34: La calma antes de la tormenta

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El verano estaba a punto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos. Pero sin poder ver a Hagrid desde las ventanas del castillo, cruzando el campo a grandes zancadas con Fang detrás, no era una buena vista, mientras volvíamos al castillo, donde las cosas iban de mal en peor.
Los tres habíamos intentado visitar a Hermione, pero incluso las visitas a la enfermería estaban prohibidas.
—Por favor Poppy—le rogué.
—No podemos correr más riesgos —dijo severamente la señora Pomfrey a través de la puerta entreabierta, le di esa mirada de perrito que le doy a mi abuelo Newt.
—No, lo siento, Laila, hay demasiado peligro de que pueda volver el agresor para acabar con esta gente.
Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida, no parecía permitido sonreír, y ni siquiera habían motivos para eso.
«Sólo abandonaré de verdad el colegio cuando no me quede nadie fiel. Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.»  Esas palabras se repetían constantemente en mi cabeza al igual que «el colegio cerrara» digo todos le eran fiel a Dumbledore, además de que es un señor muy adorable también es uno de los más grandes magos de la historia y un excelente director.
Pero ¿con qué finalidad había dicho aquellas palabras? ¿A quién podíamos pedir ayuda, cuando todo el mundo estaba tan confundido y asustado como nosotros tres?
La indicación de Hagrid sobre las arañas era bastante más fácil de comprender. El problema era que no parecía haber quedado en el castillo ni una sola araña a la que seguir. Las busque por doquier, trate de atraerlas o buscarlas en las esquinas, Harry las buscaba adondequiera que iba, y Ron ayudaba a regañadientes. Además se añadía la dificultad de que no podíamos ir solos a ningún lado, sino que teníamos que desplazarnos siempre en grupo con los alumnos de Gryffindor. La mayoría de los estudiantes parecían agradecer que los profesores los acompañaran siempre de clase en clase, y aunque era un poco reconfortante también era muy fastidioso.
Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo. Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual. Rodaba los ojos cada vez que Malfoy pasaba a mi lado, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentado detrás de él en clase de Pociones, le oi regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle:
—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional...
Snape pasó al lado sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione. Apreté mi pluma tan fuerte que me enterré las uñas en las palmas, imaginándome 101 maneras de estrangular a Draco Malfoy.
—Señor —dijo Malfoy en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?
—Venga, venga, Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios—. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.
—Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.
Snape paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Seamus Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre el caldero, hubiera hecho lo mismo de no ser que estaba cerca de mi.
—Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje —prosiguió Malfoy—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger...
La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Ron y yo ya habíamos saltado del asiento para abalanzarnos sobre Malfoy, aunque con el barullo de recoger libros y bolsas, el intento pasó inadvertido.
—Suéltenme ¡le arrancaré esa cabeza de lagarto que tiene!—murmure mientras Seamus y Fay me sujetaron.
—Dejadme —protestó Ron cuando lo sujetaron entre Harry y Dean—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, lo voy a matar con las manos...
—Daos prisa, he de llevaros a Herbología —gritó Snape, y salimos en doble hilera, con Harry, Ron y Dean en la cola, el segundo intentando todavía liberarse. Y conmigo entre Fay y Seamus, que no me soltaron hasta que Snape se quedó en la puerta del castillo y continuamos por la huerta hacia los invernaderos.

Laila Scamander y El Heredero de SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora