010.

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Byeol.

Jamás me iba a acostumbrar a levantarme temprano, pero ya tenía la ventaja del hábito de hacer las cosas rápido una vez lo estaba; una ducha siempre me bastaba para abofetearme hacia la realidad y junto al frío de la mañana, no había forma en la que mis ojos amenazaran con cerrarse. Pero, aún sobre todo eso, siempre había algo que me atrasaba un poco cada mañana y esta vez, eran dos "algo."

Después de haber visto al contundente Jeongguk alejarse del lugar con un gesto que (valga la redundancia) no era propio de él, me había encontrado con la fornida figura de Jimin esperándome de pie contra la puerta de mi apartamento, jugando con su llavero y el rostro tan sombrío que dudé un segundo en preguntar qué pasaba, pero con la mirada que me dio, sabría que tendría que escucharlo.

La conversación se había quedado rondando en mi mente a un punto desesperante en cual sólo había conseguido dormir dos horas. Y aún y si nunca podía dormir las horas debidas, el hecho de que haya sido a causa de las palabras de Jimin, lo hacían aún peor.

Agradecía, profundamente, que haya recibido su compasión y haya sacado la valentía de decírmelo, puesto que, recordando, la incomodidad en su rostro, su ceño fruncido y como tiraba las comisuras de sus labios mientras hablaba me daba a entender (y con razón) que no le agradaba hablar sobre el tema.

De todos modos, la frase que más me había martillado el mundo en un abrir y cerrar de ojos, él la había dicho en un susurro, no sabía si como un recuerdo o rencor, pero sí entendía que había permanecido con él por mucho tiempo y aún no era capaz de sellarlo.

El atroz sentimiento de impotencia.

- ¡Byeol-ah, el pan!

Con un jadeo incontenible, abandoné mi tarea de observar por la ventana, apurándome a llegar a la cocina para desconectar la tostadora y, con miedo, abrirla. Chasqueé la lengua, destensando los hombros y miré hacia atrás para encontrarme con los exaltados ojos de mi hermano menor antes de esbozar una sonrisa en disculpa.

- Sólo se ha quemado un poco -murmuré, y me sentí aliviada cuando respondió con otra sonrisa.

Cuánto no daba por este niño.

- Gracias, Byeol.

Con un leve asentimiento procedí a retirar el pan con cuidado debido a la caliente superficie en la que estaba, pero más que por el calor, lo que verdaderamente me hizo chillar del susto fue la silueta del peli-negro tambaleando para intentar alcanzarme.

- ¡Por Dios, Gabom!

No me detuve a observar su rostro sumido en frustración cuando, con cuidado y con las palmas de mis manos, volví a hacerlo sentar en la silla en la que estaba. Pero, para hacerme notar, chasqueó la lengua con molestia sacudiéndose con el único propósito de que lo soltara y, cediendo a sus impulsos, me puse derecha para observarlo mordiéndome el labio.

- Para algo me han dado las muletas, Gabyeol.

Resoplé con más de una maldición en mi cabeza ante la imitación de haber dicho su nombre entero pero, como si fuera imposible, me crucé de brazos para desviar mis ojos por sus enyesadas piernas con un sentimiento tan impotente que debí subir la mirada hacia el techo del lugar con tal de que mis ojos no brillaran con tristeza.

- Deberías dejarme intentarlo -murmuró y eso bastó para hacerme retener la respiración contando en mi mente lo suficiente para no debilitarme.

Si no era fácil para mí, menos lo era para él.

Rasqueé mi oreja prosiguiendo a girarme para poder servir las tostadas y evitando dar una contestación que pondría en evidencia el mero hecho de que aún no me adaptaba a que mi hermano menor tuviera que sufrir un letargo sumiso contra la realidad.

NAKED | JEON JEONG GUKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora