Especial 1/2: Elián

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Dos años más tarde

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Dos años más tarde...

 —Buenos días, galán —saluda Hilda al entrar—. ¿Soñaste conmigo anoche?

Me toma por las mejillas y me obliga a inclinarme para que pueda depositar un beso en mi frente.

—Apuesto mi sueldo entero a que fuero sueños húmedos —dice Iván llegando de la cocina con dos tazas de café.

Fastidiarme con una veterana es su nuevo pasatiempo favorito.

Le da una a la anciana y me tiende la otra antes de saltar para tomar asiento en el mostrador. El aroma de los granos de café llena el lugar. Huele a algo cálido y familiar, como a una casa.

—Hablando de sueldo, creo que merezco un aumento —acoto rodeando la taza con ambas manos, dejando que el calor se filtre a través de la porcelana a mi piel. Es una manía que me pegó Iván, que a su vez se le pegó de Salmeé—. Ayer nos quedamos sin pastelitos, tuve que improvisar sin receta y resultaron un éxito. Los ciudadanos de Viltore City se volvieron locos y estoy seguro que vendrán a encargar docenas y docenas hoy.

—Si fue tan exitoso abre una pastelería, pero no me pidas que aumente los ceros de tu cheque a menos que hagas me favores, ya sabes... —El dinosaurio guiña un ojo.

—Creo que este no-noviazgo ha ido demasiado lejos —dice mi hermano al levantar las manos en señal de que ya no puede controlarlo ni lo intentará—. Los sobrinos nunca estuvieron en mis planes, pero los aceptaré si... —Chilla cuando Hilda alcanza lo golpea en la pierna con un trapo.

—Por favores me refiero a masajes de pies y manicura, zoquete —reprocha—. Ahora será mejor que abras mi cafetería al público antes de que tú debas aliviar mi dolor de juanetes. Mueve esas colinas, ¡vamos que es mitad de semana, hombre!

Iván obedece con un saludo militar.

—¡Colinas en movimiento tú también! —ordena Hilda al ver que me estoy riendo.

Bebo mi café de un tirón mientras rodeo el mostrador.

Con Iván, mientras él pasa la escoba y yo bajo las sillas de las mesas, nos lanzamos una mirada cómplice. El sol se cuela por las vidrieras y los primeros consumidores del día empiezan a llegar. Al señor de la carnicería le alcanzo el periódico porque ama la sección de deportes, a los nietos de la señora Ridsley me encargo de hacerle caras sonrientes con jarabe en sus panqueques, y dejo que Iván atienda a la muchacha del nuevo centro comercial porque sé que le parece linda. Espero que la invite a salir pronto.

Los días en el café son tranquilos, perfectos en su simplicidad. A diferencia de lo que podría pensar la mayoría, no es una rutina para mí, al menos no totalmente. Nunca sabes quién cruzará por esa puerta o con las historias que te saldrán los clientes. Jamás se agota el suministro de bromas de Hilda y espero con paciencia ese minuto en el día que cerramos y con Iván nos dejamos caer contra la puerta y chocamos puños.

Cada día es uno más juntos, como equipo.

Siempre quise compensar el tiempo que estuvimos separados, más bien el tiempo en que lo alejé, por eso no acepté el trabajo que Salmeé había buscado para mí en el centro de recreación.

Sigo pensando en ella a veces. La llamo y hablamos un rato: ama que le cuente las aventuras de la desvergonzada Hilda y de cómo Iván y yo le tomamos el pelo. Me pregunta cómo estoy y siempre puedo serlo sincero. Cuando es mi turno de preguntarle, a diferencia de como era en el pasado, me dice la verdad.

Somos amigos y gracias a su amistad estoy donde estoy.

Me ayudó a ser feliz. Siempre estaré agradecido. La amo con todo lo que soy. No de forma romántica, eso quedó atrás. Wendell Aldrich era lo que necesitaba su corazón y lo que me saca sonrisas cuando le pregunto cómo andan las cosas con él y presiento que se sonroja al teléfono.

Adoro que la haga feliz y que eso me haga feliz, tanto como adoro el lugar donde estoy y con quienes estoy. Adoro, adoro, adoro... Antes ni siquiera podía concebir la idea de adorar una sola cosa o persona, y aquí me encuentro, adorando como si eso fuera todo para lo que estoy hecho.

Estoy terminando de acomodar frente a un par de niños platos llenos de panqueques alegres cuando noto la presencia de alguien. Me quedo petrificado al verla, sin soltar el último plato.

¿Zoe? ¿Zoella Murphy?

Sin embargo, desaparece tan rápido que termino sacudiendo la cabeza y creyendo que fue solo mi imaginación.


Continuará...

Lo que callo para no herirteWhere stories live. Discover now