12: Bambi y el duende

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Una hacienda fabulosa pero monstruosamente grande en la cual resultaba fácil perderse. Le costó cerca de diez minutos encontrar el baño y a su regreso no sabía que pasillo tomar para volver a la recepción. No entendía la predilección del narcotraficante por las propiedades enormes. Suponía que era por cuestiones de seguridad, en dado caso de que les cayera el ejército o los enemigos que seguramente tenía en otros cárteles. Una casa grande beneficiaba a la hora de los enfrentamientos y el posterior escape.

Se aventuró por un pasillo cuando sintió un jalón que la condujo a una especie de estudio. Se trataba de Rafael, el culpable de su molestia poniéndole seguro a la puerta de roble.

—¿A dónde, chiquita?

—¿Qué quieres? Además de mentiroso, acosador. —le dijo con molestia.

—A ver, a ver, a ver. —le habló con seriedad. —Primero me le vas bajando cuatro rayitas a tu tonito insolente, que yo no soy tu papá para tolerarte tus berrinches. —tomó su barbilla con dos dedos para obligarla a mirarlo. Ella intentó zafarse, haciéndole una mueca. —¿Qué es ese numerito que te traes desde hace rato?

—Dejé de ser de tu incumbencia desde que decidiste darle el sí a esa vieja. Hace un par de horas más o menos. —buscó librarse de su agarre. —Vete a atenderla, te debe estar buscando.

—Ah, con que por ahí va la cosa. —Sonrió, mostrándole su perfecta dentadura.

La hizo retroceder con violencia apresándola contra un librero y su propio cuerpo, mermando distancia alguna entre ambos. No quería admitirlo, pero la brusquedad del hombre le excitaba. El sentir parte de su peso corporal, mucho más.

—Me estás lastimando Rafael. —aclaró con suavidad, en un intento de esconder su naciente excitación.

—¿Sí? A veces tengo que ser rudo contigo para que entiendas. Te pones insoportable y como me aclaraste en nuestra primera noche juntos eres alguien que requiere de disciplina. —le recordó con seriedad.

El recuerdo de su primera vez aún la sonrojaba. Detestaba que estuviese valiéndose de ese momento para hacerla ceder. Tenía que resistirse.

—Ni modos, perdiste tu oportunidad por ocultarme algo tan importante. No es justo que sepas casi todo de mí cuando yo se tan poco de ti. Creí que ya habíamos dejado atrás la época en la que nuestro único medio de comunicación era el sexo. Y no, seguimos ahí o peor.

—Cállate, a ti lo que te molesta no es saber que me casé, más bien con quien lo hice. —contestó, observando su boquita de muñeca.

Bárbara rió en un intento de mantener su postura y refutar el argumento de su amante.

—Brincos dieras, mi rey.

La mejor manera que tenía un hombre de silenciar a una mujer era a besos. Lo hizo apasionado, terminando así con la poca resistencia de la joven. Esta cedió, su mente le decía que debía seguir en pie con su molestia, pero otro asunto eran sus impulsos y su cuerpo que lo buscaba con insistencia. Desventaja de haber sido el su primer hombre, pues sabía cómo hacerla caer. Su modo de tocarla y besarla le encantaba.

—¿No que muy chingona? —se burló el entre besos, haciendo que alzara una de sus piernas para tocar la piel desnuda de esta con la intención de llegar con facilidad a su ropa interior bajo el vestido.

—El que mi cuerpo me exija tener sexo contigo mil veces no quiere decir que vaya a cambiar de parecer. Tendrás que trabajar más y el que estés ahora casado no creo que te facilite las cosas. —le contestó, agitada. El rubor se posaba en sus mejillas.

Alguien que te quiereWhere stories live. Discover now