Cap. 11 Confío en Ti

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Dentro del Hospital Central de Sunagakure, Temari encontró una pequeña tregua para el calor. Se abanicaba un poco el pecho con la solapa de su kimono y veía hacia la entrada con impaciencia.

―Demonios, Kankurō... ―murmuraba entre dientes―. Tardas demasiado. ―Todavía era temprano y el panorama para el resto del día no se veía nada alentador. Tenían al Damiyō del País del Viento mordiéndole los talones desde que se hubieran intentado varios ataques en su contra en los últimos meses. Su Excelencia simplemente estaba demasiado alterado por las reiteradas amenazas del Shinzensumi, lo que no precisamente le hacía ganar puntos al joven Kazekage, quien, por esa causa, quedaba en medio de la ecuación como un completo incompetente.

¡Malditos Shinzensumi!

Siempre que estaban cerca de acabarlos desaparecían sin dejar rastro, como si estuvieran un paso por delante en cada ocasión. Lo cual había dejado de parecer casualidad a estas alturas. Tenían que acabarlos de una vez, pensaba Temari con exasperación. ¡No podían permitirse más errores!

Al fin, entre uno de los largos pasillos blancos, pudo reconocer la figura del marionetista al que había estado esperando, acercándose con prisa―¡Temari! ―llamó él a viva voz― ¡Temari, lo teng...¡Ouch!

―¡Deja de gritar, estamos en un hospital! ―le reprendió la rubia de inmediato, sin bajar el puño―. ¿Dónde rayos te habías metido? Llevo siglos esperándote.

―Eso no es justo, vine corriendo lo más rápido que pude. Lo que sucede es que al bastardo le dio por huir hasta el...

―Sólo dime si lo recuperaste o no ―interrumpió su hermana, impaciente. Todavía no podía creer cómo les habían tendido una emboscada en sus propias narices. Especialmente cuando eran ellos quienes los habían estado esperando en primer lugar, escondidos en los depósitos del Damiyō después de que se filtrara información respecto a que el Shinzensumi intentaría robarlos esa mañana. ¡Cómo se irritaba sólo de recordarlo!

―Por supuesto que lo recupere. ¿Por quién me tomas? ―respondió Kankurō, mostrándole el viejo pergamino rojo.

Si Kankurō no fuera su hermano, Temari quizás se hubiera mostrado entusiasta y agradecida, pero esas cursilerías no eran propias de la familia Sabaku No, así que sólo se cruzó de brazos. Tenía suficiente con el hecho de que él no se viera muy maltrecho, y aunque tampoco fue capaz esconder su alivio por completo, a Kankuro no le molestó― ¿Dónde está el ladrón? ―le preguntó entonces.

―Se voló la cabeza antes de que pudiéramos atraparlo para interrogación. Lo siento, Temari ―agregó él―. Sé cuánto querías una prueba de que existe un doble agente entre nosotros.

La rubia no pudo más que resoplar en exasperación― ¡Otro suicida! ¿Cómo pueden permitirse tantos? ―Era un asunto extremadamente raro, para ser francos. Los hermanos de La Arena bien sabían que existían pocas personas tan comprometidas en una causa como para morir por ella. Simplemente no hacía sentido que todos los atacantes del Shinzensumi, hasta entonces, hubieran sido suicidas. ¿Realmente era una organización así de grande? Y si lo era ¿qué clase de propósito extraño implantaban en sus reclutas para hacerlos tan fieles? Peor aún ¿Qué clase de sádico enemigo nuevo era ese que disponía con tanta facilidad de sus propios soldados?

Si su objetivo era causar terror en Sunagakure, los hermanos Sabaku No se asegurarían de que no lo consiguieran.

―Yo tampoco lo entiendo ―respondió Kankurō―. Y ni siquiera es un pergamino de tanto valor... Claro, desde el punto de vista histórico y quizás económico, lo sea. Pero no muchos shinobi están dispuestos a morir por dinero ―declaró, mirando el objeto fijamente antes de guardarlo―. Hablando de ladrones, ¿dónde está el otro?

Su Más Bella SonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora