37: Conjeturas

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Punto final. satisfactorio.

Que fuera a pasar los siguientes días con la familia Torres-Lizarde no quería decir que dejaría de lado su rutina, para nada. Al contrario, sentía que debía compensar su ausencia física con trabajo en casa. Y allí estaba, en uno de los jardines de la hacienda sentada frente a una mesita con la laptop al frente.

Le tomó un par de horas terminar sus escritos que más tarde enviaría. Agradeció que su ex cuñado fuese comprensivo con la ausencia de Adelaida y la propia, argumentando un ficticio problema familiar donde requería tener al pie a la asistente las veinticuatro horas del día. No dudaba, sus faltas serían comunicadas a Daniel y este más pronto que tarde le cuestionaría.

Tendría que mentirle, como siempre. Se preguntaba cuando se quitaría la máscara respondiéndose a sí misma: pronto. Observó la mesilla repleta de artículos de escritura y papeles, entre ellos la primera plana del periódico con mayor circulación nacional, que hacía especial cobertura al ataque contra Maximiliano. La leyó tantas veces que casi sentía que podía recitar la información de memoria. Y si bien le alegraba ver que se encontraba delicado, pronto cayó en cuenta que de algún modo todavía la gobernaba la impotencia. Suspiró y guardó la hoja, donde no pudiera verla con facilidad.

De pronto una revelación surcó sus pensamientos, dejándola helada. Con ansiedad tomó el móvil y exploró el álbum de fotos buscando aquellas fotografías.

El arreglo floral tuvo todo el sentido. Lejos de ser un intento de cortejo era una declaratoria de muerte. La tarjeta distaba de ser un mensaje cordial.

«Espero que disfrutes este pequeño presente, las vas a necesitar, mujer hermosa. Acuérdate de mí.» —Leyó en la fotografía de la tarjeta. Suspiró profundo lidiando con la humillación naciente provocada por el descubrimiento. Otra persona probablemente consideraría que la paliza recibida por el gobernador era castigo suficiente, pero no ella.

Una notificación emergente del sistema de mensajes la distrajo. Bastó con presionar ligeramente con el dedo para leerlo:

«¿Te ha gustado mi regalo? Es el primero de tantos. El amor de mi vida merece eso y mucho más. Quiero estar cerca de ti, por siempre.»

Aquellas palabras contribuyeron a su ofuscación. Presa de la impulsividad y premura, contestó:

«Mira, no sé quién seas pero deja de chingar ¿Sí? De lo contrario no te irá bien, ¡Pendejo!»

Molesta por sus conjeturas dejó el móvil sobre la mesa y aprovechando que Daisy descansaba bajo esta comenzó acariciarla con los pies. Alguna vez leyó que las mascotas eran buena terapia para momentos de tensión y su adorable beagle disfrutaba del mimo. Consideró entonces dar un vistazo a la sesión de estudios de Diego para ver si requería ayuda, auxiliarlo aminoraría su molestia.

Escuchó las carcajadas de Irene acercarse, lo cual era una gran oportunidad. La adolescente siempre tenía algo que contar, era demasiado sociable, no le quedaron dudas cuando la vió pasar en compañía de César y Rodrigo, los tres ataviados con atuendos deportivos. Los hermanos la saludaron, argumentando que no podían acompañarlas por estar bañados en sudor, mientras que la menor se quedó, no sin antes pedir a la servidumbre alguna bebida fría.

— Te pasas de lanza, barbacoa. —la reprendió, sentándose frente a ella. —¿Por qué no me habías contado de lo papacitos que están los hermanos de Rafael?

La mujer sonrió, más tranquila.

— No creí que fuesen a interesarte, tu misma me has dicho que los hombres mayores se te hacen aburridos. Y ellos casi te doblan la edad.

Alguien que te quiereWhere stories live. Discover now