6. Sangre y pánico

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Sangre  y pánico

Lo único que podía herirme, en todo el mundo, era un cuchillo

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Lo único que podía herirme, en todo el mundo, era un cuchillo. Y ahora lo tenía clavado en el abdomen. Sentí el dolor atravesarme de arriba abajo y, aunque la herida en mi pecho ardió como aquel milisegundo en el que me habían dado muerte, no pude gritar.

Caí hacia atrás, en los brazos de Luca, que me atajó, cuando los atacantes me miraban absortos.

—No era para ti, nena —dijo el loco, que retrocedió y empujó a los demás para salir huyendo.

Luca y yo nos quedamos solos y yo me convertía en un mar de sangre.

—Por Dios, Serena, por Dios —gimió Luca, sujetándome y sacándome las manos de la panza. Me recostó en el suelo y empezó a rebuscar en sus bolsillos: buscaba su teléfono—. Mierda, mierda, ¿por qué hiciste esto?

Le agarré el brazo cuando encontró el celular. Me dolía, muchísimo, pero no iba a morir tan fácil. No como la primera vez. Lo que yo necesitaba era energía, no un médico. Con una herida así, la vitalidad que había robado se drenaba con la sangre.

—No, no, dame tu... mano —logré decir.

Me la dio, sin dudarlo, porque pensaba que estaba asustada. Yo pensaba únicamente en vivir. Absorbí, media grogui, todo lo que él tenía extra, que era demasiado, efusivo y atómico. Pero esta vez no bastaba.

Lucas estaba aterrado y por primera vez desde que era lo que yo era, una energía aterrada no me estaba sirviendo. Yo lo necesitaba como siempre, alegre, feliz, normal. Al parecer, él flaqueaba, se debilitaba cuando estaba mal; no como la mayoría de las personas, que tienen subidones de adrenalina.

—La ambulancia... —siguió diciendo. De los nervios tiró el celular y yo jalé de su brazo. Una idea brillante y fugaz pasó por mi cabeza y como no tenía tiempo para analizarla, tiré más de él. Lo atraje hacia mí y le corté todas las dudas con un beso.

Entró en un estado de estupor, pero era mejor que el pánico. Llevé mi otra mano a su cuello y lo apreté más contra mí. Fue entonces cuando sentí la cara mojada y me di cuenta de que estaba llorando.

De alguna manera, eso me hizo darme cuenta todavía más que lo quería. No solo me gustaba muchísimo, sino que realmente me agradaba como persona. Él lloraba por mí, pensaba que me iba a morir.

Lo apreté más y lo besé en serio, consciente de que la única que de verdad disfrutaba de eso era yo. Luca se quedó duro y dejó que lo besara hasta que, de la nada, pareció reaccionar y empezó a devolvérmelo con una urgencia que me abrumó. La energía me llegó de un golpe a través de su boca; fue, esta vez, más que atómico. Fue como enchufarme a un reactor nuclear.

Me estiré hacia arriba, sentándome, arrimándome a su cuerpo caliente tanto como podía. Él pareció olvidarse de todo y me abrazó. Siguió besándome como si mis labios fuesen una droga, sin saber que para mí la droga era él.

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