Dejé de prestar atención
a las luces de la calle
que destacaban en la oscuridad de la noche;
a los rostros calmados que me miraban y me sonreían;
a las sensaciones que erizaban mi alma;
a las voces amables que hacían música a mis problemas;
al arte que empañaba mi mirada
y al papel,
sobre el que volcaba cada gota de mi ser,
en el que unía mis pedazos y dejaba escapar algún retazo de amor o tristeza.
Rota, pero llena de una nostalgia agridulce,
como un llanto de alegría permanente en mi pecho.
Vivía de recuerdos y de ilusiones,
de imaginar y de creer en un futuro.
Dejé todo aquello.
Quizás vacié mi ser hasta tal punto
que ya no quedó nada.
Me perdí y los versos y las ilusiones
desaparecieron.
Me convertí en fantasma de todo lo que fui,
y aún deambulo en la oscuridad nocturna.
Quizás acabe la noche
y quizás acabe el vacío que la hace eterna;
quizás vuelvas a encontrarme en palabras versadas
y recuerdes quién fui.
Tal vez la nostalgia también inunde tu pecho...
