Parte 18

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Ayudaron a recoger, se despidieron y fueron a la casa de invitados portando velas y una linterna que Delicia les había prestado. Iker no tenía la conciencia tranquila, así que cuando Martín subió al primer piso le siguió para hablar con él. Estaban en penumbra, a penas podían ver la cara el uno del otro y eso les daba cierta intimidad.

—Oye, ¿crees que les tenemos que decir la verdad o esperamos a mañana? Mejor mañana ¿No? —dijo Iker.

Iker no estaba seguro de si Hugo había dejado en paz a Valeria por Bea o por qué, pero, aunque sabía que mentir a sus amigos estaba mal, de momento le convenía esa mentira. No es que quisiera marcar territorio sobre Valeria, más bien no la veía con suficientes armas para defenderse de un tipo como Hugo.

Martín por su parte había soportado demasiado drama por un día como para enfrentarse a otro más. No tenía ni idea de cómo reaccionaría Hugo, pero Bea iba a estar furiosa cuando se enterara de la verdad.

—Puf, yo creo que mejor mañana. Además, no está yendo tan mal ¿eh? ¿Ves cómo tenía razón? Se llevan bien.

Escucharon las risas de Hugo y la voz indignada de Bea que venían del piso de abajo.

—Sí, parece que al menos hay paz entre ellos. Hay comunicación —confirmó Iker.

—¡Eres un cavernícola! —gritó Bea un piso más abajo.

—¿Así es como le hablas al futuro padre de tus hijos, Beatriz? —respondió Hugo tono socarrón.

—Sí, dialogan —dijo Martín, fingiendo no haber oído nada.

—¡Antes me extirpo los ovarios! —chilló Bea.

—D-dialogan, dialogan. Eso es importante —balbuceó Iker dando la razón a su amigo.

Las chicas subieron juntas al piso de arriba, para bajar entusiasmadas dos minutos después. Se les había ocurrido la idea de ir a ver las estrellas. Germán e Iker se unieron de inmediato. A Hugo aquel plan le parecía una tontería, pero acabó cediendo porque sin luz ni internet, no tenía nada más interesante que hacer.

Al final fueron todos; Valeria tuvo que ponerse unos pantalones porque su camisón no era muy apropiado para sentarse en el suelo. Antes de salir, Delicia les había pedido que se abrigaran porque iba a refrescar. Solo Iker le hizo caso, el resto alegó que había pasado demasiado calor durante el día como para planteárselo.

Tuvieron que sacar las linternas de los móviles porque ya había anochecido y costaba ver el suelo.

Caminaron unos pocos minutos hasta que estuvieron en lo alto de una colina. El suelo estaba cubierto de hierba y, después de comprobar que no hubiera caca de vaca o de cualquier otro animal, decidieron que era un buen sitio para sentarse.

La noche era cerrada, una noche sin luna que cada vez era más oscura, así que se podían ver una gran cantidad de estrellas, más de las que la mayoría de ellos había visto jamás.

No se veían los rostros, pero la luz de las estrellas iluminaba lo suficiente como para que intuyeran las siluetas de los demás.

Miraban hacia arriba sorprendidos de la cantidad de estrellas que se veían desde allí. Poco a poco se tumbaron a tientas y ayudados por los móviles, para ver donde ponían la cabeza.

—Joder, esto es una pasada. —Hugo puso las manos detrás de la cabeza.

—Da vértigo —dijo German.

—A mí también me da vértigo —dijo Bea—. Me da la impresión de que me vaya a caer hacia arriba.

—¿Cuál es esa estrella que está ahí? —preguntó Martín señalando al cielo—. ¿La más brillante?

Si me dices que noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora