ºCapítulo 18º

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Le dolía terriblemente la cabeza y sentía el pecho oprimido. Tenía un mal presentimiento, un muy mal presentimiento. Algo estaba saliendo mal, algo estaba fuera de lugar, pero no lograba saber qué era.

Inuyasha se había marchado tan pronto le dijo aquello, simplemente la dejó allí sola. A decir verdad, se sentía agradecida. En estos momentos necesitaba pensar, reevaluar la situación, las evidencias. Esa condenada cicatriz la había dejado completamente desorientada, era exactamente igual a la que portaría cincuenta años en el futuro. La profundidad, el color, la forma… inclusive podría asegurar que la textura era la misma. ¿Cómo podía un dedo asemejarse a un arma? Miró sus manos curiosa, intentando asimilar todo lo que había pasado sin lograr encontrar una respuesta coherente. Se masajeó las sienes en un intento por mitigar el dolor de la zona. Una vez más se repetía que algo estaba saliendo mal.

Su misión en esa aldea había terminado rápido o al menos así lo sintió ella. Al menos algo bueno le había quedado de Miroku: Realizar exorcismos. Le alegraba saber que no todo lo que él decía era mentira y que de vez en cuando ejercía bien su profesión como monje.
    Los aldeanos le dieron las gracias pero no le permitieron quedarse. No es que ella quisiera, pero normalmente ofrecían posada a quien les ayudaba y le extrañó ser casi sacada a rastras del pueblo.

—Desgracias señorita, las desgracias ya vienen —le dijo un anciano antes de enviarla de vuelta por donde vino.

¿Desgracias? ¿Qué tipo de desgracias? Ella ya había eliminado al pequeño demonio que poseía la casa, ya no había nada que temer, ¿O sí?

Al llegar le comentó a Kikyo lo sucedido. La había notado ligeramente más seria de lo normal mientras miraba el fuego sin escucharla, o eso creía.

—No pasa nada, Kagome —la tranquilizó—. Todo está bien, a lo mejor ese hombre deliraba. En cada pueblo hay un loco.

No sabía por qué, pero no le creyó. Algo había pasado y ella no se había enterado, no quería decirle.

—Y… Kagome —llamó—, no vayas al bosque por un tiempo. No es seguro.

—¿Por qué? ¿Ocurre algo? ¿Hay peligro?

—Solo… no vayas sola. Lleva siempre tus armas y no sobrepases la cascada —si no podía impedirle que se fuera entonces al menos la persuadiría para protegerse.

Asintió sin entender mucho. ¿La cascada? ¡Pero si era el mejor lugar para pasar esos días de calor! Esperaría unos días a que se le pasara lo loca y luego iría, tal vez era solo una tormenta y por eso no  debía ir allí. Sí, eso debía ser.

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Tomó la taza de té que su amigo le ofrecía mientras miraba lo que su hijo hacía fuera del lugar.

—Sentado Hachi, sentado —pero el pequeño bebé solo lo miraba sin comprender lo que le decía—. Sentado —repetía.

Escuchó a su padre reír a unos cuantos metros sentado en el pórtico de aquel extraño templo junto a otro hombre. Parecía una buena persona, a pesar de tener un olor extraño en la boca le había obsequiado un dulce. Sí, era un hombre bueno.

—No te hará caso, Roku, es apenas un bebé. Cuando sea más grande podrás entrenarlo —dijo calmadamente mientras le daba un sorbo al té.

—Yo creo que será difícil entrenar un mapache —intervino el otro.

El niño frunció el ceño mientras sacaba una pelota detrás suyo. Su padre sonrió levemente al adivinar lo que haría.

—Pelota Hachi, pelota.

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Where stories live. Discover now