007.

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Byeol.

Lo que más me gustaba de llegar a mi dulce morada luego de un arduo día de trabajo, era poder despojarme totalmente de todas mis ropas; agradecía haber tomado los lunes como día libre del burdel, pues (además de que no era tan solicitado el servicio), sentía el cuerpo exageradamente cansado luego de haber estado de pie desde las siete y treinta de la mañana hasta la cinco de la tarde.

Lo primero que siempre me retiraba del cuerpo (después de los zapatos, obviamente) eran los pantalones, para dejar que el acostumbrado frío me erizara las piernas y me diera aunque sea un poco de una empírica sensación de libertad. Mi hermano menor siempre decía que esto era un rapto de su inocencia, a pesar de que él también osaba de andar en pelotas tanto como quisiera (y pudiera). Por esto, cada vez que me oía llegar, lo primordial para él era encerrarse en su habitación y preguntarme desde adentro si tenía puesta ropa interior bonita, y luego salir.

Esto se me había hecho la costumbre más divertida que teníamos de ambos y de sólo recordarla causaba en mí una sonrisa.

Pero, cuando lo vi de pie, (relativamente) en la entrada del apartamento, al lado de donde acomodábamos las sandalias, la sonrisa se esfumó sin aún haber alcanzado mi boca entera. En efecto, al ver su ceño fruncido y una mirada de incertidumbre que me revolvió un poco el estómago, aceleré mis movimientos para llegar hacia él, el cual, al estar en un escalón de distancia, me hacía elevar la barbilla para mirarlo a la cara.

- Bom, ¿qué pasa? -aunque mi voz salió lo más baja y dulce que se me permitía, él no pareció esperarse mi habla y se exaltó medianamente, alzando las cejas.

Fruncí el ceño cuando sujetó aún más las muletas a sus costados y, escaneándolo con rapidez, busqué su mirada, acercándome aún más.

- El hombre del que me hablaste está aquí, Byeol-ah.

Cualquiera que escuchara esas palabras en primer plano, se vería obligado a sumirse en un obvio pensar sobre de qué hablaba específicamente, pero, yo, que sabía de antemano lo que había detrás del sujeto de la oración, sólo pude separar los labios y exhalar, ladeando la cabeza haciéndole entender que repitiera lo que había dicho, deseando en mis adentros que hubiera entendido mal.

Pero cuando el joven de pelo negro, (por quien sabía de genética), se hizo a un lado con el chasquear del metálico soporte debajo de sus brazos y elevó la barbilla en dirección a donde se encontrara la sala, un amargo sabor a abstinencia hizo lugar en mi garganta.

Balanceé los brazos junto a mi bolso con sutileza a mis lados, sobrando para decir que estaba dudando en si enfrentarme a lo que me esperaba; no era la primera vez que ocurría esto, pero no estaba de más decir que cada vez que ocurría, menos amenos eran los instantes.

No obstante, fue cuando observé con detenimiento el mustio gesto de mi querido hermano menor, que no pude hacer más que chasquear la lengua e increparme mentalmente a mí misma, sabiendo demasiado bien que cada quien debía vivir su vida con las situaciones que le habían dado: sin reproches.

Debía de admitir que dentro de todo la poca conmoción, había un atisbo de duda en mí, que comenzó a cobrar aún más vida, cuando le acaricié el hombro del menor y pude notar en sus oscuros y pequeños ojos, la recelosa mirada que había en dirección a por sobre mis hombros; y sólo ahí caí en cuenta de que el semblante suyo siempre era menos severo cuando yacía entre nosotros la despótica presencia de quien, creía yo, era a quien se refería.

Y en cuanto di un decidido paso hacia la sala encontrándome con la preponderante postura y figura de quien yo menos deseaba encontrarme esa noche (o, eso quería decirme), caí en cuenta de que sí había alguien más que mi azorante padrastro, aunque los dos personajes no tenían ninguna similitud.

NAKED | JEON JEONG GUKWhere stories live. Discover now