24: Informe

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Delegación Gustavo A. Madero, 7:05 am.

Para él, Bárbara Urdapilleta era demandante. A esa hechicera de bello cuerpo y mirada cautivadora había que dedicarle, de ser posible las veinticuatro horas que tenía el día.
Sus ocupaciones diarias lo absorbían, así que para no perder detalle de la vida cotidiana de la tapatía se valía de ciertos recursos cuestionables y hasta ilegales, que si alguna vez llegaba a ser descubierto —lo cual no formaba parte de sus planes— lo envolverían en un aprieto.

Sus dedos jugueteaban con la cuchara con la que movía el café. Un americano sencillo pero de buen sabor valía la permanencia en la discreta cafetería aledaña por unos cuantos pasos a la estación del metro Indios Verdes, al norte de la ciudad, la cual entre los capitalinos tenía fama de ser peligrosa. La reputación de la zona le tenía sin cuidado, no es que fuesen a meterse con el de buenas a primeras, ni siquiera lucía como una víctima potencial para ser asaltado. El juego de pants, tenis y gorra que eligió para su primer pendiente le otorgaron la irrelevancia que buscaba. O al menos en parte.

Un par de mujeres con sobrepeso, descuidadas en su arreglo y cero atractivas no paraban de mirarlo. Como averiguando de dónde lo conocían o si trabajaba en la televisión. Quizás en esas estúpidas y malditas telenovelas del Ajusco y San Ángel que tanto odiaba, en las que una chica pobre con complejo no resuelto de Cenicienta siempre terminaba enredándose con un millonario que prometía solucionar su existencia. Las detestaba, sentía que contribuían a la idiotez del sexo femenino que sí no era moderada podía hacer de ellas especímenes insoportables y sosos.

Ellas querían desnudarlo con la vista y dando gusto a la lascivia les dedicó la mejor de sus sonrisas; franca, amplia, radiante. Qué pensaran lo que quisieran, el deseo sexual ponía el límite. Desde adolescente se enseñó a manipular a las mujeres por medio del carisma y atractivo, incluso para lo más insignificante. En respuesta rieron nerviosas, anhelantes, regresando a su desayuno barato pero con el día hecho, agradeciendo que un apuesto hombre fue amable.

Supo que la pantomima llegó a su fin cuando un moreno pocos años joven que él cruzó el umbral de la entrada, dirigiéndose hacia su mesa con cara de pocos amigos, probablemente por la hora acordada para reunirse, el reloj de pared indicaba que apenas pasaban de las siete de la mañana. Vestía como un Godínez, acorde al momento del día.

—Buenos días. —saludó el recién llegado, tomando asiento frente a su cliente.

—Buen día. ¿Gustas café? —preguntó muy tranquilo. —¿Qué me traes?

El muchacho se negó con un ademán, colocando su maletín de correa sobre la mesa. De su interior extrajo un sobre amarillo de tamaño mediano que él desapareció al interior de su chaqueta deportiva.

—Bárbara ha estado viajando constantemente, se dará cuenta cuando lea los informes. En las últimas semanas la he visto en eventos de alto nivel, codeándose con personas de todo tipo. —el cliente asintió. —Las únicas ocasiones en las que la he detectado sola es cuando va al gimnasio por las noches y a sus clases en la universidad, dos veces por semana.

Recordó haber tenido la conversación con su hermosa musa. Adoró ver sus ojos iluminados por la oportunidad de regresar a las aulas, ahora en busca de construir los peldaños para el doctorado. Se veía con ella, en unos cuatro o cinco años felizmente casados con su primer hijo en el regazo celebrando el grado de doctora. Le provocaba un espinazo de orgullo tener a una mujer hermosa y preparada a su lado, lejos de su pasado sórdido y de todos aquellos imbeciles con los que se entretenía. Bárbara era suya, se los dejaría en claro, ella incluida.

—¿Te has dado cuenta? Mi chica es hacendosa e independiente, una mujer así vale oro. Por eso es que quiero saber cada paso que da. —explicó.

El joven detective no parecía muy convencido al respecto, más bien las acciones de su cliente se le figuraban de hombre inseguro y obsesionado. Pero no era quien para juzgarlo, él le pagaba generoso y puntual todos los meses. Lo que hiciera después con la información le daba igual.

—Seguiré informándole. —dijo en respuesta, cerrando el maletín para incorporarse de la mesa. —Nos vemos la siguiente semana, tenga la voluntad de informarme con tiempo donde será nuestro próximo encuentro.

Estaba acostumbrado a la frialdad del investigador, tan típica de un robot. Y lo entendía, solo le importaba su trabajo, un detective con dicha característica era de fiar. Se dieron la mano a modo de despedida y el Godínez de veintitantos desapareció del local con paradero desconocido.

Se llevó la taza de café a los labios, dejaría pasar unos minutos como margen entre su informante y él, a modo de precaución, no fuera a despertar interés molesto. Cuando sintió que era prudente dejó un billete de cien pesos sobre la mesa, agradeciendo con un ademán al mesero que le atendió.

Salió de la cafetería y con paso ágil se unió al tráfico peatonal con dirección al subterráneo, comprando un ticket que lo acercaría al sur de la ciudad. Con optimismo pensó que si llegaba a tiempo podría ir a correr al Bosque de Chapultepec, su favorito en toda la ciudad.








Godínez: En México, el término "Godínez" es utilizado para referirse a los oficinistas que habitualmente trabajan de 9:00 a 18:00. También se usa para referirse a una persona asalariada, incluyendo burócratas.

Alguien que te quiereWhere stories live. Discover now