Capítulo 13

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Volvimos a besarnos hasta que, haciendo un esfuerzo por separar nuestros labios, tomó mi mano y salimos del estadio, dejando atrás a Fred Durst cantando algo sobre romper todo.

Mi pequeña mano se perdía dentro de la suya, enorme, y me apretaba como si quisiera evitar que me vaya, mientras que con la otra juntó sus labios y silbó un taxi que pasaba.

-¿A dónde vamos? -le dije, tirando de su brazo.

-A mi casa -me respondió, como si fuera algo obvio.

Entramos al taxi y nos deslizamos por el asiento de cuero. Edward le indicó la dirección, y se volvió hacia mí, buscando mis ojos con los suyos.

-¿Crees que es buena idea ir a tu casa? -le dije. Todo mi cuerpo temblaba levemente, en una mezcla de nervios, duda, anticipación y excitación.

-¿Crees que algo de lo que hicimos hoy fue una buena idea? -me contestó, levantando una ceja.

Negué con la cabeza.

-Entonces todo puede irse a la mierda -me susurró con voz grave en el oído- Te quiero en mi cama.

Me miró a los ojos. Yo quería estar en su cama también.

-Quiero estar en tu cama también -"si, dije eso en voz alta" pensé. Pero no me importó, porque era la verdad.

Sus labios dibujaron una breve sonrisa; tomó mi barbilla con su mano y me acercó a su boca, y volvió a besarme profundamente. Escuchaba nuestras respiraciones mezclarse, y unos pequeños sonidos graves que salían de su garganta. Mis manos se deslizaron por debajo de la tela de su camiseta, y recorrieron la piel de su espalda. Quería con todas mis fuerzas arrancarle la ropa y ver lo que había debajo. El conductor carraspeó, y sus ojos se clavaron en nosotros por el espejo retrovisor.

-Llegamos, señor.

Edward sacó un bollo desordenado de billetes del pantalón, seleccionó algunos y se los entregó al conductor, y salimos del taxi rápidamente.

Apenas pude ver donde estábamos. Se veía como un edificio moderno e industrial, con mucho hormigón y caños expuestos que atravesaban las paredes. Subimos a un enorme ascensor que parecía ser de carga, y Edward se colgó de la pesada puerta para deslizarla hacia abajo y cerrarlo. Cuando empezamos a subir, se dio vuelta y apretó sus manos en mi trasero, levantándome del suelo y buscando con su lengua la mía. Envolví mis piernas alrededor de su cintura y mi espalda tocó la fría pared de chapa detrás nuestro. Él presionó su erección entre mis piernas, y yo gemí sin poder evitarlo siquiera.

-Si gimes mientras todavía tenemos la ropa puesta, no puedo esperar a ver lo que harás sin ella -me dijo sonriendo, con mi boca en la suya. Tiró de mi labio inferior entre los dientes y me soltó -Date la vuelta- dijo en voz baja.

Me di la vuelta y su cuerpo se apoyó sobre mi esplada. Su boca se deslizó por mi cuello, y mientras saboreaba mi piel, que se había erizado por completo, llevó sus manos hacia adelante y me desprendió el jean, para luego meterlas por dentro de la tela. Me acarició entre las piernas, y yo me paré en puntas de pie mientras buscaba con mis manos su erección, que se apoyaba en lo más bajo de mi espalda. Lo acaricié por sobre sus pantalones, y busqué desesperadamente tratar de desprender la hebilla de su cinturón, sin poder lograrlo.

-¡Esta hebilla es muy rara! -le dije frustrada, todavía con sus labios recorriendo mis hombros. Separó su cadera de mi cuerpo y escuché cómo se desprendía el cinturón él mismo.

-Es un cinturón militar. Es así -me dijo, mientras lo abría.

-No podría importarme menos -le contesté, girándome nuevamente hacia la pared, implorándole con mi postura que volviera a apoyarse sobre mí. Sin embargo, no me hizo caso, y en su lugar bajó mis pantalones y mi ropa interior de un tirón, dejándome desnuda de la cintura hacia abajo. Arrastró sus labios por la suave piel de mis piernas y mi trasero, mordisqueando y lamiedo a su paso, mientras yo me aferraba a la pared fría y lisa.

Te odiaré quizás mañanaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt