20. Halloween

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Halloween

Seguí a Penélope por dos cuadras hasta que se encontró con su hermano, que la esperaba para seguir el resto del camino

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Seguí a Penélope por dos cuadras hasta que se encontró con su hermano, que la esperaba para seguir el resto del camino. Tenía diez cuadras hasta su casa y todo el trayecto lo hice por los tejados y los techos de las cazas. No me importó si alguien me veía, solo me concentré en cualquier persona que pudiera estar cerca de ella.

Mientras iba sola, me pareció ver a un hombre caminar a cien metros detrás, pero cuando Penélope se reunió con su hermano, a quien sí recordaba del colegio —se había graduado el año anterior—, el hombre dobló en una esquina. Lo perdí de vista con tal de seguir hasta la casa de la niña.

No tuve suerte ese día, ni el siguiente, aún cuando Luca me dijo que era obvio que no iba a aparecer el acosador si ella estaba con su hermano. Pero el viernes Penélope parecía más nerviosa al salir de clases y supe porqué: su hermano no estaba en el lugar donde la encontraba. Ella tendría que regresar a casa sola.

Me hubiese gustado decirle que la cuidaría desde los techos, pero hubiera sonado raro, así que simplemente salté por encima de los tejados detrás de ella hasta que capté nuevamente a un hombre siguienola. Cuando Penélope siguió su camino sin su hermano, el hombre apresuró el paso y redujo los cien metros a unos treinta. Su paso era cada vez más veloz.

Penélope miró por encima de su hombro varias veces y, cada vez, el hombre disimuló. Fingía mirar su teléfono, atarse los cordones o reducía la velocidad.

Fruncí el año y contuve las ganas de bajar a darle golpes, en parte por lo desgraciado y en parte por lo inútil que era hasta para disimular en cazar niñas. Me había encontrado con depredadores más hábiles que él y hasta yo podía hacerlo mejor.

Cuando quedaba una cuadra para llegar a su casa, Penélope empezó a correr y el tipo aceleró. Era tan obvio en sus intenciones que simplemente esperé a que ella doblara la esquina para bajar a la acera de un salto, justo por delante de él.

Gritó y se cayó al suelo, golpeando el trasero duramente. Puse los ojos en blanco y comprobé que no era la persona que yo buscaba, pero sí alguien lo bastante cínico y enfermo como para aterrar a una niña de quince hasta hacerla correr a su casa llorando.

—¿Qué estabas haciendo? —dije, ladeando la cabeza—. Me parece que acosar a menores de edad es ilegal, ¿o no sabías eso?

—¿Qué...? —Él empezó a balbucear. Tenía alrededor de treinta años y la gorra que llevaba puesta para que no se le notara tanto el rostro lo hacía ver estúpido. A decir verdad, tenía cara de tonto y me pareció que en toda su extensión este tipo no tenía madera para lo que realmente se trataba el asunto de acosar niñas.

Agité la cabeza, molesta conmigo misma por andar juzgando las capacidades de los imbéciles abusadores como si debieran mejorar. Me había cruzado con tantos que ya era una experta, pero la verdad es que tenía que agradecer que este fuese algo idiota, porque quizás Penélope ya hubiese sido atrapada.

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