33: Hagrid

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ALGUIEN VIO EL TRAILER QUE LANZARON DE LOS CRIMENES DE GRINDELWALD DE LA COMIC CON?!
MORIII Y LLOREEE A CAGAR por favor necesito hablar con alguien sobre eso...

—Todos los alumnos estarán de vuelta en sus respectivas salas comunes a las seis en punto de la tarde. Ningún alumno podrá dejar los dormitorios después de esa hora. Un profesor os acompañará siempre al aula. Ningún alumno podrá entrar en los servicios sin ir acompañado por un profesor. Se posponen todos los partidos y entrenamientos de quidditch. No habrá más actividades extraescolares.

Los alumnos de Gryffindor, que abarrotaban la sala común, escuchábamos en silencio a la profesora McGonagall, quien al final enrolló el pergamino que había estado leyendo y dijo con la voz entrecortada por la impresión:
—No necesito añadir que rara vez me he sentido tan consternada. Es probable que se cierre el colegio si no se captura al agresor—inmediatamente me tense—. Si alguno de vosotros sabe de alguien que pueda tener una pista, le ruego que lo diga.
La profesora salió por el agujero del retrato con cierta torpeza, e inmediatamente los alumnos rompieron el silencio.
—Han caído dos de Gryffindor, sin contar al fantasma, que también es de Gryffindor, uno de Ravenclaw y otro de Hufflepuff —dijo Lee Jordan, el amigo de los gemelos Weasley, contando con los dedos—. ¿No se ha dado cuenta ningún profesor de que los de Slytherin parecen estar a salvo? ¿No es evidente que todo esto proviene de Slytherin? El heredero de Slytherin, el monstruo de Slytherin... ¿Por qué no expulsan a todos los de Slytherin? —preguntó con fiereza. Hubo alumnos que asintieron y se oyeron algunos aplausos aislados.
Percy Weasley estaba sentado en una silla, detrás de Lee, pero por una vez no parecía interesado en exponer sus puntos de vista. Estaba pálido y parecía ausente.
—¿Y a ese que le pasa?—le pregunte a George, señalando vagamente a Percy.
—Percy está asustado —dijo George en voz baja—. Esa chica de Ravenclaw.., Penélope Clearwater..., es prefecta. Supongo que Percy creía que el monstruo no se atrevería a atacar a un prefecto...
Después de unos segundos me di cuenta de que no me importaba mucho el estado de ánimo de Percy, por que las palabras «Es probable que se cierre el colegio» todavía retumbaban en mi mente. ¿Que pasaría si se cerrara Hogwarts? Mi abuela Tina siempre quiso ponerme en Ilvermoony, pero no...no estaría ningún Weasley, y sobre todo no estarían ni Harry ni Hermione. Hermione era una bruja de la cual sus padres estaban tremendamente orgullosos, además de tener notas sobresalientes y ser extremadamente inteligente. Oh Hermione, todavía no me podía sacar de la cabeza la horrible imagen de ella petrificada  ¿Pero Harry? Si no encontraban a el culpable, sus tíos no se preocuparían de que fuera a otro colegio de hechicería. Honestamente no quería estar en un colegio sin un chico con la cara partida, un pelirrojo con su rata y una sabelotodo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ron por lo bajo—. ¿Creen que sospechan de Hagrid?
—No lo hemos visto—respondí.
—Tenemos que ir a hablar con él —dijo Harry, decidido—. No creo que esta vez sea él, pero si fue el que lo liberó la última vez, también sabrá llegar hasta la Cámara de los Secretos, y algo es algo.
—Pero McGonagall nos ha dicho que tenemos que permanecer en nuestras torres cuando no estemos en clase...
—Ronald, querido, ¿Cuando alguna vez hemos obedecido una regla como esa?—le pregunte con sarcasmo.
—Creo —dijo Harry, en voz todavía más baja— que ha llegado ya el momento de volver a sacar la vieja capa de mi padre.

🐍

Harry sólo había heredado una cosa de su padre: una capa larga y plateada para hacerse invisible. Era la única posibilidad para salir a hurtadillas del colegio y visitar a Hagrid sin que nadie se enterara. Fui a la cama a la misma hora que siempre, escuchando a todas hablar sobre la cámara de los secretos, Fay por ahora parecía tomarse el asunto en serio desde que Hermione había sido petrificada. Espere a no escuchar ningún ruido y me vestí, levantándome de la cama, cuando vi mi maceta; James estaba profundamente tranquilo y Castiel me estaba viendo con los brazos cruzados.
—Juro por todo lo bueno que no me tardaré—le di un pequeño beso—. Lo prometo, amigo.
Me uní con Ron y Harry en la sala común, que ya me estaban esperando vestidos y con la capa.
El recorrido por los corredores oscuros del castillo no fue en absoluto agradable. Ya nos habíamos escabullido antes pero jamás con tantas personas: profesores, prefectos y fantasmas circulaban por los corredores en parejas, buscando cualquier detalle sospechoso. De verdad pensé que nos iban a descubrir; a pesar de llevar la capa invisible, hacíamos el mismo ruido de siempre, hubo un instante especialmente tenso cuando Ron se dio un golpe en un dedo del pie, y estabamos muy cerca del lugar en que Snape montaba guardia. Afortunadamente, Snape estornudó en el momento preciso en que Ron gritó, inmediatamente le puse mi mano en la boca, sofocando cualquier grito o sonido.
Cuando finalmente alcanzamos la puerta principal de roble y la abrí con cuidado, los tres suspiramos aliviados. Todos los planes y todo en realidad era mucho más difícil sin Hermione a nuestro lado.
Era una noche clara y estrellada. Avanzamos con rapidez guiándonos por la luz de las ventanas de la cabaña de Hagrid, y no quisimos desprendernos de la capa hasta que hubieramos llegado ante la puerta.
Unos segundos después de llamar, Hagrid abrió. Nos apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.
—¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándonos—. ¿Qué hacéis aquí los dos?
—Buenas noches a ti también—dije mientras bajaba las manos que antes había subido en signo de rendición.
—¿Para qué es eso? —preguntó Harry, señalando la ballesta al entrar.
—Nada, nada... —susurró Hagrid—. Estaba esperando... No importa... Sentaos, prepararé té.
Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la de cerámica de puros nervios al golpearla con la mano. Vi extrañada a Harry mientras rascaba la cabeza de Fang y dejaba que me lamiera la mano.
—¿Estás bien, Hagrid? —dijo Harry—. ¿Has oído lo de Hermione?
—¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo Hagrid con la voz entrecortada.
Miró por la ventana, nervioso. Sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té). Cuando estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.
Se le cayó el pastel. Una lástima, de veras.
Los tres intercambiamos miradas de pánico, inmediatamente tome la capa y nos la puse encima para hacernos invisibles y nos retiramos a un rincón oculto. Tras asegurarnos de que no se veía, Hagrid cogió la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.
—Buenas noches, Hagrid.
Era Dumbledore. Entró, muy serio, seguido por otro individuo de aspecto muy raro, no espera, no era un individuo.
Era el maldito Ministro de Magia.
¡Mala Laila no maldigas!
El ministro era un hombre bajo y corpulento, con el pelo gris alborotado y expresión nerviosa. Llevaba traje de raya diplomática, corbata roja, capa negra larga y botas púrpura acabadas en punta. Sujetaba bajo el brazo un sombrero hongo verde lima.
—¡Es el jefe de mi padre! —musitó Ron—. ¡Cornelius Fudge, el ministro de Magia!
—Es el jefe de todos—murmure
Harry dio un codazo a Ron para que se callara y de paso uno a mi.
Hagrid estaba pálido y sudoroso. Se dejó caer abatido en una de las sillas y miró a Dumbledore y luego a Cornelius Fudge.
—¡Feo asunto, Hagrid! —dijo Fudge, telegráficamente—. Muy feo. He tenido que venir. Cuatro ataques contra hijos de muggles. El Ministerio tiene que intervenir.
—Yo nunca... —dijo Hagrid, mirando implorante a Dumbledore—. Usted sabe que yo nunca, profesor Dumbledore, señor...
Verlo así me partía el corazón.
—Quiero que quede claro, Cornelius, que Hagrid cuenta con mi plena confianza —dijo Dumbledore, mirando a Fudge con el entrecejo fruncido.
—Mira, Albus —dijo Fudge, incómodo—. Hagrid tiene antecedentes. El Ministerio tiene que hacer algo... El consejo escolar se ha puesto en contacto...
Negué con la cabeza, solo querían encontrar a alguien a quien echar la culpa y sería problema resuelto para el Ministerio, y Hagrid era el perfecto candidato.
—Aun así, Cornelius, insisto en que echar a Hagrid no va a solucionar nada —dijo Dumbledore. Los ojos azules le brillaban de una manera indescriptible.
—Míralo desde mi punto de vista —dijo Fudge, cogiendo el sombrero y haciéndolo girar entre las manos —. Me es tán presionando. Tengo que acreditar que hacemos algo. Si se demuestra que no fue Hagrid, regresará y no habrá más que decir. Pero tengo que llevármelo. Tengo que hacerlo. Si no, no estaría cumpliendo con mi deber...
—¿Llevarme? —dijo Hagrid, temblando—. ¿Llevarme adónde?
—Sólo por poco tiempo —dijo Fudge, evitando los ojos de Hagrid—. No se trata de un castigo, Hagrid, sino más bien de una precaución. Si atrapamos al culpable, a usted se le dejará salir con una disculpa en toda regla.
—¿No será a Azkaban? —preguntó Hagrid con voz ronca.
Antes de que Fudge pudiera responder, llamaron con fuerza a la puerta.
Abrió Dumbledore. Ahora Harry dejó escapar un grito ahogado muy audible, por lo que no dude en pisarle, no tan fuerte como normalmente hago, para que no gritara.
El señor Lucius Malfoy entró en la cabaña de Hagrid con paso decidido, envuelto en una capa de viaje negra y con una gélida sonrisa de satisfacción. Fang se puso a aullar.
—¡Ah, ya está aquí, Fudge! —dijo complacido al entrar—. Bien, bien...
—¿Qué hace usted aquí? —le dijo Hagrid furioso—. ¡Salga de mi casa!
—Créame, buen hombre, que no me produce ningún placer entrar en esta... ¿la ha llamado casa? —repuso Lucius Malfoy contemplando la cabaña
con desprecio, Dios mío, parecia exactamente a Draco con la misma cara de desprecio—. Simplemente, he ido al colegio y me han dicho que el director estaba aquí.
—¿Y qué es lo que quiere de mí, exactamente, Lucius? —dijo Dumbledore. Hablaba cortésmente, pero aún tenía los ojos azules llenos de furia, algo que nunca había visto en Dumbledore.
—Es lamentable, Dumbledore —dijo perezosamente el señor Malfoy, sacando un rollo de pergamino—, pero el consejo escolar ha pensado que es hora de que usted abandone. Aquí traigo una orden de cese, y aquí están las doce firmas. Me temo que este asunto se le ha escapado de las manos. ¿Cuántos ataques ha habido ya? Otros dos esta tarde, ¿no es cierto? A este ritmo, no quedarán en Hogwarts alumnos de familia muggle, y todos sabemos el gran perjuicio que ello supondría para el colegio.
—¿Qué? ¡Vaya, Lucius! —dijo Fudge, alarmado—, Dumbledore cesado... No, no..., lo último que querría, precisamente ahora...
—El nombramiento y el cese del director son competencia del consejo escolar, Fudge —dijo con suavidad el señor Malfoy—. Y como Dumbledore no ha logrado detener las agresiones...
—Pero, Lucius, si Dumbledore no ha logrado detenerlas —dijo Fudge, que tenía el labio superior empapado en sudor—, ¿quién va a poder?
—Ya se verá —respondió el señor Malfoy con una desagradable sonrisa—. Pero como los doce hemos votado...
Hagrid se levantó de un salto, y su enredada cabellera negra rozó el techo.
—¿Y a cuántos ha tenido que amenazar y chantajear para que accedieran, eh, Malfoy? —preguntó.
—Muchacho, muchacho, por Dios, este temperamento suyo le dará un disgusto un día de éstos —dijo Malfoy—. Me permito aconsejarle que no grite de esta manera a los carceleros de Azkaban. No creo que se lo tomen a bien.
Inmediatamente me tape la boca con la mano, a Azkaban no, a Azkaban no, a cualquier lugar menos a Azkaban.
—¡Puede quitar a Dumbledore! —chilló Hagrid, y Fang, el perro jabalinero, se encogió y gimoteó en su cesta—. ¡Lléveselo, y los alumnos de familia muggle no tendrán ni una oportunidad! ¡Y habrá más asesinatos!
—Cálmate, Hagrid —le dijo bruscamente Dumbledore. Luego se dirigió a Lucius Malfoy—. Si el consejo escolar quiere mi renuncia, Lucius, me iré.
—Pero... —tartamudeó Fudge.
—¡No! —gimió Hagrid.
Dumbledore no había apartado sus vivos ojos azules de los ojos fríos y grises de Malfoy.
—Sin embargo —dijo Dumbledore, hablando muy claro y despacio, para que todos entendieran cada una de sus palabras—, sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.
O soy yo o Dumbledore nos acababa de guiñar un ojo, mirando hacia el rincón donde los tres estábamos ocultos, pero bueno ese viejito adorable tiene muchos trucos debajo de la manga.
—Admirables sentimientos —dijo Malfoy, haciendo una inclinación—. Todos echaremos de menos su personalísima forma de dirigir el centro, Albus, y sólo espero que su sucesor consiga evitar los... asesinatos.
Se dirigió con paso decidido a la puerta de la cabaña, la abrió, saludó a Dumbledore con una inclinación y le indicó que saliera. Fudge esperaba, sin dejar de manosear su sombrero, a que Hagrid pasara delante, pero Hagrid no se movió, sino que respiró hondo y dijo pausadamente:
—Si alguien quisiera desentrañar este embrollo, lo único que tendría que hacer es seguir a las arañas. Ellas lo conducirían. Eso es todo lo que tengo que decir. —Fudge lo miró extrañado ¿las arañas?—. De acuerdo, ya voy —añadió, poniéndose el abrigo de piel de topo. Cuando estaba a punto de seguir a Fudge por la puerta, se detuvo y dijo en voz alta—: Y alguien tendrá que darle de comer a Fang mientras estoy fuera.
La puerta se cerró de un golpe y Ron se quitó la capa invisible, inmediatamente Fang fue hacía mi.
—En menudo embrollo estamos metidos —dijo con voz ronca—. Sin Dumbledore. Podrían cerrar el colegio esta misma noche. Sin él, habrá un ataque cada día.
Fang que había ido a mi en busca de cariño se puso a aullar, ahora arañando la puerta.

Laila Scamander y El Heredero de SlytherinWhere stories live. Discover now