Parte 23

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Martín llevaba un buen rato hablando. Había pasado de que apenas se le entendiera por lo furioso que estaba, a que pudiera pronunciar la palabra "Iker" sin dar un golpe en la cama. Poco a poco ella había logrado que se calmara, tan solo escuchándole.

Ahora tenía apoyada la cabeza sobre el regazo de Bea, y ella le acariciaba el poco pelo que le había quedado después de raparse.

—Crees que soy un imbécil y no tengo razón en nada —dijo Martín al acabar su disertación sobre las relaciones, la amistad y lo que había pasado hacía un rato en el pasillo—. ¿Verdad?

Bea se movió un poco. Tenía la espalda colocada sobre el cabecero de la cama y este era de forja, así que estaba usando una almohada para no clavarse las barras en la espalda. Aun así, estaba incómoda.

—Creo que no te equivocas en lo que sientes, Mart. —Se inclinó y le dio un beso en la frente—. Pero sí en cómo lo estás gestionando.

Esperó a ver cómo digería Martín sus palabras antes de continuar.

—Le dije a Iker que no hablara con Paula...

—Es que eso no se hace, Be.

—Espera —dijo Bea dejando de acariciarle—, le dije que no hablara con Paula porque pasaría esto.

—¿Que me dejaría?

—No, que no te sentaría bien. Le dije que al final toda la mierda y toda la culpa recaería sobre él. Y que podía incluso perderte.

Martín rumió pensativo.

—Tú sabes que tu relación con Paula estaba condenada —dijo Bea. Le puso un dedo en la boca cuando él trató de hablar—. Lo sabes desde hace meses. Nunca te rindes y eso a veces es bueno, pero hay cosas que no podemos cambiar. Hay cosas que solo podemos aceptar. Mart, tú sabías que estaba perdido. Pero estabas desesperado y has estado rebañando semanas con ella, días, horas.

—Daría lo que fuera por un minuto más con ella —dijo Martín roto, estaba demasiado cansado como para volver a llorar.

Bea volvió a acariciarle la frente con cuidado.

—Eso te estaba matando, y tú lo sabes —dijo Bea—. Y eso no es lo que te dejaba hecho mierda cada vez que la veías. Lo que te destrozaba era ver cómo aquello la estaba matando a ella también. Ibais a aguantar hasta el final costase lo que costase. Estabais atrapados en una casa ardiendo, y no ibais a salir hasta que el fuego os matara del todo.

—¿Era tan obvio?

—Todos lo veíamos. Estábamos preocupados... pero si ninguno hemos dicho nada es porque era vuestra elección salvaros o quedaros y arder con los restos. —Bea suspiró—. Iker es distinto.

Martín no decía nada, ni para bien ni para mal. Bea lo interpretó como una señal positiva.

—Iker no soportaba verte así. Por eso intervino, a pesar de saber que el fuego también le alcanzaría a él. Es el más temerario, pero también el más valiente de todos.

—Y el más torpe.

—Bueno —rio Bea—. Al final lo importante de este viaje no era Metallica, era estar contigo y que te distrajeras de alguna forma.

—No, era Metallica.

—Si el concierto te importara tanto te habrías ido con los señores del coche que olía a pino. Si a mí me importara tanto les pediría mañana a estas que pasaran a buscarme, y me compraría una entrada de reventa.

—¿Mañana?

—Bueno...—Bea trató de mirar la hora, pero su móvil no estaba cerca—. U hoy, no sé qué hora es. Estas pillaron entrada para el segundo día. Yo no compré porque no tenía un duro.

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora