Capítulo 5

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Se paró junto a mi escritorio, y dejó caer el bolso al piso, dispuesto a esperarme hasta que terminara mi trabajo, como hacía todas las noches.

-No voy a salir hasta dentro de un rato -le dije sin mirarlo, con los ojos fijos en la pantalla.

-Puedo esperarte -me contestó, con su voz profunda de siempre.

-No es necesario.

-Lo sé.

Cerré los ojos al escucharlo, sin saber bien por qué. Mi corazón se desbocaba, latiendo rápidamente y calentando mi piel. Me sentía enojada, y la adrenalina estaba haciendo estragos en mi cuerpo. Él se dejó caer en la silla vacía detrás mío. Lancé un suspiro profundo, frustrada, y poniéndome los auriculares, me concentré en las fotografías que me quedaban por editar, bloqueando su presencia detrás mío. Subí el volumen de la música hasta un nivel ridículo. No tenía la menor intención de prestarle atención alguna.

Unos veinte minutos después mi trabajo estaba terminado. Me saqué los auriculares, los enrrollé y no me di vuelta a mirarlo. Sabía que seguía allí, esperándome, porque podía sentirlo aún sin darme vuelta. Rebusqué dentro del cajón de mi escritorio y saqué un pequeño bolso, me heché unas gotas de perfume, me acomodé el pelo corto, soltándolo de la pequeña coleta, y apagué la computadora. Y mientras me cruzaba mi bolso y me disponía a salir, me encontré con sus ojos, abiertos como dos platos. Esquivando su mirada, salí hacia el pasillo y pulsé el botón del ascensor. Me siguió, y lo sentí pararse al lado mío, mirándome. Seguí ignorándolo, y no era fácil.

-Eso fue nuevo -dijo finalmente, mirando las puertas cerradas que teníamos delante.

-¿Que cosa? -dejé salir entre dientes, todavía sin mirarlo.

-El perfume y eso que hiciste ...con el cabello -carraspeó, llevándose una mano a la boca

Apreté mis labios y no le contesté. Las puertas se abrieron frente a nosotros, pulsé el botón de la planta baja y ocupé mi lugar contra la pared metálica. Se apoyó al lado mío, como hacía siempre, pero esta vez estaba demasiado cerca. El ascensor estaba completamente vacío, no era necesario que estuviera prácticamente rozando mi brazo con el suyo. Me revolví un poco pero no me moví. No quería darle el gusto de hacerle notar mi incomodidad.

-Lo siento -dejó salir con dificultad las palabras, mirando hacia los números electrónicos que indicaban los pisos que recorría el ascensor.

-¿Qué es lo que sientes, exactamente, Edward? -le dije. Si iba a disculparse, quería que lo haga correctamente.

-Todo el asunto de Tim.

No contesté. No me moví. Se giró hacia mí y siguió hablando.

-Claramente Tim tiene intenciones contigo que no son las que tú tienes con él, y... no lo sé. Créeme que no está bien -presionó con dos dedos el arco de su nariz, cerrando los ojos.

-¿Qué? ¿Qué es lo que estás diciendo? No logro entenderte -estaba volviendo a enojarme, sentía el rojo en las mejillas volver rápidamente.

-¡No lo sé! Simplemente me molestó todo el asunto y no sabía que hacer.

-¿Dices que te "molestó todo el asunto"? Oh por Dios. Sabía que eras imposible, pero esto va más allá de todo. Discúlpame, Edward, pero no creo que tengas derecho a meterte en la vida privada de tus empleados -le hablaba de frente, gesticulando ampliamente con mis brazos, como solía hacer cando me enojaba.

-¿Él te gusta? -balbuceó, volviendo a apoyar su espalda contra la pared del ascensor, y clavando nuevamente sus ojos en los números rojos encima de la puerta. Giré mi cara hacia él, con la boca abierta, mirándolo sin poder creerlo -Tim. Tim, el gran Tim. ¿Te gusta? -me dijo, como si yo no hubiese entendido la pregunta.

Las puertas se abrieron en la planta baja y le lancé dardos por los ojos. Sentía mi cara hervir. ¿Qué era este interrogatorio? No era mi amigo, y ciertamente aunque lo fuera no estaba preguntándolo como un amigo se lo pregunta a una amiga. Si esto era un pedido de disculpas, era el peor intento del universo. Estaba siendo mal educado, como era su costumbre; había hablado con rabia, con desprecio, con sorna. Salí a toda velocidad del ascensor, y saludé casi con un grito al hombre de seguridad que nos abrió la puerta.

Edward me seguía por detrás, dando grandes zancadas para lograr alcanzarme, porque yo prácticamente corría, llena de furia como estaba. El aire fresco de la noche me golpeó en la cara, y sentí que debía tranquilizarme. No soportaba que nadie se metiera en mi vida, era algo que no toleraba; mi privacidad era algo que había logrado ganarme con mucho esfuerzo, habiendo vivido toda mi adolescencia con un padre invasivo y prepotente. No iba a permitir que nadie la invadiera nuevamente, y mucho menos este hombre terco y mal educado. Decidí que iba a explicarle esto, y me di vuelta para enfrentarlo. Pero sus palabras llegaron antes.

-¿Vas a salir con él? ¿Por eso el perfume, y el cabello? -mientras lo decía con burla, rozó con la punta de sus dedos un mechón enrulado. Él también estaba enojado, y su furia me hizo enojar aún más, si es que eso era posible. No tenía derecho a estar enojado bajo ningún punto de vista. No había motivos.

-Si -cerré los ojos, tomé una profunda respiración y traté de calmarme. Era mi jefe, y aunque bastante imbécil, todavía podía dejarme sin trabajo- Si, voy a salir con él, y con el resto del equipo de deportes. Es algo que hacen mensualmente y me invitaron, ¿suficiente?

-No tenían por qué haberte invitado -tenía las manos en la cintura, las piernas ligeramente abiertas, como plantando su posición firmemente frente a mí.

-¿Perdón?

-No estás ni siquiera en la redacción, eres ayudante de fotografía, eres nueva y apenas tienes relación con ellos. Es evidente que te invitó Tim.

-Y eso es un problema... ¿por qué? ¿Cuál es tu problema con Tim? Ni siquiera tendría por qué estar aclarándote todo esto... ¡No veo por qué eso es un problema para tí ni para mi trabajo! -comencé a levantar la voz nuevamente- ¡No soy tu esclava, Edward, aunque me trates como tal desde el primer momento en que entré a esa oficina! Hago mi trabajo a la perfección, estoy segura de ello, y no voy a tragarme toda esta falta de respeto; y lo que es mejor, no pienso renunciar, si es lo que estás buscando, porque estoy segura de que eres un machista empedernido que no soporta tener a una mujer al lado. Y en cuanto a que la editorial tiene reglas con las relaciones...

No pude seguir gritándole. Su mano en mi cintura llevó mi cuerpo contra el de él, y sus labios se aplastaron contra los míos.

En un segundo su lengua invadió mi boca y sus manos se plantaron firmemente a los costados de mi cara, atrayéndola hacia la suya. Mis ojos abiertos como dos platos, buscando explicaciones en la sorpresa, se cerraron de pronto y mi manos se aferraron a su chaqueta, tirando de él hacia mí. Le respondí el beso intensamente, con mi lengua moviéndose frenéticamente al ritmo de la suya, pegando mi cuerpo contra el de él. ¿Qué estaba haciendo yo? ¿Qué estaba haciendo él? ¿Qué estábamos haciendo los dos? No podía lograr ordenar los pensamientos en mi mente, porque lo único en lo que podía pensar era en su cuerpo pegado al mío, en su lengua inquisidora sobre la mía, y en sus manos, que bajaron hasta lo más bajo de mi cintura y me reclamaban con fuerza, apretándome contra él. Nos besamos con furia, descargando toda la frustración uno con otro, hasta que apoyé mis manos en su pecho y lo separé de mí, empujándolo.

-Vete a la mierda, Edward -le dije, tocándome los labios con las yemas de los dedos, y recogiendo el bolso que se me había caído al piso, me di la vuelta y caminé apresuradamente hacia el bar.

Te odiaré quizás mañanaWhere stories live. Discover now