32: Fabergé en oro rosa

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Abrió los ojos de golpe. Por la iluminación que se colaba a través de las pulcras cortinas con transparencia supo que había amanecido.

Se movió ociosa, ladeándose. Junto a ella se encontraba Daniel, en el sueño más profundo, vistiendo apenas el pantalón de la pijama. El hombre le inspiraba lascivia y ternura al mismo tiempo, teniendo ganas de despertarlo feliz. Solo se detuvo al acordarse que tuvo una semana ajetreada y por ende merecía descansar hasta tarde.

Debido a su propia rutina no podía concebir dormir más allá de las ocho de la mañana. El despertador indicaba treinta minutos pasando de las siete, podía conciliar el sueño si deseaba, pero no creía que su cerebro lo permitiera. A modo de repaso recordó lo acontecido la noche anterior: El encuentro desagradable con Ariana, la llamada incómoda de Rafael y no menos importante la promesa del futuro viaje a Nueva York con Daniel. Las tres situaciones le taladraban la cabeza incesantemente, buscando que les diese final y respuesta, dependiendo del caso. Muy irritada por el acoso de su mente se incorporó, cuidando de no poner en aviso al sexi compañero de alcoba que dormía sin preocupaciones.

Se deshizo de la protección que otorgaba la sábana a su cuerpo —con apenas una ligera bata manga larga que sugerente mostraba unas bragas— y sintió de lleno la baja temperatura reinante en el ambiente. Estimaba que debían estar a ocho grados por lo menos, típico del otoño. Con rapidez se calzó en las suaves pantuflas y se encaminó al cuarto de baño, satisfaciendo sus necesidades fisiológicas y comenzando con la rutina de mañana a la que sometía su piel.

Veinte minutos tarde salió percatándose del bello durmiente y dando vistazo general a sus aposentos encontró un objeto fuera de lugar que captó su atención; una cuidada caja forrada en papel negro bajo su mesita derecha, el costado en el que dormía cuando Daniel se quedaba con ella. Con curiosidad se acercó y la tomó sin hacer ruido. La analizó, desprovista de etiqueta alguna que revelara el remitente. Rememoró entonces la vez que Caligula le envió un presente digno de una película de terror, no le extrañaría que el fuese el autor con tal de causarle alguna impresión fuerte.

Comprobó que Daniel siguiese dormido y apoyó la caja contra su pecho. Pensó donde abrirla, ahorrándose el riesgo de ser descubierta. De inmediato su flamante closet cobró relevancia. Completó su set con un abrecartas y entró, sentándose en uno de los rincones protegidos por vitrinas casi al máximo de zapatos para toda ocasión. Si el se despertaba no podría verla a menos que entrara, lo cual se hacía una posibilidad en cuestión de minutos.

Teniendo en cuenta que no disponía de mucho tiempo puso manos a la obra deshaciéndose de la envoltura y con destreza cortando el cartón que protegía el contenido en un mar de bolitas de unisel. Dentro visualizó una tarjeta sencilla, ausente de detalles particulares a la vista y con ella una preciosa réplica fina y fidedigna de un huevo de Fabergé.

Observó fascinada aquella imitación de la maravilla en la joyería europea de principios del siglo veinte. Una risita de satisfacción se le escapó de los labios, el curioso objeto bañado en oro rosa y con detalle de piedras preciosas era un deleite visual. Lo manipuló con los dedos, sabiendo de antemano que los Fabergé a menudo guardaban contenido en su interior. Tuvo oportunidad de ver tanto réplicas finas como la que ahora poseía y originales en su estancia de dos años en el viejo continente, pero jamás se permitió tener uno. Sus gastos eran otros. El que tenía en sus manos no tardó en mostrar sus secretos, consistía en una caja musical.

La dulce pero melancólica melodía proveniente del huevo no tardó en despertar sentimientos de familiaridad en ella. Esas notas suaves pertenecían a "Once upon a December" , famosa canción perteneciente a las adaptaciones de Anastasia, la historia romantizada de una de las cuatro últimas grandes duquesas del imperio ruso con destino trágico. Dicha pieza combinada con la figura miniatura de una bailarina de ballet encerrada en una fina jaula de oro, que no cesaba de dar vueltas sobre su propio eje lograron embelesarla, como si de un hechizo se tratase.

Se conmovió.  Sin querer la caja rememoró episodios de su niñez que creía enterrados, momentos felices con la familia que tuvo alguna vez y que no volverían. Sus ojos pardos se centraron en la tarjeta que acompañaba al falso Fabergé. La simplicidad de esta contrastaba con la opulencia disfrazada del regalo: un pedazo de papel opalina cortado a tamaño aceptable con el mensaje hecho a computadora.

«Bárbara, ¿Te acuerdas de mí? He venido por tí. Prepárate porque hoy es el primer día de los más felices que tendrás por el resto de tu vida.» Se leyó en apenas dos líneas. La declaración directa la hizo sonreír, quien estuviera detrás era sin dudas muy seguro de sí, provocándole simpatía y curiosidad. Quería ahondar más en la identidad del misterioso remitente cuando escuchó la adormitada voz de Daniel.

—¡Ya voy cariño! Solo dame unos segundos, busco unas zapatillas. —mintió devolviendo con cuidado la tarjeta y caja musical a su resguardo junto a la basura del empaque.

Pudo esconderlo por poco debajo de la estantería cuando el empresario entró, buscándola. Bárbara simuló estar indecisa entre unos preciosos Jimmy Choo y un par de zapatillas Versace, que enamorarían a casi cualquier mujer.

—Buenos días. —la saludó, tallándose los ojos. —¿Por qué tan temprano?

Ella sonrió.

—Ah, es que no podía dormir. Por alguna razón mi cerebro no puede alejarse de las rutinas. Y ahora mi dilema son estos dos. —le enseñó ambos pares de calzado.

Daniel se recargó cerca de un estante.

—Tu bien sabes que lo que te pongas te hará relucir. —dijo ronco. —Unas zapatillas no deberían significar un dilema para alguien tan bella como tú.

Un ligero rubor se posó sobre sus mejillas, estaba acostumbrada a los halagos pero los de él siempre la hacían sentir bien de un modo especial. Sabía que era sincero a pesar de su circunstancia actual en términos emocionales y carnales.

—Lo dices porque me tienes aprecio. —respondió, dejando las zapatillas por un momento, incorporándose, yendo en su dirección. —Cuando otra ocupé tu corazón todo cambiará.

Daniel sacudió la cabeza en negación. Por un momento le dio la impresión a Bárbara que los ojos cristalinos de su ex novio adquirían un tono más oscuro como el mar embravecido en plena tormenta. No era la primera vez que lo veía, generalmente ocurría cuando se molestaba.

—Ven. —pidió y cuando fue al encuentro la estrechó contra su torneado y desnudo torso. —Te quiero demostrar que no hay ni habrá otra ni que mis sentimientos hacia ti solo son aprecio, permítemelo ¿Sí?

La chispa de excitación y pasión que siempre precedía a sus momentos carnales se hizo presente. Tenía años dejando que la guiase y esa mañana no sería la excepción. Por la diferencia de estaturas se paró de puntitas, haciendo que sus pezones erectos rozaran los pectorales masculinos, en provocación y señal clara de su acuerdo.

—Me encantas. —le susurró al oído, con suavidad. —No sabes lo mucho que me prende que a pesar de los años todavía simules tener autocontrol respecto a mí y saques tu yo caballero y correcto. —atrapó el lóbulo de la oreja derecha con los dientes, sin lastimarlo. —Eres irresistible, chingao.

—No perdamos el tiempo. —la cargo de un movimiento, sosteniéndola de los glúteos apenas coronados por la delgada pantaleta. —Aprovechemos que Irene aún duerme y no nos escucha.

—¡Sí! —afirmó complacida. —Vamos Daniel Weber, demuéstrame que más sientes por mi.

En medio de besos y risillas salieron del closet atestado de ropa, zapatos y demás accesorios de diseñador. Con torpeza y ansiedad se tumbaron en la cama. Querían disfrutar de la mañana, hasta donde el frío de la capital y la adolescente con sueño pesado en el cuarto de a lado se los permitiese.

Resolver el misterio tras la identidad del remitente de momento quedaba en segundo término. Los dedos inquietos del empresario cerca de su intimidad nublaron su capacidad de razonar y formular posibles candidatos.

Solo podía concentrarse en el magnífico estímulo proporcionado por él.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora