ºCapítulo 1º

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—¿Qué dijiste?

—Lo que escuchaste.

—No… No puede ser. Dime que no es cierto.

—Por favor Kagome, no lo hagas más difícil de lo que ya es.

—¡No! Esto debe ser una equivocación, no puedes hacerme esto… no después de todo lo que hemos pasado juntos.

—Vamos niña, vete. ¿Acaso no lo escuchaste? Deja la perla y vuelve a tu tiempo —la azabache ignoró lo dicho por la pálida mujer y se limitó a mirar al oji dorado con ojos suplicantes.

—InuYasha… ¿Es esto lo que quieres? —aunque intentaba hallar sus ojos éste esquivaba su mirada — ¡Mírame, maldita sea! ¿Realmente quieres esto? —no se dignó a mirarla pero por lo menos contestó.

—Ya escuchaste lo que dije, no me hagas repetirlo —pudo percibir en su voz un deje de tristeza, pero sólo la que se siente por un amigo… no es que estuviera indeciso, simplemente le dolía verla así y ella pensaba ahorrarle la molestia de seguirla viendo destrozada.

—Bien.

Y sin más dio media vuelta dispuesta a marcharse. Sólo cuando estuvo lo suficientemente lejos se permitió correr tan rápido como pudo. Desacomodando su cabello con el viento, dejándose arañar violentamente por las ramas y espinas en su camino, inclusive por las piedras que arrancaron pequeños pedazos de su blanca piel en el momento que cayó al suelo. Maldito sea, ¡Una y mil veces maldito sea InuYasha! ¡Malditos sean esos dos!

¿Qué había pasado? ¿Cómo habían llegado a esta instancia? Todo parecía tan cercano a la felicidad hasta hace unos momentos, tanto que casi podía vislumbrar un futuro con InuYasha a su lado. Había olvidado que él deseaba a otra para estar con él y eso no hacía más que destrozarla, mierda. ¿Desde cuándo decía tantas groserías? Tal vez pasó demasiado tiempo junto a él y no reparó en su nuevo lenguaje.

   Al reincorporarse pudo ver pequeñas esferas caer de sus mangas. Las miró inicialmente sorprendida, pero luego relajó el ceño y tomó una entre sus manos, dejando las otras cuatro regadas en el césped bajo ella.

—Y todo esto por tu culpa, estúpida perla.

Es cierto, habían derrotado a Naraku hace relativamente poco. Miroku y Sango se habían comprometido, Shippo estaba buscando a su clan de zorros para ir a entrenar con ellos muy pronto. Al ver como todos estaban avanzando creyó, erróneamente, que su futuro sería igual de prometedor y que tal vez podría vivir durante muchos, muchos años al lado de su amado peliplata.
   El día anterior había viajado a su época para traer del templo algunos amuletos de la suerte para ofrecerle un recordatorio a sus amigos de todas sus batallas y aventuras juntos.

La de color azul sería para Miroku, la morada para Sango, la naranja para Shippo y la roja para InuYasha. Apretó fuertemente ésta última entre sus manos al recordar el nombre de aquel que ahora la había desplazado de su vida. Desvió su mirada a la perla más lejana, aquella de color rosa pálido que sería para ella… tan similar a la que ahora portaba en su cuello, casi podría engañarla de no ser porque no emanaba ese poder característico de ella. Las recogió del suelo una por una y volvió a meterlas en las mangas de su traje de sacerdotisa. Maldecía la hora en que fue a bañarse y aprovechó para lavar su uniforme escolar. Ese traje no hacía más que hacerla sentir miserable en este momento y sin poder evitarlo rompió a llorar mientras cubría su boca intentando no soltar ese grito desgarrador que anhelaba salir disparado por su garganta. Entre lágrimas rememoró el momento que la había llevado a esta instancia y las agrías palabras del oji dorado.

Sango había intentado cocinar ramen para todo el grupo, pero al intentar ajustar el reloj que Kagome trajo de su época terminó frustrándose y pidiéndole ayuda a la azabache quien programó diestramente el aparato. La comida no tardaría mucho en estar lista y luego de eso cada quien se iría a dormir para celebrar al día siguiente en la aldea que aquel ser, causante de tantas calamidades, finalmente había sido derrotado por el extraño grupo de héroes.

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Where stories live. Discover now