ºCapítulo 3º

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Forcejeaba con desesperación, sus pies se acalambraban al igual que sus hombros, la boca imploraba por un poco de agua sin esa estorbosa tela de por medio. Aquella sensación se le hacía familiar, el estar amordazada y atada de pies y manos, sentada casi sin delicadeza sobre una especie de tapete de paja siendo rodeada por los aldeanos.

—Es suficiente, niña, deja de forcejear. Te hemos atrapado —ordenó la sacerdotisa acercándose a ella, con el arco en mano pero sin alistar una flecha en él.

Claro, primero el interrogatorio, después la ejecución. Volvió a balbucear algo inentendible y sus manos luchaban por deshacer aquel nudo que comenzaba a hacerle daño. Los espectadores parecían ansiosos de oír lo que tenía que decir y la sacerdotisa notó aquello, aún con algo de recelo dio la orden al más joven de todos.

—Dejen que hable.

Ninguno se opuso ante aquello, lo que más deseaban era escuchar cómo una aldeana común y corriente podría parecerse tanto a la encargada de aquella humilde aldea. Se apresuraron a desamordazar a la joven y retrocedieron unos pasos dándole algo de intimidad a ambas ¿Sacerdotisas? Bueno, al menos una de las dos lo era, la otra aún no era de fiar.

—Muchas gracias. Yo solo…

—Cállate y responde a mis preguntas —ordenó fríamente la mayor, acallando las palabras de Kagome quien ya estaba comenzando a acostumbrarse a sus palabras de desprecio —. ¿Quién eres y de dónde vienes?

—Ya te lo he dicho. Mi nombre es Kagome y vengo de una aldea lejana. Un demonio me persiguió por el bosque y al no tener mi arco y flechas terminé cayendo en el pozo luego de eliminarlo. Ellos me encontraron —comentó apuntando con la mirada a los dos hombres que la miraban entre la multitud— y creo que creyeron que yo era alguien más —a decir verdad, eso le pasaba a menudo.

Vio a Kikyo acercarse a ella con seguridad, trató de no sentirse intimidada ante aquella pose y mostrarse en igual condición de enfrentarla aunque por dentro se sentía peor que una sabandija ¿Qué diría InuYasha si llegaba a tocar un solo cabello de su “querida Kikyo”?

—Muy probablemente no volvería a hablarme —se respondió en un susurro al tiempo que sentía como una mano se posaba en su frente y un calor agradable comenzaba a embargarla.

Un momento ¿Calor?

—Tal parece que no eres un demonio que cambia de forma —sentenció la pelinegra mirando a la azabache que se mostraba incrédula ante lo dicho—. He liberado un poco de mi poder espiritual en ti. Si fueses un demonio habrías sido purificada en el instante en que te toqué, pero eso no pasó por lo que deduzco que eres humana y tu historia es verdadera —aclaró.

Suspiró ante lo mencionado, así que eso fue lo que pasó. ¿Pero por qué hizo aquello? ¿No se supone que ya se conocían? No quería creer los disparates que estaba pensando en ese momento, pero el hecho de que creyeran sus mentiras solamente reafirmaba lo que sospechaba desde hace un rato.

—¿Qué piensa hacer con ella, señorita Kikyo?

—Por ahora podrá quedarse conmigo y mi hermana en nuestra cabaña —respondió mirando de reojo a la muchacha que seguía sentada en el suelo. Más le valía vigilar bien a esa chiquilla—. No es bueno fiarse, no mientras los demonios sigan detrás de la perla de Shikon.

Lo último fue mencionado al tiempo que sacaba la perla de entre sus ropajes, colgando de un collar extrañamente similar al suyo. Entonces fue que reaccionó, ¿Dos perlas de Shikon? ¿Una Kikyo que no la conocía? No… no, no ¡Y mil veces no! ¡Esto ya era demasiado! ¿Cómo explicarse aquello?

La desataron y ella intentó disimular sus ansias por correr nuevamente al bosque. Escuchó a Kikyo llamarla y tocar su hombro al tiempo que señalaba el lugar donde estaba su cabaña. No hacía falta, ella ya la conocía desde hace tiempo. Nuevamente sintió un agradable calor en donde la mayor posaba su mano, pero esta vez en menor proporción como un… calor corporal.

—Te esperamos para la cena, puedes recorrer la aldea mientras tanto si quieres —terminó, notando que la joven parecía obviar la información.

—Ah… Sí —respondió simplemente—. Iré a ver si alguna de mis cosas pudo salvarse de aquel demonio —mintió—, así que no tardaré en volver.

Necesitaba verificarlo. A cada segundo su corazón se sentía más inquieto y le exigía buscar una respuesta. Vio a la sacerdotisa asentir en su dirección y eso fue señal suficiente como para que la menor echara a correr. Casi parecía que volaba, sentía que su vida dependía de llegar a aquel pozo —aunque eso tenía cierto grado de verdad—.
    Mientras que corría pasó por el árbol sagrado y no pudo evitar notar que su característica cicatriz ya no se encontraba en dicho lugar.

—No.

Se alarmó terriblemente y siguió corriendo esta vez con más desesperación. Al llegar al claro casi tropieza con la pequeña edificación de madera pero logró frenar a tiempo. Sin preocuparse por recuperar el aire perdido se decidió a mirar en su oscuro interior y lo que vio la dejó helada.

Nada. Absolutamente nada, ninguna de sus pertenencias se hallaba allí dentro. Bueno, a excepción de aquel reloj de mesa rosado que ahora parecía totalmente descompuesto.

Finalmente todo cobró sentido: aquella voz, los aldeanos que desconocía, las casas, que nadie la recordara, incluso una Kikyo que aparentemente estaba… viva. La marca que ya no se encontraba en el árbol sagrado al parecer aún no había sido hecha.

Ahora se encontraba quinientos cincuenta años en el pasado. Mierda.

Continuará...

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!حيث تعيش القصص. اكتشف الآن