Parte 17

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Cansados y decepcionados, fueron hacia aquella casa perdida, donde les esperaba una aburrida noche donde no tendrían acceso ni a la tecnología. Mientras a no tantos kilómetros el concierto de sus vidas estaba a punto de empezar.

Siguieron a Santi a través de un sendero. La zona que atravesaron era algo rocosa y un poco más verde de lo que habían visto hasta ahora en la carretera. Cuando subieron una pequeña colina pudieron ver por primera vez la granja. Tenía efectivamente una casa grande, otra algo más pequeña y entre ellas una construcción que debía de ser el pajar. Había también un gallinero, un huerto bastante grande que se veía bien cuidado y un establo con vacas.

Salió a recibirles una señora mayor vestida con vaqueros, una camiseta blanca y una bata de flores por encima. Santi les presentó a su abuela. Se llamaba Delicia y les saludó dándoles sus particulares besos de abuela: tres seguidos en una sola mejilla.

Les llevó hasta la casa de invitados para que se pusieran cómodos.

Desde la puerta se llegaba a un salón austero, decorado con flores secas. Casi todos los muebles eran de madera. En la pared del fondo había una pequeña cocina con un par de fuegos, una nevera y un grifo.

—Hay tres habitaciones arriba —Delicia les estaba explicando la distribución de la casa de invitados—. Dos habitaciones tienen dos camas de una persona. Pero ojo que son camas anchas, de las de toda la vida. No como las de Madrid que uno sólo puede tumbarse de lado —negó con la cabeza—. La parejita puede usar la de matrimonio, que yo soy muy moderna.

—Gracias —dijo Hugo rodeando a Bea por los hombros.

—No somos pareja —dijo Bea haciendo que Santi se sorprendiera—. Ha debido de ser un malentendido.

El numerito de la tienda había debido confundir al pobre chaval.

—Pues entonces las niñas en la de matrimonio y los chicos en la otra. O como queráis.

—Pero Beatriz... —empezó a decir Hugo.

—Me parece que a ti te voy a dar alfalfa que te estás poniendo muy burro —dijo Delicia interrumpiendo a Hugo.

Bea aplaudió a la señora.

—¿Le importa si usamos la cocina? —dijo Martín.

—¿Por qué ibais a usar la cocina? —preguntó Delicia.

—Bueno, hemos comprado algo de pasta así que solo sería hervir...

—No, no —dijo Delicia—. Ni hablar, no comáis nada ahora que luego no me coméis en la cena.

—¿La cena? —preguntó Bea notando cómo le sonaban las tripas.

—Claro. Debéis de tener más hambre que el perro de un ciego. ¿No os ha dicho nada Santiago? —dijo Delicia mirando inquisitivamente a su nieto—. No me ha dado tiempo a preparar nada, me vais a perdonar. Nada más tengo hecha una ensaladita y croquetas, y caldereta de esta mañana, y unas migas.

—¿Migas? —le susurró Valeria a Iker extrañada—. ¿Por qué nos íbamos a comer las migas?

—Señora, le voy a poner un altar —dijo Germán emocionado.

—Qué zalamero. —Delicia le sonrió yendo hacia la puerta— ¿Queréis cenar ya? No deberíamos tardar mucho que van a cortar la luz pronto.

—A mí me gustaría ducharme antes —dijo Bea. Llevaba un rato sintiéndose incómoda con su propio olor.

—Ah —Delicia miró a su alrededor—. Pues mira, para ir más rápido las chicas os podéis venir a duchar en la casa grande y los chicos en el baño de aquí. Después venís a cenar.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora