Parte 13

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—¡No metas la llave! —gritó Hugo.

Bea se sobresaltó, alejó las manos del volante y enseñó las llaves a Hugo; las tenía en la mano. Hugo apoyó la frente en el cristal de la ventana, aliviado, y abrió la puerta del coche.

—Iker ha echado gasolina —dijo recuperando el aliento.

—Pero si la furgo es... —Bea se llevó las manos a la cabeza—, diésel.

Se miraron preocupados.

—Voy a hablar con el encargado —dijo Hugo—, no arranques...

—Lo sé, lo sé. —Bea abrió la guantera—. Voy buscando los papeles del seguro.

El encargado de la gasolinera salió de la tienda arrastrando los pies. Colocó un cono naranja en la entrada de los surtidores para que no pasara ningún otro coche. Les indicó dónde podían dejar la furgoneta y entre todos la empujaron y dejaron libre el surtidor.

Mientras los demás comentaban lo que había sucedido, Martín se sentó sobre un bloque de hormigón que estaba a la sombra. Dejó el móvil a su lado, lo volvió a coger y lo volvió a dejar.

—Joder —resopló Iker, llevándose las manos a la cara—. Qué cagada.

—Iker, no te ralles. No pasa nada. —Bea le acarició la espalda.

—No eres el primero al que le pasa —dijo Germán.

—Aquí ya ha pasado —dijo el chico de la gasolinera—. Eres el segundo este verano, y estamos en junio aún.

—¿El segundo? ¿Cómo lo arreglasteis? —preguntó Germán.

—Mi abuelo tiene una bomba para sacar combustible —dijo el muchacho.

Hugo se había alejado y estaba dando vueltas en círculos y hablando por el móvil, no parecía muy contento.

—Pues si los del seguro no se dan prisa no es mala opción —dijo Germán.

—Lo malo es que mi abuelo no está aquí —dijo el chico—, y se ha llevado la bomba. Mañana vuelve. Yo creo que sobre el mediodía.

—Necesitamos algo que lo arregle antes de dos horas —dijo Iker angustiado.

Se volvió hacia donde estaba Hugo y por un momento sus miradas se cruzaron. Hugo seguía enfrascado en la conversación, que parecía no ser muy amistosa; aun así, forzó una sonrisa y se dio la vuelta.

—Monito, ya verás como se soluciona. —Valeria le abrazó por el costado.

Germán trató de encontrar a alguien que le explicara qué era aquello de "monito", pero Bea se había ido a sentar con Martín.

Hugo colgó y fue hacia ellos. Martín y Bea también se acercaron.

—Mandan una grúa, pero dicen que puede tardar —explicó Hugo—. En principio nos tienen que llevar a todos los pasajeros hasta el lugar de destino. Es decir: nos llevarían a Bilbao hoy.

—¿A qué hora nos llevarían? —preguntó Iker.

—Supongo que el transporte vendrá con la grúa —dijo Hugo preocupado, no parecía muy convencido—. He insistido en que somos seis.

—Joder, qué cagada. Joder. —Iker se lamentaba—. No vamos a llegar al concierto.

—No te preocupes, tío. Sí que llegamos —dijo Hugo.

—Es que siempre la cago. —Iker pateó el suelo.

—No te rayes. —Hugo dio una palmadita a Iker en la espalda—. Esto pasa a menudo. A mi hermana le pasó. Solo que ella sí arrancó y se cargó la furgo. La furgo que tuvo antes de esta. Pero nosotros no hemos ni metido la llave. Hemos tenido suerte. En un rato viene la grúa, vacían el depósito, echamos diésel y nos vamos. ¿Vale?

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora