38: Jazba

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La suavidad con la que soplaba el viento logró relajarla al punto de quedarse dormida en sus brazos. Supo que él también había cedido al escuchar su respiración acompasada.

Debido al calor que imperaba en la zona decidieron combatirlo con un par de cervezas. Claro que  a su edad y respectivas ocupaciones no pudieron evitar caer rendidos. Y una que otra prenda también se perdió en el proceso ya que dormía con el torso descubierto. No se haría tonta, disfrutaba verlo así.

Cuidando de no despertarlo y haciendo malabares en la hamaca se incorporó un poco, tomando su celular de la mesilla donde yacían vacías las botellas de cerveza. Creyó lograrlo cuando su mirada parda reparó en la expresión adormitada del hombre.

—¿Qué horas son? —preguntó.

—¡Maldición! Despertaste antes. —refunfuñó ella, para luego chasquear la lengua. —Quería tomarte una foto. —visualizó la pantalla de bloqueo. —Acaban de dar las cinco.

La escuchó, asintiendo en respuesta.

—¿Una foto? ¿Para?

—No sabes lo tierno que te ves cuando estás dormido. Tu tienes muchas fotografías mías, así que hago lo mismo.

Tomarse fotos era de las pocas actividades que podían permitirse juntos, salvo a que, por seguridad aquellas imágenes jamás podrían salir a la luz en alguna red social. Lo cual las condenaba a permanecer en una bóveda virtual de la que solo ellos tenían conocimiento y acceso.

—¿Me concedes mi capricho?

Rafael sonrió y volvió a acomodarse, fingiendo seguir dormido. Se escuchó la ráfaga de fotos proveniente del móvil. Se las mostró y se recostó a su lado nuevamente, en silencio.

— No creas que no me he dado cuenta. —rompió el silencio. — Desde la hora de la comida estás muy seria, Bambi. ¿Qué sucede?

Suspiró. En ocasiones detestaba ser un libro abierto ante él. Pero si quería liberarse de la rabia que le invadía tenía que hablarle y que mejor que con su cómplice y protector.

— No puedo engañarte. Si suceden cosas. —confesó. — Hoy hice un descubrimiento. Resulta que el viernes llegó un arreglo floral a mi oficina bastante raro. — manipuló su teléfono buscando en la galería la fotografía en cuestión, para luego proseguir con su explicación. —Muy extraño, mira. —se la mostró. —Al verlo sentí que algo no andaba bien. —volvió a tocar la pantalla, enseñando la tarjeta. —Traía esto. Y si la lees te darás cuenta de que estoy hablando.

El sinaloense atendió el mensaje, le parecía insulso. No le costó trabajo llegar a la conclusión que sostenía Bárbara, aunque le daba el rango de posibilidad, conociendo la popularidad que tenía entre los hombres —cuestión molesta para él—, no le extrañaba que se tratase de un ingenuo admirador más que añoraba obtener un poco de cariño y atención por parte de la fémina. Aún así quería saber quién era para desollarlo vivo.

—Quien sea que te haya mandado el arreglito es un pobre pendejo que pide a gritos que lo mate. —dijo con desdén.

—¡Rafael! ¡Fue él! ¡Ese fue Linares! Prácticamente me quiso comunicar que moriría. —dijo alterada.

—Puede ser. ¿Pero que te hace pensar que es Maximiliano? Bambi, no nos vamos a engañar, le gustas a muchos cabrones. —el recelo se hizo presente en su voz.

—Oh, no empecemos. —pidió, quejándose.

—¿Qué? No te estoy haciendo una escena de celos, solo considero lo más probable.

—Pero estoy segura que es Linares. Mira, piensa en esto: el arreglo llegó justamente antes de la persecución. El texto de la tarjeta toma sentido después de suceder y más importante...—accedió al celular haciendo una búsqueda en safari, el navegador predeterminado, sobre las dos flores protagonistas del arreglo. —lee el significado de los lirios blancos y las rosas amarillas, por favor. —le prestó el aparato para que leyera.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora