Prefacio

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El frío en el pecho

Tenía los ojos abiertos, la ropa corrida y una expresión de horror

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Tenía los ojos abiertos, la ropa corrida y una expresión de horror. Si no era así lo último, podía imaginármelo. El cuchillo ya no estaba en mi pecho, pero, curiosamente, lo único que podía sentir era eso, como si todavía lo tuviese clavado en el esternón.

No podía moverme, ni cerrar los ojos. Estaba allí, pero no tenía control de mi cuerpo. Durante un buen rato, no puedo decir cuánto, mientras el sol se ponía reflejándose en mis corneas, no entendí qué pasaba conmigo. Cuando las estrellas reemplazaron al sol, entendí que estaba muerta.

Pero no comprendía cómo. No llegaba a dilucidar por qué seguía allí, por qué estaba dentro de mi cuerpo sin poder abandonarlo.

Pasó mucho más hasta que unas cuencas vacías y oscuras se cernieron sobre mí. Me miraba, esperaba. El rostro de la muerte estaba curioso, a pesar de ser una simple calavera gris sin expresiones reales. Quise hablar, mover los labios y preguntarle qué pasaba. Pero estaba desconectada de mí misma, nada me respondía.

—No puedes abandonar este mundo. No puedo llevarte conmigo.

Me pareció que clavaba la mirada en la herida de mi pecho, en la sangre helada que se secaba. Me hubiese gustado rogarle que me ayudara. Estaba allí dentro paralizada.

—Esto es lo único que puedo hacer por ti —dijo, estirando un dedo huesudo hacia mi esternón. En el momento en que me tocó, mi cuerpo reaccionó. Solté una exhalación y mis labios azules temblaron—. Pero escúchame bien, Serena: no es para siempre. Es prestado. Tu último suspiro, tu resistencia antes de morir, es aún energía en tu cuerpo. Podrás moverte, pero deberás robar esa energía de otros si quieres que tu cuerpo viva. Si no, morirá, se descompondrá, y cuando no quede nada de él, tu aún estarás atrapada aquí. No podré ayudarte.

Lo observé, jadeando cómo podía. La puñalada me dolía, tenía frío, estaba aterrada y conmocionada, pero solo podía seguir allí, escuchando a la muerte sin encontrar mi propia voz para saldar mis dudas.

Pero él las conocía.

—No es la inmortalidad. La forma en la que arrebataron tu vida será tu única perdición, además de quedarte vacía otra vez.

«¿Por qué?»

—Es todo lo que puedo hacer por ti. Seguirás funcionando en tanto tengas energía. Si algún día quieres reunirte conmigo otra vez, deberás resolver tu prenda. Todo humano atrapado tiene una prenda.

«No entiendo.»

La muerte ladeó la cabeza.

—Esa es mi ayuda y esas son las reglas. La energía humana es vida, les robaras vida. Tú decides.

Se alejó de mí. Lo perdí de vista mientras mi cuerpo temblaba. Intenté abrir la boca y lo único que salió de ella fue algo ronco. Terminé escupiendo algo de sangre.

Suspiros Robados (Libro 1) [Disponible en librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora