10. Salmeé

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—Son ocho dólares con veinte centavos —informo a Declan Gold

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—Son ocho dólares con veinte centavos —informo a Declan Gold.

Rebusca entre las decenas de billetes de cien dólares uno de diez. Al principio creía que intentaba llamar mi atención con Benjamin Franklin y sus duplicados, pero tras expresar desinterés por su dinero en efectivo, siguió haciendo lo mismo. Le gusta mostrar lo que tiene. Es un petulante sin remedio según Hilda.

Es extraño que lo que carga en su billetera sea lo que yo gano en medio año.

—¿Harás algo el sábado por la noche? —pregunta al tender un billete, pero cuando alargo la mano para tomarlo, lo aleja de mi alcance y enarca una ceja con picardía. Siempre hace lo mismo, y sin falta vuelvo a caer—. Si estás libre pensaba en ir al nuevo restau...

—Está ocupada —responde Elián por mí. Pensé que ya se había ido a atender otra mesa—. Tiene planes. Conmigo.

—¿Contigo? —inquirimos al unísono.

Mi compañero se cruza de brazos y se limita a asentir. Vuelvo a mirar a Declan y su incredulidad ante la idea de que vaya a salir con alguien que no sea él. En su cabeza todos los hombres, a excepción de unos pocos adinerados, no son contrincantes ni dignos de ser envidiados. Luce disgustado de que un muchacho con menos recursos llegue y obtenga acceso a una cita conmigo mientras él lleva intentando lo mismo por meses.

«Tú nunca accediste a nada, Salmeé. Antes de tener una cita con Elián será mejor que aceptes salir con Declan. Él por lo menos no hizo de tu cumpleaños casi un funeral».

La cinta no funcionó.

—Conserva el cambio —dice el de ojos ambarinos al ponerse de pie y estrellar el billete contra el pecho del moreno en lugar de dármelo a mí—. Contando las monedas tal vez puedas invitarla a comer alguna porquería en un lugar como este. Lástima que no te alcanzará para el postre.

Se ríe con malicia. A pesar de que mi boca se abre para mandarlo a volar, las palabras no salen. Me quedo contemplando a Elián. Temo que pierda el control, pero la campanilla de la entrada me deja saber que Declan ya se fue, aunque el fantasma del pasado que invocó no.

Continúo con los ojos en él. Espero que sus manos se hagan puños y la empatía se drene de su cuerpo al abalanzarse sobre quien lo humilló, pero nada de eso sucede. Sigue tranquilo, en la misma posición y con un brillo de astucia en la mirada.

Tuerce la boca en una sonrisa.

—Me dio un billete de veinte en lugar de uno de diez. —Sacude a Andrew Jackson ante mis ojos, el séptimo presidente de los Estados Unidos—. Creo que podré invitarte el postre después de todo.

Marcha triunfal a la caja registradora.

Este hombre tiene autocontrol. Con cada día que pasa me convence un poco más de que no es el Elián que recuerdo, pero no basta cambiar para borrar los recuerdos. Se precisa mucho más que una buena actitud para acceder al perdón, y a pesar de que se logre, dicho perdón jamás será suficiente.

No teniendo en cuenta que dejó en coma a Iván, y que, cuando este despertó, me miró a los ojos y preguntó quién rayos era.

Pocas cosas me dolieron en la vida tanto como eso.

Lo que callo para no herirteWhere stories live. Discover now