Capítulo 20

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    Kagome miraba distraídamente desde el pórtico de la cabaña la forma tan tranquila en la que se mecían las copas de los árboles. Balanceaba los pies como una niña pequeña mientras tarareaba alegremente una canción de su época. Añoraba cada detalle de su tiempo, de ambos. Extrañaba las comodidades que solo el futuro le brindaba. Como una cama suave y caliente o un baño decente, el agua que salía de los grifos con solo girarlos. Uff, su espalda dolía de solo pensar en lo difícil que era acarrear agua desde el río hasta la cabaña. Y eso sin mencionar las decenas de cosas que extrañaba del Sengoku cincuenta años en el futuro. Sus caminatas, sus charlas con Sango, la voz animada de Shippo o el ameno ambiente que se formaba durante cada una de las comidas que compartían sentados alrededor del fuego.

Su mirada se desvió por breves instantes a Kaede, que se encontraba jugando con los demás niños de la aldea solo un par de metros más adelante. Kaede era de las pocas personas que conservaba del futuro en el que viajaba con sus amigos en búsqueda de los fragmentos. Claro que la niña no lo sabía, pero era reconfortante tener algunas caras familiares a su alrededor. El herrero con el que hablaba de vez en cuando no existía en ese momento, tampoco la mujer que la invitaba a tomar el té cada vez que hacían una parada en la aldea de la anciana Kaede. Aunque, por otro lado, era probable que el señor que tanto le recordaba a su abuelo sí existiera en ese momento, era un hombre mayor después de todo. Tal vez incluso podría ser alguno de los niños que jugaban en ese momento con Kaede. Miró enternecida a la multitud de jovencitos que corrían de un lado a otro dejando una estela de polvo tras de sí, tratando de atrapar a las chiquillas que corrían entre alaridos agudos y risas frenéticas. Se perdió en esa escena por algunos segundos, disfrutando de los sonidos que inundaban sus sentidos y dejando que la calma de esa mañana la embargara. Todo era tan tranquilo que incluso le costaba trabajo creer que en algún momento algo malo podría suceder, tal y como Midoriko le había dicho al principio de aquel extraño viaje.

—Me pregunto qué me habrá querido decir… —murmuró, más para sí misma antes que para cualquier otra persona. Por lo cual, no esperaba recibir respuesta alguna.

—¿Qué te habrá querido decir quién? —Kagome miró a su lado, sin despegar su mentón de la mano en la que se encontraba apoyado, y observó la imponente figura de su encarnación que la observaba con cierta gracia desde su posición— ¿No me digas que ahora hablas con el aire además de hablar con hanyou’s? —Kagome bufó molesta ante aquel apelativo antes de devolver su vista al frente, sobre la multitud de niños.

—Su nombre es Inuyasha.

—Confórmate con que no lo purifique y te permita reunirte con él.

La colegiala tuvo ganas de responder “touché”, pero no tenía ganas de aclarar la expresión de dicha palabra. Por lo que decidió guardar silencio. Era cierto, no podía pedirle a Sesshomaru que amara a los humanos, así como no podía pedirle a Kikyo que bajara la guardia delante de un Inuyasha que resultaba más agresivo que amistoso. Había que darle tiempo al tiempo y dejar que las cosas mermaran solas, que se acomodaran poco a poco en su lugar. Por ahora era suficiente con que Kikyo no rechazara del todo su nueva “amistad”, y eso era motivo suficiente para sonreír con entusiasmo el resto del día.

     Comenzó a sentir cierta tensión en el ambiente, pero no se debía a la presencia de algún demonio, tampoco se debía al silencio que se instauró entre ellas. No, la tensión provenía de la pelinegra que permanecía de pie a su lado. La mujer miraba duramente un punto fijo, tenía el ceño levemente fruncido y una expresión de pocos amigos. Dirigió entonces su mirada al mismo lugar que la sacerdotisa miraba con detenimiento. Los niños. Nada fuera de lugar, aparentemente. Los chiquillos seguían correteando, algunos tomaban agua que habían traído en cantimploras de cuero, otros tomaban aire y, más allá, se encontraba Kaede completamente sonrojada mientras recibía una flor que tímidamente le ofrecía un chico apenas uno o dos años mayor.

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