ºCapítulo 7º

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—Bien, dóblalo hacia la izquierda… ahora hacia la derecha —la otra hizo una pequeña mueca, evitando mover nuevamente la zona adolorida—. Aunque duela debes ejercitarlo, Kikyo.

La vio suspirar y cerrar los ojos mientras se dejaba guiar intentando no quejarse.

Sintió su pie ser girado en todas las direcciones posibles, siempre con amabilidad pero no por ello dolía menos. Cerró fuertemente los ojos y apretó la sábana debajo suyo, la menor notó esto.

—Lamento ser tan brusca, Kikyo pero debo hacerlo así —soltó apenada.

—No te preocupes —respondió mientras cerraba un poco los ojos a causa del dolor—. Prefiero tener el pie así a estar muerta.

Kikyo rió ante eso último y Kagome la miró incrédula, por lo que la mayor se apresuró a hablar.

—Quiero decir —comenzó— que el ogro era demasiado grande. Es probable que sin tu ayuda él ahora tendría la perla y yo estaría irremediablemente muerta.

Aparentemente Kikyo pensó que los últimos gritos del demonio iban dirigidos hacia ella... Gracias a Dios que no captó el doble mensaje. Kagome asintió en su dirección, sintiéndose halagada por las palabras de la sacerdotisa.

—Por cierto...

—¿Mmm? —continuó girando el pie desinteresadamente.

—¿Cómo supiste del refugio?

Se tensó, lo supo porque dejó de masajear su tobillo. Posó sus ojos en la joven, intentando ver el por qué de su reacción.

—En... —carraspeó— en mi aldea también tenían uno.

Kikyo la escudriñó disimuladamente con la mirada, pero no pudo percibir la mentira. Debía dejar ese mal hábito de medir dos veces a las personas. Se relajó y volvió a sostener las sábanas cuando sintió que su pie era girado hacia el lado opuesto.


—Creo que podríamos poner costales con comida y algunos jarrones con agua —soltó—, en caso de que tengamos que ocultarnos por días en ese lugar.

—¿Lo hacen también en tu aldea?

—No —meneó la cabeza ligeramente. Era una idea que nunca se había atrevido a decir pero que creía necesaria implementar.

Kikyo lo meditó unos minutos, Kagome casi se arrepintió de haberle sugerido aquello a la autoridad del pueblo. Estaba por retractarse cuando se encontró con la mirada de la otra mujer.

—No es mala idea.

Y Kagome supo que eso era un sí rotundo, no pudo más que sonreír y agradecerle con la mirada mientras continuaba con el masaje.

Cuando comenzó a acostumbrarse a la sensación notó que la muchacha tomaba un pequeño cuenco y con sus dedos extraía un poco de la pastosa sustancia. Procedió a masajear la zona afectada hasta que el ungüento casi desapareció y volvió a colocarle fuertemente el vendaje.

—Listo Kikyo, a la misma hora mañana —finalizó feliz la más joven.

La sacerdotisa asintió en su dirección.

La vio incorporarse lentamente y atar su cabello con aquel característico listón así que salió del lugar dándole algo de privacidad para cambiarse.
     Se sentó en una de las rocas cercanas a la entrada mientras miraba fijamente el bosque frente a ella, permitiéndose divagar.
     Habían pasado apenas tres días desde lo sucedido con el ogro. Se estaba sintiendo demasiado cómoda en ese lugar, pero debería irse en algún momento, la gran incógnita era ¿Cuándo? ¿Cómo?

Bueno, la última no contaba realmente. La perla que continuamente la acompañaba podría ser su boleto a la libertad. Por alguna extraña razón seguía sintiendo su energía emanar de ella, como si aún funcionara. Pero... la perla de Shikon solo puede conceder un deseo y si no fue ella quien la trajo a esta época ¿Quién entonces? ¿Cuál era su misión en ese lugar?
Sea lo que sea, estaba segura de que tenía que ver con la perla y las cosas que dijo esa noche, pero había algo más… algo que no podía ver, tal vez estaba demasiado distraída o… no había pasado aún.

Suspiró hacia arriba, haciendo volar ligeramente su flequillo mientras inflaba las mejillas en un gesto de total hartazgo.

Kagome no podía estar más agotada. Claro que por fuera no lo demostraba y siempre se encontraba dispuesta a ayudar, pero juraría que empezaba a ver futones en la cara de los aldeanos. Tener que ser consejera y estar al tanto de todo la desgastaba considerablemente.

Despejar el bosque había costado algo de trabajo. Tuvieron que talar los árboles dañados y llevarlos al pueblo para convertirlos en leña mientras que los más sanos intentaron ser restaurados. Los últimos días se mantuvo del bosque a la aldea y de la aldea al bosque, siempre cargando una responsabilidad con cada lugar. Afortunadamente su deber con la naturaleza estaba por finalizar y solo le restaba cuidar del pie de Kikyo por las mañanas antes de que ella se marchara a hacer sus deberes. Porque, gracias a Dios, todavía tenían a la verdadera sacerdotisa para hacerse cargo de todo.

Continuó observando el bosque —ahora un poco más desierto—, parecía como si la llamara y es que hace tiempo no tenía su propio espacio para pensar.

Vio a Kikyo salir de la cabaña cojeando levemente, siendo ayudada por su arco. Se alejó rumbo a las asiendas, probablemente quería ver los cultivos de esta temporada para controlar las posibles plagas. Suspiró, finalmente alguien tomaría su puesto por algunas horas.

—Estoy realmente cansada...

Fue entonces que una idea cruzó por su mente, casi podía sentir la bombilla sobre su cabeza.

Miró hacia ambos lados, nadie parecía prestarle atención, todo estaba normal. Sonrió pícaramente por un momento ¿Y si se iba para tener su bien merecido descanso? Claro que podría dormir en la cabaña de Kikyo y Kaede, pero la niña estaría corriendo por los pasillos y tendría que vigilarla. Lo mejor sería irse a donde nadie pudiera verla y relajarse por un buen tiempo... sí, eso haría.

Se paró lentamente, no queriendo demostrar su ansiedad por quedarse a solas y con un poco de esfuerzo aumentó su energía. Si pretendía separarse de Kikyo más le valía que no sintiera la perla cerca —mejor dicho la otra perla— o estaba segura de que su cuerpo no sería más que un hermoso puercoespín.

Bien, era ahora o nunca.

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—Entonces coménteme las últimas novedades, señor.

—Bueno, no han habido nuevas plagas de babosas desde que la sacerdotisa Kagome nos recomendó tirar agua con sal.

Kikyo asintió. Bastaba con solo mirar el lugar para notar que aquel camino transparente y luminoso —característico de las babas— ya no se encontraba en el lugar. Y pensar que hasta hace unas semanas debían de matar a aquellos diablillos a mano, uno por uno.

—Pero ayer por la tarde la pequeña Nabiki vio a una serpiente entre las cañas.

—¿La mordió? —si era así, la pequeña podría fallecer en días, tal vez horas.

—No, por fortuna comenzó a correr en zigzag y la serpiente no logró alcanzarla. Tal y como la sacerdotisa Kagome nos dijo la primera vez que vimos una —el anciano sonrió y Kikyo lo miró un tanto ¿Celosa?

No, eso era imposible. Cierto era que en esa aldea no se hablaba de otra cosa que no fuera de la nueva sacerdotisa, pero aquello era demasiado. No podía ponerse celosa de alguien así, no cuando ella fue elegida para ser la portadora de la perla.

Meneó la cabeza y sonrió al igual que el hombre. La chica era realmente lista.

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—¡Por Dios! No sé si sea yo, pero en estos momentos el monte me parece más alto que antes... tal vez estoy vieja —bromeó agitada.

Logró escabullirse de la aldea con éxito, trepando el característico cerro que separaba la aldea del bosque y recorriendo gran parte de éste esperando no ser vista por nadie. Un frondoso árbol fue su recompensa, se sentó debajo de su sombra y dejó que su energía se estabilizara, colocando un campo de fuerza a su alrededor para que nadie las sintiese. Ni a ella, ni a la perla.

Finalmente podría dormir como tanto anhelaba.

Miró hacia arriba, entre las hojas y las ramas, recordando las veces que dormía en aquella posición teniendo a InuYasha en una de esas ramas mientras discutían o velaba por su sueño. Volvió su vista al frente y le pareció ver una fogata rodeada de sus amigos.

—Cuánto los extraño, muchachos...

Cerró sus ojos y cayó dormida casi al instante. Era hora de desconectarse de aquel mundo por un tiempo.

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Se encontraba un tanto inquieta. Estar pendiente de su pie era algo que le molestaba. En ese momento no estaba al cien por cien, no podría dar todo de sí misma si alguien llegaba a atacarla y eso la ponía nerviosa. Esperaba sanar pronto.

Claro que por fuera no lo demostraba, seguía igual de impasible que siempre, solo un poco más a la defensiva de lo normal. Tenía prisa en terminar sus labores pronto, ¿La razón?

—Tormenta.

—¿Qué ha dicho, excelencia?

—Se aproxima una tormenta —pronunció alzando la vista.

La mujer a su lado imitó la acción y se cubrió ligeramente la boca. No le gustaba nada la apariencia de esas nubes, estaban muy... cargadas.

—Oh, ¿Cuánto dirá usted que durará esta vez, señorita Kikyo?

—No mucho, una noche entera tal vez, pero... lloverá realmente fuerte.

—Sí, no lo dudo...

La sacerdotisa permaneció mirando el cielo, aunque alternaba su visión de vez en cuando para mirar el bosque. La forma en que las copas de los árboles se movían no le agradaba para nada. Las nubes se veían cada vez más grandes y oscuras, pasando del gris claro a uno negruzco. Hace poco se había perdido el sol entre los nubarrones, por fortuna no faltaba mucho para que la noche cayera así que no iba a afectarlos demasiado.

Estaba por voltearse para seguir con las pocas tareas que le quedaban por realizar cuando un viento atroz azotó los árboles trayendo varias hojas y un frío que hizo a más de uno cruzarse de brazos intentando protegerse. Las cortinas de las cabañas fueron levantadas sin pudor alguno, incluyendo los manteles de alguno que otro vendedor ambulante.


—Los niños se enfermarán —recapacitó y no dudó en dar la orden —. ¡Hagan sonar la campana dos veces!

Uno de los aldeanos logró escucharla y corrió con toda la fuerza que le permitieron sus pies hacia la gran torre mientras emitía un fuerte:

—¡Ya mismo, excelencia!

Por supuesto que había sentido aquel clima de tormenta, no había que ser muy listo para darse cuenta. Esa noche sería dura. Escaló rápidamente tratando de no trastabillar y caerse. Al llegar a la cima cogió un grueso palo y golpeó con toda la fuerza posible la campana del lugar, repitió la acción y bajó rápidamente.

El viento era cada vez más fuerte y puede que para mañana no tuviesen más campana de alarma.

Kikyo observó todo desde su lugar y una vez que escuchó el aviso se apresuró a refugiar a los aldeanos.

—¡Corran a sus casas! Aten piedras a los pies de sus puertas para que el viento no las levante —otro consejo dado por Kagome, esperaba que funcione—. Lleven a los niños a sus hogares o enfermarán.

Ante esto último las mujeres fueron las primeras en reaccionar, empujando a sus esposos e hijos dentro de las cabañas. Poco a poco la aldea fue quedando desierta y el cielo parecía más furioso a cada segundo que pasaba.

Cuando no vio a nadie cerca se dispuso a regresar a su hogar, Kagome y Kaede debían de estar preocupadas.

Esperaba que hubieran escuchado la alerta general.

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Where stories live. Discover now