

Podría haberlos matado a ambos.

—¿Por qué? —Muerdo con fuerza mi labio inferior hasta sentir un sabor metálico—. ¡¿Por qué nunca me lo contaste?! —Me dirijo a Salmeé con impotencia, pero en cuanto me oigo me obligo a bajar la voz—. ¿Por qué callaste?

Quiere ser fuerte, se nota en la forma en que levanta la barbilla y cuadra los hombros.

—Callé para no herirte, Elián.

No la entiendo. Tampoco me entiendo. Tendría que estar marchándome lejos ahora, sin reclamar nada a lo que no tengo derecho a saber.

—¿Cómo fuiste capaz de dejar que trabajara y durmiera cerca de ti? Deberías haberle contado a Hilda, a la policía, a Declan, a alguien... ¡Tendría que haber una orden de restricción en mi contra como mínimo!

—Lo siento por... —comienza, pero se interrumpe a sí misma.

Iván reacciona e intenta alcanzarla. Yo me niego a tocarla otra vez sabiendo cuánto la lastimé. Sin embargo, ahora la desesperación le acelera la respiración mientras se aleja para terminar la oración.

—No lo entienden —asegura con una solitaria lágrima en la mejilla—. No callé para evitar herir los sentimientos de Elián, lo hice para no... para no herirlo físicamente.

Siempre durmió del lado izquierdo de la cama, casi al borde del colchón, del lado de la mesa de luz donde se apilaban sus libros, esa que tiene un cajón. Me percato de que si nunca me detuvieron por lo de Iván, fue porque Salmeé ni siquiera dio a conocer mis características físicas y porque no encontraron el cuchillo.

Tengo esta corazonada, casi certeza, que me alivia y aterroriza a la vez: ese cuchillo lo tiene escondido en su mesa de noche, dentro de ese solitario cajón del que siempre pedía que me mantuviera alejado.

Por eso me permitió dormir en su habitación. Estaba segura que podría defenderse esta vez e incluso tendría la posibilidad de mostrarme cómo arruiné su vida, pero nunca lo hizo, y debe haber un motivo.

Lo que callo para no herirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora