°Capítulo 8°

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Sus ojos se llenaron de agua y su pecho soltó el aire contenido. Se sentía tan aliviada, estaba ahí, él estaba ahí. Escondido, pero estaba. Por un momento sintió sus pies querer correr hacia él, hacia donde sea que se encontraba, abrazarlo y gritarle que nunca más la soltara, que lo amaba… pero no, no podía. Él no la conocía, no aún, no confiaría en ella ni se dejaría abrazar y quedaría nuevamente a solas en aquel extraño bosque. No, debía de ser razonable e intentar parecer una persona normal. ¿Tan normal como para golpearlo al saber que era un medio demonio? No, con ser razonable bastaría.

Necesitaba ayuda, hacía frío y finalmente lo había encontrado. Aunque lo sentía... diferente. Algo en su energía se sentía fuera de lugar y al mismo tiempo familiar. Se concentró cerrando los ojos y pudo sentirlo a unos cuántos árboles de distancia, en el suelo. ¿Por qué?

Alzó la mirada hacia el cielo y con dificultad buscó algo que comprobara sus sospechas. No eran los árboles quienes no dejaban entrar la luz, que hacían ver todo tenebroso y oscuro, era la noche y... la falta de luna.

Oh, cierto, hace casi un maldito mes que estaba allí y olvidó por completo esas noches tan… especiales.

Tenía que encontrar una forma de hacer contacto. Debía estar asustado y reacio a que lo tocasen, después de todo seguramente era mucho más arisco que cuando lo conoció. ¿Pero cómo? Bajó su mirada y notó que seguía sentada en aquel charco y recordó que —según la historia— él fue a ayudarla cuando Kikyo cayó inconsciente. ¡Eso es!

Se dejó caer de cara al agua y ladeó ligeramente el rostro para poder respirar, claro que de manera muy disimulada. Fue gracioso verla caer casi como un muñeco. Relajó los párpados y acompasó su respiración, pareciendo realmente dormida.

Como si de un cazador se tratase, lo sintió acercarse. Primero lentamente, preparando el pie más lejano para correr en cuanto viera que ella se movía. Intentó no empeorar los latidos de su enamorado corazón, él podría notarlo.

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Se agachó a su lado y la examinó con la mirada. Hasta hace unos momentos parecía asustada, pero ahora... se encontraba relajada. Probablemente a causa de la inconsciencia. Miró hacia sus alrededores y decidió que lo mejor sería arrastrarla fuera del agua, luego seguiría su camino.

Tomó con asco y algo de recelo una de las mangas de su traje, preparándose para emplear un poco de fuerza para arrastrarla y largarse de ahí. Parecía un buen plan, rápido y sencillo. En cambio esa mujer pareció adelantarse a sus planes cuando lo tomó fuertemente de la muñeca y volteó a mirarlo decidida. Asombrándolo por breves instantes.

¿Acaso ella... lo había engañado?

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—¡¿Pero qué mierda?! —gruñó.

Ella sólo sonrió, realmente lo había extrañado. Aunque, teniendo en cuenta que él no conocía el lenguaje corporal, debió de haber pensado que esa sonrisa era más una promesa de muerte o de triunfo en lugar de una amistosa porque los gruñidos no se detuvieron al igual que los insultos.

—¡Suéltame maldita mujer!

Gruñía amenazadoramente y apretaba fuertemente su mano en un intento por hacer que soltara la muñeca masculina. Buscó su mirada y se encontró con un par de ojos grises increíblemente serios y retadores con una promesa de muerte en ellos. Ella solo endulzó más su mirada, eso pareció hacerlo enojar más si es que era posible. Después de todo, odiaba que lo miraran con lástima. Pero... le dolía saber que con tan solo tocarlo se ponía a la defensiva, cuánto daño debió sufrir para ser igual que un perro callejero al que nadie puede tocar.
  Lo soltó casi por inercia y él se alejó como si de fuego se tratase. Aún sin dejar de gruñir de forma fiera, lo más salvaje que su condición le permitía, con el cuerpo tenso y notablemente enfadado por haber confiado en una humana.

¡𝑶𝒕𝒓𝒂 𝒗𝒆𝒛!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora