35: El bosque prohibido

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Aquellos días, la sala común de Gryffindor estaba siempre abarrotada, porque a partir de las seis, los de Gryffindor no teníamos otro lugar adonde ir. También tenían mucho de que hablar, así que la sala no se vaciaba hasta pasada la medianoche.
Después de cenar, Harry sacó del baúl su capa para hacerse invisible y pasó la noche sentado encima de ella, esperando que la sala se despejara. Mientras yo y Fay jugábamos una partida de Gobstones, Harry, Ron y los otros Weasley jugaban al snap explosivo.
—Cálmate un poco Fay ¿Como dijiste que se llama?—Fay estaba casi dando saltitos mientras me explicaba lo lindo que era un chico de Hufflepuff, mayor que nosotras.
—Cedric Diggory, es un completo...
Comencé a reír, lo siento por ese chico pero no podía parar de reírme, me agarre a el brazo del sillón riendo, Fay me miro con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
—Lo siento...pero...—dije entre risas—. Su nombre es demasiado gracioso! ¡Es como una planta!—dije lo último explotando en risa—. ¡Te gusta una planta Fay!
—¡No me gusta!—dijo poniéndose roja, mientras me cubría la boca con la mano—. ¡Laila! Iugh ¿Me acabas de lamer la mano?—dijo con asco mientras sacaba su mano.
—No debiste haberla puesto ahí.—me defendí—. Y no tengo que leerte la mente para saber que te gusta.
—Uno: no me puedes leer la mente— ah cierto, olvide esa parte—. Y dos: no me gusta Cedric.
—Si, si, claro...
Bien pasada la medianoche el resto de los Weasley; Fred, George y Ginny fueron a la cama, luego se fue Fay y me miro con el ceño fruncido.
—Iré más tarde—le explique, ella me dio un saludo militar antes de ir al dormitorio.
Los tres esperamos oír cerrarse las puertas de los dos dormitorios antes de coger la capa, echárnosla encima y salir por el agujero del retrato.
Este recorrido por el castillo también fue difícil, porque teníamos que ir esquivando a los profesores de nuevo. Al fin llegamos al vestíbulo, descorri el pasador de la puerta principal y nos colamos por ella, intentando evitar que hiciera ruido, y salimos a los campos iluminados por la luz de la luna
—Naturalmente —dijo Ron de pronto, mientras cruzábamos a grandes zancadas el negro césped—, cuando lleguemos al bosque podría ser que no tuviéramos nada que seguir. A lo mejor las arañas no iban en aquella dirección. Parecía que sí, pero...
Su voz se fue apagando, pero conservaba un aire de esperanza. Entendía su miedo por ir al bosque, en especial por que estaba lleno de criaturas y Hagrid no estaría con nosotros, estriamos solos y en la noche.
Llegamos a la cabaña de Hagrid, que parecía muy triste con sus ventanas tapadas. Cuando Harry abrió la puerta, Fang enloqueció de alegría al vernos. Temiendo que despertara a todo el castillo con sus potentes ladridos, le di de comer caramelos de café con leche que había en una lata sobre la chimenea, de tal manera que conseguimos pegarle los dientes de arriba a los de abajo, sin embargo no dejaba de verse feliz, todos los días yo venía a alimentarlo con Harry y su capa de invisibilidad.
Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitaríamos en el bosque completamente oscuro.
—Venga, Fang, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y Fang salió de la cabaña detrás de los tres, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol. Saqué mi varita y dije: «¡Lumos!», y en su extremo apareció una lucecita diminuta, junto con Harry, suficiente para permitirnos buscar indicios de las arañas por el camino.
—Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya saben..., seguramente estallaría o algo parecido...
—Está bien, Ron.
Harry le puso una mano en el hombro y señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de la varita para protegerse en la sombra de los árboles.
—Vale —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto. Vamos.
De esta forma entramos en el bosque, con Fang correteando a mi lado, olfateando las hojas y las raíces de los árboles. A la luz de las varitas mágicas, seguimos la hilera ininterrumpida de arañas que circulaban por el camino. Caminamos unos veinte minutos, sin hablar, con el oído atento a otros ruidos que no fueran los de ramas al romperse o el susurro de las hojas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz provenía de nuestras varitas, vimos que las arañas se salían del camino.
Harry se detuvo y miró hacia donde se dirigían las arañas, pero, fuera del pequeño círculo de luz de la varita, todo era oscuridad impenetrable. Todo esto me recordaba a cuando vimos el unicornio, ese pequeño animal siempre estaría en mi memoria, la crueldad, de solo pensarlo me daban escalofríos. Pero nunca me había internado tanto en el bosque.  Hagrid, una vez que había entrado con él, advirtió que no nos saliéramos del camino. Pero ahora Hagrid se hallaba a kilómetros de distancia, probablemente en una celda en Azkaban, lo cual me partía el corazón ya que Azkaban era lo más horrible del mundo, después de la crueldad animal y...la betarraga.
Harry dio un salto hacia atrás y pisó a Ron en el pie, inmediatamente me eché para atrás.
—¿Que pasa?—pregunte con mi varita en alto.
—Nada ¿Qué les parece? —preguntó Harry.
—Ya que hemos llegado hasta aquí... —dijo Ron.
De forma que seguimos a las arañas que se internaban en la espesura. No podíamos avanzar muy rápido, porque había tocones y raíces de árboles en la ruta, apenas visibles en la oscuridad, y yo por la fabulosa e increíble que soy también tengo una torpeza en caminar en la oscuridad, además de que Fang estaba pegado a mi.
Tuvimos que detenernos más de una vez para que, en cuclillas, a la luz de la varita, yo y Harry tratáramos de volver a encontrar el rastro de las arañas.
Caminamos durante una media hora por lo menos. La túnicas se me enganchaba en las ramas bajas y en las zarzas, creo que en algún momento escuche el rasgado de la tela, al sacarlo con fuerza. Al cabo de un rato notamos que el terreno descendía, aunque el bosque seguía igual de espeso.
De repente, Fang dejó escapar un ladrido potente, resonante, dándome un susto tremendo y haciendo que saltara, y me pegara a mis dos amigos
—¿Qué pasa? —preguntó Ron en voz alta, mirando en la oscuridad y agarrándose con fuerza al hombro de Harry.
—Algo se mueve por ahí —musitó Harry—. Escucha... Parece de gran tamaño.
Escuchamos.
A cierta distancia, a la derecha, aquella cosa de gran tamaño se abría camino entre los árboles quebrando las ramas a su paso.
—¡Ah no!—exclamó Ron—, ¡ah no, no, no...!
—Calla —dijo Harry, desesperado—. Te oirá.
—¿Oírme? —dijo Ron en un tono elevado y poco natural—. Yo sí lo he oído. ¡Fang!
Aguardamos aterrorizados, estando en nuestro lugar paralizados. Oí un extraño ruido sordo, y luego, silencio.
—¿Qué crees que está haciendo? —preguntó Harry
—Seguramente, se está preparando para saltar —contestó Ron. Aguardamos,temblando, sin atrevernos apenas a movernos—¿Crees que se ha ido? —susurró Harry.
—No sé...
Entonces vi a la derecha un resplandor que brilló tanto en la oscuridad que tuve que protegerme los ojos con las manos. Fang soltó un aullido y echó a correr, pero se enredó en unos espinos y volvió a aullar aún más fuerte.
—¡Harry! —gritó Ron, tan aliviado que la voz apenas le salía—. ¡Harry, es nuestro coche!
—¿Qué?— grazne y luego grite—. ¿¡Tienen un coche?!
—¡Vamos!
Segui a Ron en dirección a la luz, dando tumbos y traspiés, y al cabo de un instante salimos a un claro.
Ahora recordé; El coche del padre de Ron, en el que él y Harry habían venido a Hogwarts, estaba abandonado en medio de un círculo de gruesos árboles y bajo un espeso tejido de ramas, con los faros encendidos. Ron caminó hacia él, boquiabierto, y el coche se le acercó despacio, como si fuera un perro que saludase a su amo. Un perro de color turquesa.
—¡Ha estado aquí todo el tiempo! —dijo Ron emocionado, contemplando el coche—. Míralo: el bosque lo ha vuelto salvaje...
Los guardabarros del coche estaban arañados y embadurnados de barro. Daba la impresión de que el coche había conseguido llegar hasta allí él solo. A Fang no parecía hacerle ninguna gracia, y se mantenía pegado a mi, temblando. Mientras mi respiración se calmaba guardé mi varita.
—¡Y creíamos que era un monstruo que nos iba a atacar! —dijo Ron, inclinándose sobre el coche y dándole unas palmadas —. ¡Me preguntaba adónde habría ido!
—Es un coche Ron, no un perrito—dije recuperando la compostura.
—Oh, mira quien lo dice.—me respondió.
Harry aguzó la vista en busca de arañas en el suelo iluminado, pero todas habían huido de la luz de los faros.
—Hemos perdido el rastro —dijo—. Tendremos que buscarlo de nuevo.
Ron no habló ni se movió. Tenía los ojos clavados en un punto que se hallaba a unos tres metros del suelo, justo detrás de nosotros. Estaba pálido de terror.
—Ron ¿que...—no pude terminar mi pregunta, oí un chasquido, y de repente sentí un brazo largo y peludo me agarraba de la cintura y me levantaba como si fuera una pequeña piedra. Jadeé, y de inmediato trate de forcejear . Mientras forcejeaba, comencé a darle golpes, codazos, arañarlo, cualquier cosa aterrorizada, vi a mis amigos que comenzaron a también ser arrastrados , y oí a Fang aullar y gimotear, mientras me acarreaban entre los arboles negros. 
Cuando mire hacia arriba la bestia que me sujetaba caminaba sobre seis patas inmensamente largas y peludas, y que encima de las dos delanteras que lo aferraban, tenía unas pinzas también negras. Nos encaminábamos hacia el corazón del bosque. Fang que forcejeaba intentando liberarse de un tercer monstruo, aullando con fuerza, grite como pude, pero me zarandearon haciendo que me callara.
De repente hubo la suficiente claridad para ver que el suelo, antes cubierto de hojas, estaba infestado de arañas. Estaban en el borde de una vasta hondonada en la que los árboles habían sido talados y las estrellas brillaban iluminando el paisaje lleno de criaturas

Laila Scamander y El Heredero de SlytherinWhere stories live. Discover now