ºCapítulo 6º

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La noche había sido dura para todos. Sobretodo para Kagome, quien había tenido que restaurar el orden y cuidar de Kikyo al mismo tiempo.

Cargaba una cesta vacía mientras caminaba por las calles de la aldea. Miró el papel en sus manos repleto de números hechos con tinta y no pudo evitar suspirar de puro alivio. Afortunadamente había amanecido y todos los hombres habían regresado junto a sus familias, el papel entre sus manos solamente era un conteo de las familias y sus posibles fallecidos.

Resultado: Ninguno.

Gracias a Dios había logrado mantener la calma y conducir a toda la gente a un refugio cercano a la aldea, destruir al demonio y curar a Kikyo. ¿Quién diría que podría llegar a ser tan frágil?

—¿Excelencia?

Sus ojos se posaron en la pequeña mujer que se encontraba en frente suyo. Tenía un vientre ligeramente abultado, pero no debía de pasar los quince años. Cierto, en esa época se acostumbraba casarse entre los trece y catorce años. Sonrió y la invitó a hablar con la mirada.

—¿Qué sucede?

—Es la señorita Kikyo, ha despertado y solicita su presencia.

—Oh, iré en cuanto pueda —no debía alejarse mucho de la mujer, miró la cesta en sus manos y suspiró.

La joven hizo una pequeña reverencia y se perdió de vista entre las demás cabañas. Una vez que no pudo verla más se dispuso a caminar lentamente hacia la choza donde se encontraba descansando Kikyo.

—Estoy demasiado cansada —alzó la vista hacia el cielo, anunciando  que apenas comenzaba el día—, no veo la hora de irme a dormir.

Lo cierto es que no solamente la noche la había agotado sino su propia energía, la cual mantenía activa desde el incidente con aquel desagradable demonio. Si mantenía su poder lo suficientemente alto podía cubrir la esencia de la perla y así podría permanecer un poco más alejada de la sacerdotisa, aunque también se volvía un blanco fácil al revelar de una manera tan evidente su propia ubicación.

   Divisó la cabaña de la anciana Kaede—que en este momento era de Kikyo— repleta de gente en el exterior, probablemente pidiendo pasar para ver el estado de su tan amada sacerdotisa.

—No, no pueden pasar aún —escuchó la voz infantil de Kaede pedir algo de calma.

—Pero necesitamos verla, queremos saber si está bien —habló uno.

—Y yo necesito su bendición —luego otro.

—Mi mujer parirá dentro de tres noches, ¿La señorita Kikyo podrá atenderla? —y otro…

Las voces sonaban desesperadas o preocupadas y luchaban por entrar en el lugar, siendo contenidos débilmente por las manos de la niña y su empeño en calmarlos.

—Buenos días —saludó, ganando la atención de los hombres y mujeres de la aldea que voltearon a verla casi inmediatamente.

Abrieron una fila para que pudiera pasar y dejaron de empujar a la pequeña quien suspiró de alivio. Los vio inclinarse con respeto a medida que ella avanzaba y no pudo más que sonreír por dentro. Tal vez así la habrían tratado los aldeanos si ella hubiera sido elegida por InuYasha, si se hubiera quedado a vivir para siempre en aquel lugar…

Apretó los puños y corrió lentamente la cortina, buscando a la sacerdotisa con la mirada.

—Hermana, Kagome-chan ha llegado —oyó la voz de la pequeña anunciar su presencia y la siguió hasta la habitación contigua.

Primero entró Kaede, arrodillándose al lado de su hermana mayor mientras veía su pie vendado. Intentando percibir alguna incomodidad. Por otro lado, la mirada de Kikyo chocó con la de Kagome quien aún se encontraba en el umbral de la puerta.

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