Capítulo 16

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Sentada frente a mi pantalla, todavía me temblaba el cuerpo. Lo sabía. Sabía que me estaba metiendo en un problema, en un grandísimo y tremendo problema. Pero nunca pensé que tan grande era ese problema. Pensé que el inconveniente mayor era que me gustara mi jefe. Después pensé que nada podía ser peor cuando me acosté con mi jefe. Ahora, bien... Nunca pensé que el asunto tomara dimensiones estratosféricas cuando mi jefe, además, se estaba acostando con su jefa. Todo era una maldita mamushka de problemas, en donde la única que podía salir perjudicada era yo.

Él nunca me había dicho que tenía una novia. Yo nunca se lo había preguntado. Él tampoco había indagado si yo estaba en una relación, ni yo se lo había aclarado. Estaba más que claro que, entonces, lo que él había querido era un simple revolcón, quitarse las ganas y disipar la tensión sexual que evidentemente nos carcomía cada vez que estábamos cerca uno del otro. Y yo también pensé que quería eso, pero, sin embargo, ya estaba imaginándome enamorada de él y paseando juntos de la mano bajo el cielo estrellado. Que estúpida. ¡Que estúpida! Me golpeé la frente con la palma de la mano, castigándome a mi misma por ser tan irresponsable. Yo no era así, para nada. ¿Por qué actuaba de esta manera entonces?

Sacudí mi cabeza y volví a concentrarme en mi trabajo. Hundí los auriculares en mis oídos y cerré los ojos, suspirando dramáticamente antes de volver a abrirlos. Presioné "random" en mi Spotify y James Bay comenzó a cantar una versión acústica de un tema de Alicia Keys.

..."Some people live for the fortune

Some people live just for the fame

Some people live for the power, yeah

Some people live just to play the game

Some people think that the physical things define what's within

And I've been there before, and that life's a bore"...

Si. Eso. Exactamente eso, mi buen amigo James. Sigue cantándome al oído lo estúpida que soy. Siempre pensando que las cosas saldrán a mi manera, pero al final... ¡pum! dándome la cabeza contra la pared. Por suerte no llegué tan lejos esta vez. ¿O sí? Simplemente no había involucrado más sentimientos que los básicos en todo esto. Pero... ¡maldito cabrón! ¿Acostándose con la dueña? ¿Y metiéndome a mí en el medio? Creí que le importaba aunque sea un poco. Creí que por lo menos pensaba que era buena empleada, y que le daba miedo perder mi valiosa ayuda. Evidentemente le importaba sólo y nada más que él. Moví mi cabeza, negando. Y traté, por vigésima novena vez desde que había vuelto de mi almuerzo, de concentrarme en la pantalla.

Logré avanzar en la edición de las fotos, fijándome como meta pensar minuto a minuto en lo que tenía que hacer, sin ir más allá. Si lograba concentrarme un minuto a la vez podía lograr terminar con mi trabajo del día. Mi cerebro respondía a duras penas, enviándome dulces relámpagos del cuerpo de Edward desnudo, hundido entre mis piernas. Realmente se hacía difícil trabajar teniendo a mi cerebro y a mi cuerpo en contra.

Me levanté después de un par de horas y fui en busca de un café, rogando no encontrarme con nadie. No tenía muchas ganas de hablar, y mucho menos con Tim.

Si bien las intenciones de Tim eran las mejores, su presencia constante y abrumadora estaba comenzando a fastidiarme. Poco teníamos en común, y él había encontrado que hablando mal de mi jefe lograba siempre algo de charla, así que se aferraba a eso cada vez que nos veíamos. Y yo no tenía ganas de escuchar lo desagradable que era Edward.

Entré en la cocina y agradecí que Ed apenas salía de su oficina un par de veces al día, porque entonces no tenía miedo de encontrármelo en los pasillos o tomando un café en la máquina. Me serví una taza de café con leche, y revolví lánguidamente con mi cuchara, con la mirada perdida, hasta que sentí un dedo recorrer mi espalda. Mi cuerpo tembló ante el contacto y me di vuelta, sobresaltada.

Era él. En la cocina. Con la puerta cerrada.

¿Quién cerró la puerta? No escuché cuando la cerró. Estábamos encerrados en la cocina, y su cuerpo estaba prácticamente acorralando el mío contra la fría mesa de mármol.

-Hola... -me dijo con su voz baja y gruesa que tanto me gustaba, mientras bajaba sus labios a mi cuello... también como tanto me gustaba. Me estremecí. Presionó su cadera contra mi muslo, haciéndome notar que estaba muy (muy) contento de verme, y me mordí los labios. Ay, por Dios. Qué débil era mi voluntad. Podía tranquilamente desnudarme en este momento sin ningún tipo de problemas. ¡Torpe de mí! Cediendo frente a un tipo tan descarado como para tener una relación en el trabajo... ¡cuando ya tiene OTRA relación en el trabajo!

Perfecto. El pensamiento que necesitaba para empujarlo y quitármelo de encima. Claro, no había tenido en cuenta que Edward pesaba dos veces lo que yo pesaba, y que su espalda podía cubrir todo mi cuerpo por completo. Fue imposible moverlo. Aunque empujé con todas mis fuerzas, su cuerpo apenas se movió. Finalmente pareció reconocer que lo estaba rechazando y alejó su boca de mi piel.

-¿Qué pasa? -me dijo un poco ofuscado, con los ojos brillantes de deseo, como no entendiendo del todo. Yo quería tocarme la entrepierna ahí mismo, y acomodarla como hacen los hombres. Lamentablemente, no era muy femenino hacerlo, y tuve que contestarle mientras luchaba para aplacar mi propia excitación.

-¿Qué pasa? ¿No era acaso que las relaciones en el trabajo están prohibidas?

-Si.

-Entonces, ¿qué mierda haces?

-¿Cómo que "que mierda hago"?

-Si, eso. ¿Qué mierda haces?

Sacudió su cabeza. No entendía, y era lógico. La última vez que nos habíamos visto estábamos despidiéndonos en la puerta de mi departamento, y su lengua estaba en mi garganta. Para él, todo estaba bien. Pero para mí, las cosas habían cambiado radicalmente. ¿Por qué? Él nunca me había prometido nada. Simplemente nos atraíamos sexualmente de una manera que era difícil ignorar, y tomamos cartas en el asunto. Pero también se había portado como un maldito bastardo, poniéndome en la situación de ser la tercera rueda en una relación ya de por sí complicada. Él con una de las dueñas del diario... Sacudí mi cabeza tratando de deshacerme de los pensmientos, y aprovechando el hueco que dejó entre su cuerpo y el mío, lo esquivé, llegando hasta la puerta de la cocina tan rápido como pude. Me di vuelta dramáticamente al girar el picaporte, y lo apunté con mi taza llena de café, volcando un poco en el piso.

-No te me acerques.

Lo último que vi antes de cerrar la puerta fueron sus cejas arqueadas y su boca entreabierta. Si, definitivamente él no entendía nada. Y yo tampoco.

...

La tarde pasó rápidamente. No volví a verlo. Después del encuentro en la cocina pasó raudamente hacia su oficina y no volvió a salir. Recibí un par de correos de él, todos con instrucciones precisas de trabajo que me ocupé de seguir con precisión. No quería tener que soportar ningún reto de su parte.

Cerca de la hora de salida, recibí un último mail.

De: Edward Thomas <ethomas@thedailyb.com>

Para: Josephine <photography@thedailyb.com>

Asunto: Reunión

Mañana a las 9:00 am tenemos una reunión en la sala de juntas del último piso para tratar la Muestra Anual.

Vístete bien.

E.

"Vístete bien". ¿"Vístete bien"? ¿Es que acaso yo era una pordiosera y él tenía que recordarme mis modales? Justamente él, que se vestía como el demonio, siempre arrugado. Vístete bien... Vístete bien... Maldito bastardo. Bajé la mirada y recorrí mi cuerpo. Mis jeans un poco flojos y gastados, mis Converse negras, mi camiseta blanca. Ok, quizás tendría que buscar algo que ponerme, definitivamente.

Te odiaré quizás mañanaWhere stories live. Discover now